Publicidad

Preguntas insoportables sobre la televisión en Chile

Digan lo que digan y aunque, como se acostumbra entre nosotros, se enfurezcan los que reciban el sayo, en Chile no tenemos Televisión Pública más que de nombre. Y los privados no parecen considerar que en ese ámbito, tal vez principalmente, deberían demostrar su responsabilidad social.


El Presidente de la República, Jorge Alessandri Rodríguez, se inclinó sobre el mesón del estrado en el salón de plenarios del Congreso Nacional y exclamó: -¡Por favor, señor, déjeme hablar!

¿Qué había pasado? Es el 21 de Mayo de 1962, y por primera vez, se transmite por televisión el Mensaje presidencial que inaugura el período de sesiones ordinarias del Congreso. Las rudimentarias cámaras del canal 9 de la Universidad de Chile no tenían zoom y la única manera de cerrarse sobre un objetivo era acercándose físicamente. El camarógrafo, con los oídos tapados por los fonos en que recibía las órdenes del director, Raúl Aicardi, no se dio cuenta de que estaba respondiendo a gritos. Y, tras comenzar con una toma amplia desde el fondo,  a medida que fue acercándose a la testera su voz empezó a confundirse con la del Presidente.

Con esa esforzada transmisión el canal universitario iniciaba la que entonces se consideraba sería la función esencial de la televisión. Un servicio público para integrar y educar al país. Por algo había sido confiado a las universidades este instrumento capaz de llevar sonido e imagen a todos los hogares del país. Porque si hubieran dispuesto de tan formidable medio de comunicación los estadistas que forjaron nuestra república durante el siglo XIX, alfabetizar al país habría tomado cuando mucho una década en vez de un siglo. Y eso, por lo visto, es lo que comprendían los estadistas de los años ’60 del siglo XX.

Hace un par de años, en una pintoresca ceremonia, el Senado entregó algunos premios a la televisión. Se suponía que le celebraba sus cuarenta años o algo así. No se hizo mención siquiera de esa primera ocasión y sus protagonistas. Seguramente porque, a tono con la liviandad con que nuestras autoridades miran al medio actualmente y el papel frívolo que se le ha asignado, lo ignoraban. Y si no lo ignoraban, lo que sería muy raro, sería porque no comprenden la trascendencia que tuvo instalar como una tradición el llevar a todos los hogares del país las ceremonias más importantes de nuestra liturgia cívica.

Ahora se ha discutido latamente la nueva norma digital a adoptar y que, se dice, permitirá aumentar considerablemente el número de canales de libre recepción. Esos que llegan a todos los hogares sin discriminar a los que no pueden pagar. Pero todavía no se escucha una discusión del mismo calibre respecto a lo que verdaderamente importa: los contenidos que se transmitirán a la población a través del nuevo sistema.

La ciudadanía, siempre marginada de las grandes decisiones, tiene derecho a preguntarse a quienes y para qué se otorgarán las nuevas concesiones. ¿Seguirá todo en manos de, condicionado por, y al servicio del gran dinero? ¿Habrá nuevas legislaciones lo suficientemente claras y específicas como para que no terminen en letra muerta? Digan lo que digan y aunque, como se acostumbra entre nosotros, se enfurezcan los que reciban el sayo, en Chile no tenemos Televisión Pública más que de nombre. Y los privados no parecen considerar que en ese ámbito, tal vez principalmente, deberían demostrar su responsabilidad social.

(*) Patricio Bañados es periodista, conductor de radio y televisión y fue rostro de la campaña televisiva en favor de la opción ‘NO’ en el plebiscito de 1988.

Publicidad

Tendencias