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Felipe Berríos y la extrema unción del movimiento estudiantil Opinión

Felipe Berríos y la extrema unción del movimiento estudiantil

Fernando González M.
Por : Fernando González M. Periodista, egresado de magíster en Gerencia y Política Pública Usach.
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La vandalización del Templo de la Gratitud, en pleno Santiago, el jueves pasado, y la destrucción, en vivo para todo Chile, del crucifijo extraído desde su interior, fue un autoatentado para el movimiento estudiantil, en un país donde la mayoría se declara católica. 


La «notificación» que realizara un grupo de estudiantes a la Presidenta Bachelet en La Moneda («en su propia casa, para que no se enterara por la prensa», dijeron) fue vista como la vuelta a la vida de un movimiento estudiantil que había estado de capa bastante caída, debido a que el Gobierno estaba trabajando para usted en distintas medidas que apuntaban principalmente a la «gratuidad».

Aunque sin mucha claridad en el común de la gente respecto de las razones de esta «radicalización», algunos pensaron que el movimiento estudiantil se aprestaba a revivir sus momentos de mayor gloria.

Las señales fueron confusas. El llamado «desde arriba» a tomarse colegios tuvo cierto eco en la toma de algunas decenas de instituciones estudiantiles y el paro de otras tantas. Punto a favor. La Usach, por su lado, rechazó irse a paro, generando portadas de Las Últimas Noticias. Punto en contra.

La exitosa convocatoria a las marchas era una señal favorable. La muerte del trabajador, guardia de seguridad, en Valparaíso, fue una señal de alerta. No fue leída con la importancia debida. Daños colaterales, habrán dicho algunos.

La vandalización del Templo de la Gratitud, en pleno Santiago, el jueves pasado, y la destrucción, en vivo para todo Chile, del crucifijo extraído desde su interior, fue un autoatentado para el movimiento estudiantil, en un país donde la mayoría se declara católica.

El repudio fue generalizado. Incluso los líderes estudiantiles rechazaron el hecho, aunque algunos solo porque afecta o no contribuye a los fines del Movimiento.

El Gobierno también repudió, como lo hace siempre, la violencia.

La UDI recordó que en su momento se rechazó criminalizar el uso de capuchas.

¡Dimes y diretes!

Pero tuvo que ser el cura Felipe Berríos quien orientara, en la práctica, el camino que debía seguir el Gobierno para hacer frente a este actor social-político.

Enojado, por la destrucción del templo, el jesuita calificó a los estudiantes como «jóvenes mimados por el consumo» e «hijos del mercado» a los cuales «todos tenemos que soportar sus rabietas», porque «no tienen ningún respeto por el resto de la gente y actúan de forma agresiva si no se les da todo lo que piden».

[cita tipo=»destaque»] La brillantez intelectual no es una de las características más destacadas entre los políticos actuales. Eso explica también por qué el respaldo de una reforma educacional que contaba con dos tercios de aprobación, cayó a menos de un tercio en este Gobierno. Habrá que ver si los líderes estudiantiles cuentan con la lucidez que llevó a que la ciudadanía hiciera suya una demanda como el fin de la educación de mercado, tema en deuda en momentos en que la participación de la banca en la educación, lejos de disminuir, ha aumentado.[/cita]

El clérigo católico no solo se refería al grupo que destruyó el templo –hecho repudiable, sin lugar a dudas–, sino que apuntó al corazón del Movimiento Estudiantil. «Uno podrá decir que son encapuchados, que son pocos, pero quienes marchan están allí, al lado. De afuera yo lo veo como la muestra de una cultura completa enmarcada en el enemigo, en ver al otro como un competidor, con una actitud de mercado, en la que si no me satisfacen, lo destruyo», dijo en una entrevista a La Tercera.

Finalmente, otorgó la extrema unción al movimiento estudiantil, al situarlos en competencia con otros actores sociales, diciendo que «tuvo un rol importante y fue apoyado por la sociedad, pero siento que ahora pocos entienden el esfuerzo que ha hecho el país, en materia tributaria y en otras reformas muy importantes para ellos. Todo eso no va a los ancianos, ni a los niños sin jardín infantil, ni a los enfermos terminales sin acceso a medicamentos. En Chile hay un millón de analfabetos. Y que estos jóvenes privilegiados se vuelvan a tomar la calle…», criticó.

«¿Por qué siempre hay que terminar en la calle principal con todo destruido? Yo veo miedo de rayarles la cancha a los jóvenes», recomendó el jesuita con una lucidez política que ya la quisieran Tironi, Cavallo y Paulsen.

Acto seguido, el día viernes, el Gobierno entendió que ahí estaba la llave que le faltaba. En tres tiempos, puso a los estudiantes en contraposición con los demás actores sociales y, principalmente, se situó a sí mismo en la contraparte, la de los «adultos».

Sin vacilaciones, se cuadró 100% con el «relato» de Berríos.

La senadora PS Isabel Allende –secundada por la alcaldesa de Santiago, Carolina Tohá– llamó a todos los adultos a unirse y no tener miedo a enseñar a los jóvenes el valor del respeto y la educación cívica. Siguiendo la tesis de los niños mimados, el ministro de Hacienda, Rodrigo Valdés, recomendó a los estudiantes «entender que los países tienen más responsabilidades».

La brillantez intelectual no es una de las características más destacadas entre los políticos actuales. Eso explica también por qué el respaldo de una reforma educacional que contaba con dos tercios de aprobación, cayó a menos de un tercio en este Gobierno. Habrá que ver si los líderes estudiantiles cuentan con la lucidez que llevó a que la ciudadanía hiciera suya una demanda como el fin de la educación de mercado, tema en deuda en momentos en que la participación de la banca en la educación, lejos de disminuir, ha aumentado.

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