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La caída de los Golden Boys

Ahora son los villanos, pero por más de 15 años fueron los héroes. En una crónica apasionante, Hernán Iglesias Illa, autor del libro Golden Boys, se pasea por la trastienda de este ghetto de chicos listos y adrenalínicos que movieron miles de millones de mentira, hasta chocar con la realidad. En entrevista con El Mostrador da su visión de la semana que marcó a los mercados, pero anticipa que las cosas sólo mutarán para permanecer.


"El punto es, damas y caballeros, que la codicia es, a falta de una palabra mejor, buena. La codicia está bien, la codicia funciona. Y la codicia, apunten bien mis palabras, salvará no sólo a Talder Paper, sino a esa otra empresa mal manejada llamada Estados Unidos de América".



El periodista Hernán Iglesias Illa, en su libro Golden Boys (Planeta/ Seix Barral 2007), coincide en que este párrafo dicho por Michael Douglas encarnando al operador Gordon Gekko en la película Wall Street resume el espíritu de una época. Encarnada por los que el autor define como traders o ejecutivos dedicados a vender papeles a través de los bancos de inversión. Los que Iglesias llama Golden Boys.



En una crónica lejana a la aridez asociada a los temas económicos, Iglesias cuenta cómo las finanzas mundiales, durante más de un siglo, estuvieron dominadas desde Wall Street por banqueros conservadores en oficinas con paredes de caoba, a los últimos veinte años en que los bancos centenarios tuvieron que cambiar sus estrategias para competir con pequeñas pero agresivas instituciones (bancos y fondos de inversión) dedicadas a mover bonos de deuda latinoamericana y otros papeles volátiles que le cambiaron la cara al mercado financiero. Y que también engendraron una raza nueva de economistas, a quienes les gusta comparar su trabajo con el de corredores de autos, futbolistas y jugadores de rugby.



Un Ferrari a los 23



Básicamente son hombres jóvenes de entre 25 y 45 años que juegan con la plata de los bancos que los contrataron. Su sueldo mensual no es muy alto, pero la gran porción de torta está en el bono de fin de año que puede ser entre el 7 y el 12 % de lo que le hayan hecho ganar a la institución. Un ejemplo es el de Gustavo Domínguez, viejo trader del Chase Manhattan Bank y ahora de un fondo más pequeño. Para la Crisis Asiática de fines de los 90′ Domínguez perdió US$158 millones en un día, pero en otra jugada llena de confianza ganó US$174 millones y se quedó con su porcentaje. Domínguez tiene 47 años pero se ve más joven, corre cuatro veces a la semana en los gimnasios que tiene en sus cuatro casas entre Miami y New Jersey, un chef privado tiene su comida lista cuando vuelve de trabajar. Es soltero y reconoce que le encantan las mujeres.



Aunque proliferan las fotos de hombres con la cabeza a dos manos para representar la crisis de las últimas semanas, la filosofía Wall Street está bien descrita en la frase de uno de los Golden Boys entrevistados por Iglesias: "A nadie le gusta perder, pero el flaco que no sabe perder mejor que se salga de la pista. Los traders realmente buenos son los que sobreviven a las crisis". De hecho, Gustavo Domínguez menciona la devaluación mexicana y la caída ruso- asiática en los ’90, como la época en que más ha ganado.



El libro se mete en las vidas de los argentinos que poblaron Wall Street desde mediados de los 80′ hasta ahora, como Alex Hoffman que a los 23 años tuvo un Ferrari y viajaba de Nueva York a Europa en el Concorde. El resto de sus compatriotas siguen un patrón más o menos parecido: casa en Greenwich Village en la parte baja de Manhattan, Audi A4 para ellos y Volvo para sus esposas. Colegio público al principio y luego escuelas privadas que obligan a donar US$30 mil, una vez que han ascendido. Club de golf con cuota de US$150 mil por incorporación y otros mil al mes. Todo como si fuera un pequeño ghetto donde lo que más importa es inferir cuanto está ganando el del lado.



Ahora, con la debacle en el mercado de las hipotecas algunas cosas empezaron a cambiar. Según Iglesias, "había unos 150 mil personas trabajando en Wall Street hace algunos meses y ahora 30 mil perdieron el trabajo y tienen hipotecas de 9.000 dólares al mes. Cuando te despiden en un momento tan bajo de la industria no es nada fácil conseguir otro trabajo".



Perder sin culpa



Otros, como Michael Fuld, CEO de Lehman Brothers, vendía en secreto su colección de arte contemporáneo. "Nueva York viene viviendo de los banqueros hace varios años. Los barman de los bares, los cirujanos plásticos, los dueños de restoranes caros, los que construyen edificios nuevos, los artistas ni hablar, todos ellos han vivido estos últimos diez años de los banqueros. Puede que haya una depuración, porque muchos precios estaban hinchados, todo es carísimo", cuenta Iglesias desde la ciudad más nombrada en los medios durante las últimas semanas.



Dice que no hay culpa, que sus amigos argentinos de Lehman pasaron a Barclays sin culpa, ni nadie los apunta con el dedo por haber trabajado ahí. "Hay una cuestión genética en los traders que les impide agachar la cabeza", dice. En el libro recordando otras caídas, los Golden Boys se defienden diciendo que la culpa no fue de ellos sino de los que se endeudaron sabiendo que no podían pagar.



Lo más probable es que Wall Street se haga más pequeña y que la competencia sea más dura, pero los bancos de inversión seguirán alimentando la cultura de la codicia. En palabras de Iglesias: "Los bancos de inversión siempre están mirando de donde sacar plata y dársela a otro que la necesita. Pasaba con las empresas de Internet hace diez años y pasó con las hipotecas hace cinco, es parte de la cultura de Wall Street".

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