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El Brexit y el comienzo del nuevo mundo ciudadano Opinión

El Brexit y el comienzo del nuevo mundo ciudadano

Fernando Balcells Daniels
Por : Fernando Balcells Daniels Director Ejecutivo Fundación Chile Ciudadano
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Estamos en el inicio de un mundo ciudadano. Apenas lo estamos recorriendo. La libertad de tránsito de capitales, mercaderías y mano de obra, no basta para sustentar el orden internacional. La naturaleza de las comunidades que entran en relación entre ellas es lo que está en cuestión. Lo que hicieron los ingleses fue una violenta parada de carro a su propio sistema político.


Son las 9:30 y ya todo está dicho sobre la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea. Los más veloces comentarios son los de las bolsas que a esta hora caen alrededor de un 10%. Simultáneamente, los mercados monetarios han reaccionado dramáticamente y la Libra Esterlina se ha derrumbado. En Chile a esta hora el dólar ya ha subido quince pesos y el alza no va a parar ahí. Se avecinan tiempos relativamente turbulentos. Después de la primera ola, mercantil, se abrirán brechas políticas que amenazarán con auges nacionalistas inusitados.

En lo práctico, vamos a tener un encarecimiento del crédito y un aumento de precios en los productos importados. Una mala mezcla de tendencias depresivas e inflacionarias. Sin embargo, esos serán efectos de corto plazo y de impacto acotado. Las réplicas y la volatilidad política y económica se van a prolongar al menos un par de años –tiempo que durará la negociación entre la Unión Europea y Gran Bretaña– y sus efectos se van a expandir fuera de Europa.

El señor David Gallagher, comentarista británico avecindado en estas tierras y que escribe antes del resultado del plebiscito, analiza el Brexit como el producto de un populismo antiexperto y paranoico. Lo sucedido en Inglaterra es un caso particular de la sospecha de que funcionarios oscuros y poderes ocultos conspiran en contra de nosotros. La gente, en la descripción de Gallagher, se indigna por fenómenos que no entiende, se victimiza y permanece pasivamente en su amurramiento desquiciado. Por supuesto, yo exagero y Gallagher también.

La mirada que ve comportamientos sicóticos en lo que pasa con la ciudadanía, en Europa o en Chile, esta empañada. Solo puede ver a víctimas borrosas y resentidas que se quejan de conspiraciones en todas partes y que, en todos los actos de la administración o de los mercados se sienten perjudicados. La mirada que describe a estas masas prisioneras de su ignorancia y de su tontera, no logra armar una explicación coherente, respetuosa y eficiente de lo que sucede actualmente en los desencuentros entre la política profesional y la ciudadanía.

Por último, si estamos tan locos y somos tan incompetentes como los expertos sugieren, no es en esa destitución ciudadana donde encontraremos caminos de solución de los problemas políticos. En el argumento que descarta todo punto de vista ciudadano por populista solo hay una insistencia en las mismas políticas olímpicas que llevan al Brexit, al nacionalismo y al particularismo individualista.

Lo interesante de lo que ha sucedido en Gran Bretaña es que la obsolescencia de nuestras categorías analíticas se ha vuelto finalmente ineludible. En el rechazo a la Unión Europea, intervienen egoísmos territoriales sometidos a presión por la ola migratoria africana. Interviene la desconfianza a una burocracia supraestatal (Bruselas) alejada de la gente, difícil de controlar y que establece, como todo ser vivo, una prioridad en su propio crecimiento. Contra la súper burocracia, se manifiestan las voluntades de autonomía y de control democrático. Autonomías nacionales y locales se rebelan en contra de conglomerados estatales más grandes.

De modo que nacionalistas y autonomistas se enfrentan juntos contra el monstruo imperial. Puesto así, una derecha nacionalista y una izquierda autonomista se enfrentan en contra de un poder sin rostro y sin responsabilidades exigibles. En la otra vereda, liberales de mercado y estatistas imperiales se unen en defensa de un sistema unificador, objetivo e impersonal de Gobierno.

Este debería ser el momento en el que los expertos tomen conciencia de la estrecha unidad entre el mercado y el Estado. Tal vez, si se dan cuenta de que los mercados son una invención del Estado y una prolongación del ideal técnico del funcionario, entenderán, finalmente, que el capital y el capitalista son sujetos diferentes. Que los movimientos sociales que obedecen el mandato divino o a la inercia mecánica de sus engranajes, expulsa la voluntad, la libertad de cambiar y de crear nuevas formas de convivir.

Buenos y malos unidos jamás serán vencidos.

[cita tipo= «destaque»]Si estamos tan locos y somos tan incompetentes como los expertos sugieren, no es en esa destitución ciudadana donde encontraremos caminos de solución de los problemas políticos. En el argumento que descarta todo punto de vista ciudadano por populista solo hay una insistencia en las mismas políticas olímpicas que llevan al Brexit, al nacionalismo y al particularismo individualista.[/cita]

Es un avance mayor que la distinción entre unos y otros se nos vuelva imposible. Incluso se nos hace difícil tomar posición; a la distancia podemos apreciar lo que nos cuesta ver en Chile, que adherir a una u otra posición requiere un acto de reflexión o un ejercicio cada vez nuevo de la libertad. De modo que Nicanor Parra tenía la razón: izquierda y derecha unidas son las que pueden hacer política en contra de los sistemas automáticos de sustracción de la soberanía de la gente. Esto revela también que la razón poética es la forma superior de la razón política.

El esfuerzo intelectual al que el señor Gallagher no está dispuesto a entrar es el de saber cómo acercarnos y resolver nuestros conflictos en la educación, en la regionalización, en el ordenamiento Constitucional y en Arauco.

No podemos caracterizar el conflicto Mapuche con el instrumental conceptual que tenemos. No es exacto decir que aquí hay un conflicto de nacionalismos. No nos acerca a nada decir que el movimiento Mapuche es de izquierda o de derecha. Tampoco nos sirve descartarlo por su expresión más extrema y calificarlo de delictual. Menos que todo nos sirve la respuesta policial.

La valentía de los Ingleses ha sido increíble, más allá de si sus motivaciones son de un egoísmo deplorable o si son democráticas. No solo corren riesgos de empobrecerse y de sufrir represalias económicas graves, van a tener que asumir la búsqueda de nuevas formas de entender la política, la sociedad y las relaciones mundiales.

La unidad del reflejo nacionalista y de las aspiraciones autonómicas, la confluencia –para ponerlo de manera que se entienda– entre instintos fascistas y movimientos hippies está fuera de la capacidad de entendimiento de nuestra ciencia política. Es posible que ambos se encuentren en la feria de productos orgánicos y que luego se enfrenten en la elección de representantes políticos. Es posible que un fantasma campesino realice la unidad en contra de la concentración de poder urbana, técnica y anónima. Puede ser que esto sea un retorno al pasado, pero sin duda es una señal de las tensiones que buscan un reequilibrio en el futuro próximo.

La historia no tiene una dirección única y trazada de antemano. El Brexit rompe el optimismo de un cosmopolitismo que se ha enredado en la burocracia y que está desde ahora desafiado a encontrar nuevos accesos ciudadanos y a inventar nuevas formas de organización del poder en la sociedad.

Estamos en el inicio de un mundo ciudadano. Apenas lo estamos recorriendo. La libertad de tránsito de capitales, mercaderías y mano de obra, no basta para sustentar el orden internacional. La naturaleza de las comunidades que entran en relación entre ellas es lo que está en cuestión. Lo que hicieron los ingleses fue una violenta parada de carro a su propio sistema político. Eso va a ser lo que se abra ahora en Francia y en la propia Gran Bretaña. Francia, cuna del Estado democrático, no tiene una Escocia que perder, porque para formar su Estado aniquiló hace mucho a la Occitania, pero no van a faltar presiones con denominación de origen que asolen sus campos.

El Brexit es una opción por las identidades locales, cercanas a lo familiar, en contra de las identidades imperiales. La mayoría de los nacionalismos de hoy aspira a reconstruirse desde lo pequeño. Ninguno está en condiciones de emprender aventuras expansivas abiertas como las que han moldeado el mundo en los últimos 500 años. Quizá la Rusia de Putin está en medio de un proceso reconstructivo, todavía medido en su agresividad. China intenta hacer valer su poderío en la región asiática, pero ese es un imperio sujeto a tensiones autonomistas que recién empiezan a manifestarse.

Aquí lo que está en juego, en todo el mundo, es la forma del Estado que organiza la convivencia. Más exactamente, la fuerza de la gente y de la ciudadanía en la forma de operar y las decisiones que toma el Estado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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