Publicidad

La popularidad de Bachelet, el gran dilema de la estrategia piñerista

Aunque el discurso oficial en el comando del candidato presidencial de la derecha es que la alta aprobación alcanzada por la mandataria no necesariamente favorecerá al abanderado del oficialismo, lo cierto es que existe un grupo que observa con recelo el fenómeno. Estos creen que ya pasó la etapa en que había que tratar con guante blanco a la mandataria y que llegó la hora de ponerse serios en esta campaña.


Desde que se conocieron las cifras, la oposición trató de desvirtuar los posibles efectos de la encuesta de Evaluación de Gestión del Gobierno dada a conocer la semana pasada por Adimark, y según la cual Michelle Bachelet pasa por el período más alto de aprobación de su gestión (62,2 %) desde que asumió; sin embargo, no son pocos los integrantes del comando piñerista que se han tomado el tema con preocupación y uno de los principales argumentos que le restan liviandad al análisis es que ninguna coalición gobernante ha perdido una presidencial con tan alto nivel de respaldo.  Así las cosas, emerge nuevamente la eterna disputa entre si seguir con la estrategia del bacheletismo-aliancista, es decir, reprimirse de atacar a la mandataria, o asumir de plano el desalojo.

Como han reconocido al interior del propio comando, está comprobado que al desafiante de oposición no le reporta electoralmente lanzarse contra la Presidenta, pero también es cierto, dice una fuente de la derecha, que así se está perdiendo la posibilidad de poner en evidencia las «grandes debilidades del actual gobierno». Con lo que alude particularmente al desgobierno, o falta de liderazgo de Bachelet que ha quedado en evidencia en una serie de temas; de lo que se desprenden otros dos flancos como son las «fallidas políticas públicas y la corrupción», que en la Alianza estiman que la mandataria no ha logrado contener.

De allí que el hecho de que la popularidad de Michelle Bachelet vaya al alza coloca a la oposición en la disyuntiva de continuar con una estrategia a sabiendas de que a la larga le puede ser perjudicial, u optar por ceder a la presión interna de quienes ven en la teoría del desalojo de Allamand la única fórmula de convencer a la mayoría del electorado de la necesidad de un cambio.

Quienes creen que el desalojo es la mejor estrategia para asegurarle a la derecha su llegada a La Moneda, reconocen a regañadientes que hasta ahora «la enorme desafección del electorado hacia la Concertación» ha sido un plus a favor de Sebastián Piñera. Pero estiman que el candidato y sus equipos podrían sacar una mayor ventaja si se abocan a la tarea de mostrarle a la ciudadanía lo mal que, gobierno tras gobierno, lo ha ido haciendo el oficialismo. Para eso hay que quebrar huevos. Y quien tendría que pagar los costos de una mala gestión es la Presidenta Bachelet. Para eso dicen en el piñerismo es necesario echar a los fiscalizadores tras la presa y no dejarle pasar una. Ello porque uno de los principales objetivos del comando de la derecha debería ser impedir que la popularidad de la mandataria siga aumentando. Reducir su capital político.

Si bien hasta ahora nada indicaba que pudiera producirse un trasvasije de la popularidad de  Bachelet hacia el abanderado de la Concertación, lo cierto es que eso sólo podría medirse en las próximas encuestas, dado que hasta el fin de semana pasado el conglomerado gobernante carecía de candidato único. Recién en futuros sondeos se podrá establecer si la aprobación de la mandataria le chorrea a Eduardo Frei Ruiz-Tagle. Por lo pronto, la encuesta dada a conocer ayer martes por La Segunda, y realizada con la Universidad del Desarrollo, muestra un tímido aumento del senador DC -de 37 a 39 por ciento- y un leve estancamiento de Piñera -baja de 46 a 45 por ciento-, pues se estrechan las cifras en segunda vuelta.

Algunos de los que se oponen a la actual estrategia y abogan por asumir de una vez por todas la tesis del desalojo, estiman que en esta campaña la derecha «está cometiendo los mismos errores de la elección pasada». Con ello apuntan, particularmente, al hecho de que el año 2003 estaba todo dado para que la Alianza diera un golpe de efecto y, aprovechando el difícil momento que atravesaba Ricardo Lagos, se hubieran utilizado los malos índices marcando la mala conducción que llevó a situaciones como el MOP-Gate. Pero lejos de aquello, explica una fuente, se produjo un cambio de eje del que sindican como responsable a Pablo Longueira, quien al tenderle una mano al entonces mandatario, a través de la Agenda de Modernización, le permitió sortear la crisis y terminar su administración con una alta aprobación popular que terminó colocando a Bachelet en La Moneda.

Ahora, dicen las mismas fuentes, se está repitiendo el episodio. El cambio de eje se habría producido el 2007, cuando Joaquín Lavín se declaró bacheletista-aliancista, anulando totalmente la teoría del desalojo. Con ello, habría dejado a la candidatura de Piñera en una indefinición estratégica. Y cuando el piñerismo se niega a «pegarle» a la Presidenta le permite indirectamente seguir creciendo en popularidad, la que podría redundar a favor de Frei tarde o temprano. Además, está el hecho de que tampoco durará mucho el argumento de que un amplio porcentaje de quienes aprueban la gestión de Bachelet votan por el empresario, porque en la derecha aseguran que este último mes ese grupo ya ha disminuido en algunos puntos.

 

Publicidad

Tendencias