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La pesadilla de vivir con un crédito Corfo

Alejandra Carmona López
Por : Alejandra Carmona López Co-autora del libro “El negocio del agua. Cómo Chile se convirtió en tierra seca”. Docente de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile
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Clemente Quintana debe más de 7 millones de pesos por la carrera que su hijo ni siquiera terminó. Hace seis años ni él ni su familia tienen vacaciones. Cuando perdió su trabajo entró al círculo negro de Dicom que le impidió pagar y avanzar en ofertas laborales. Su casa se fue a remate y la salvó, pero no sabe por cuánto tiempo. Esta es sólo una de las miles de historia que tejen los chilenos más pobres que han abrazado el sueño de estudiar en la universidad.


Sentado en una silla, frente a un ejecutivo de la casa central del Banco Estado, Clemente Quintana Campos (60) mencionó sus tres posibilidades: inmolarse en Estación Central, Vicuña Mackenna o en calle Ahumada.

Respira. Clemente respira profundamente porque si no lo hace, el llanto se transforma en una explosión que su cuerpo no maneja. “Cuando me senté frente a ese ejecutivo y con dolor le conté lo que me pasaba y que en verdad ya no me quedaban más alternativas, me miró sin poder hacer nada”.

En ese minuto para Clemente y su familia, la historia había llegado a un punto final. El año 2001, después de egresar de Nuestra Señora de Guadalupe, un colegio particular subvencionado de la comuna de La Granja, su hijo Cristián (28), decidió entrar a la universidad. Era un sueño no sólo para él, también para la familia. La esposa de Clemente, Jessica, es dueña de casa; y él llegó hasta sexto año de Humanidades en un colegio de Quinta Normal que recuerda pocos próceres, entre ellos al general de Carabineros, José Bernales.

Respira. Respira y dice lo que cada cierto tiempo repetirá en esta entrevista: “Este es el momento, señorita”. Porque Clemente cree que todo lo que está ocurriendo en las calles, en las marchas, en los colegios en toma, en el descontento, en los debates, en el discurso del Presidente, en todo Chile, tiene que ver con él y con el futuro incierto que emprendió cuando firmó el primer pagaré para que su hijo fuera ingeniero.

La casa

El arancel por el que firmó el primer pagaré fue de $ 2.800.000. Correspondía a un año de Ingeniería Comercial en la Universidad Central. Todo se pagó sin problemas, aunque con mucho esfuerzo. El segundo año, debió firmar un nuevo pagaré por casi el mismo valor, pero además le ofrecieron un extra en el banco. “Me dijeron que podía sumar lo que me faltaba por pagar de mi casa”. Y así lo hice. Ese monto era aproximadamente 2 millones de pesos más. El tercer año vino la debacle: su hijo perdió un par de ramos y él perdió el trabajo. Se le hizo cuesta arriba pagar una cuota que para entonces ya se tragaba más del 30% de su sueldo y en la casa tenían una renta promedio de $ 500 mil.

Alguna vez tuvo ganas de estudiar porque sólo tiene cursos de capacitación en su currículum, sin embargo, fue a una universidad privada y descubrió que para lograr su objetivo debía gastar un tercio de su sueldo. Era él o su hijo.

Cristián hizo los dos primeros años en la Universidad Central y los dos siguientes en la de Las Américas.

[cita]“Cuando uno se endeuda porque sus hijos estudien da rabia, impotencia, uno deja de vivir. Pero yo sé que incluso hay casos peores a los míos. Conozco un señor que tuvo que pagar la carrera de su hijo en la Universidad La República aunque ésta había quebrado”, dice entre sollozos que alguna vez controló en un consultorio de la Granja. Le dieron pastillas para la angustia, pero luego de un tiempo las dejó.[/cita]

“Cuando el agua me llegó hasta el cuello me desesperé. Golpeé todas las puertas posibles. Le mandé una carta al hermano del Presidente que estaba en el Banco Estado (Pablo Piñera). También le escribí a la diputada Ximena Vidal y al senador Jorge Pizarro. Un asesor de este último me dijo que ahora no estaban viendo una ley al respecto, que no podían hacer nada. Nunca tuve más respuestas y la angustia seguía creciendo, la deuda también. Hasta que un día un ejecutivo me dijo… ‘bueno venda su casa”.

En este tiempo sólo ha recibido la ayuda del departamento jurídico de la Municipalidad de La Granja.

Esos recuerdos son un dedo impertinente que le aprietan el pecho, porque desde que adquirió el crédito, lo único que ha hecho ha sido vivir con la deuda como sombra. La familia se dedicó a sobrevivir: las últimas vacaciones fueron hace cinco años en Linares y los últimos zapatos que adquirió, los compró el 2007. Eran de cuero, negros.

“Cuando uno se endeuda porque sus hijos estudien da rabia, impotencia, uno deja de vivir. Pero yo sé que incluso hay casos peores a los míos. Conozco un señor que tuvo que pagar la carrera de su hijo en la Universidad La República aunque ésta había quebrado”, dice entre sollozos que alguna vez controló en un consultorio de la Granja. Le dieron pastillas para la angustia, pero luego de un tiempo las dejó. Su preocupación estaba concentrada, absolutamente, en salir de las deudas.

A fines del año pasado su casa entró a remate. “Me llegó una copia del tribunal donde el banco solicitaba el remate del bien raíz. Ya llevaba año y medio sin poder pagar la deuda y Dicom era una bicicleta. Pedía trabajo, pero como tenía Dicom, no me daban”, cuenta.

La casa, en la Villa Los Pensamientos de La Granja, es el orgullo de esta familia. Al principio era un refugio de 40 mts2. Con esfuerzo la ampliaron a 90. Ahí vive, además, Stephany, la hija de Clemente que estudia Enfermería en la Universidad Andrés Bello con Crédito con Aval del Estado. “Ese será otro dolor de cabeza cuando ella salga porque la tasa de interés el altísima”, comenta.

Hace 40 días Clemente vio aminorada en algo su angustia: una empresa láctea lo contrató y ya recibió su primer sueldo, $ 173 mil, que le alcanzan en algo para vivir el día a día. Aún no le alcanza para pagar lo que debe por la universidad de Cristián, una cifra que crece por sobre los 7 millones de pesos, aunque su hijo solo llegó hasta cuarto año y no quiso seguir la carrera por todas las complicaciones económicas. Ahora Cristián trabaja en Curicó, no tiene esperanzas de estudiar en el corto plazo. Todo esto se lo contó también al propio ministro Joaquín Lavín, a quien le envió una carta el 20 de junio pasado.

Clemente no quiere que le regalen nada. Sólo quiere que los que toman decisiones entiendan que como su historia, hay muchas. “Este es el momento justo y apropiado donde tenemos que darle salida al anhelo que tienen los hijos y padres de salir adelante, para acortar las brechas sociales, para dar el paso necesario como país y sociedad para sacar esto adelante. Para que esto que yo vivo, no siga pasando”.

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