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La soledad final de Bachelet y la ruina de la Nueva Mayoría Marca oficialista queda en el suelo tras contundente derrota municipal

La soledad final de Bachelet y la ruina de la Nueva Mayoría

Marcela Jiménez
Por : Marcela Jiménez Periodista de El Mostrador
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En la Nueva Mayoría no son pocos –como Girardi, por ejemplo– los que reconocieron que los resultados de las elecciones municipales están “indisolublemente ligados” a lo que ha sido la gestión del Gobierno, lo que fue refrendado públicamente por Lagos Escobar; que en un sector de la abstención, como en la derrota de figuras estrechamente ligadas al Ejecutivo, cual fue el caso de Carolina Tohá en Santiago, hubo abiertamente un “voto de castigo” y que no se puede desconocer que parte de las responsabilidades recaen en la sordera política de Palacio.


En un día de elección, si las vallas de contención se empiezan a guardar a las 19:30 horas y no llega ni un tercio de los invitados, son dos señales inequívocas de una aplastante y amarga derrota. En el caso de la administración bacheletista, anoche ambas situaciones fueron además dos síntomas irrefutables de la soledad política de la Mandataria para el tramo final de su gestión, del divorcio que se instaló definitivamente entre La Moneda y la Nueva Mayoría, como también del complejo momento que atraviesa la coalición oficialista, una alianza estratégica que unió formalmente lo que fue la Concertación con el Partido Comunista hace cuatro años, pero que a todas luces hoy ya no da dividendos rentables.

Desde La Moneda se invitó a todo el oficialismo a que escucharan juntos los recuentos, proyecciones y resultados de los comicios municipales, por lo que durante la semana se les dijo esto a ministros, subsecretarios, directores de servicios, pero además a los presidentes de los partidos de la Nueva Mayoría, a las directivas, parlamentarios, jefes de bancada, candidatos a alcaldes y concejales. La propia Ana Lya Uriarte, jefa de gabinete de la Presidenta, repasó durante el día de ayer telefónicamente una parte de la lista de invitados, especialmente a todas las cartas presidenciables de la coalición, para que llegaran en la tarde a Palacio.

La idea del segundo piso de la Casa de Gobierno era –según confesaron– tener La Moneda “abierta a la coalición”, que fuera el punto de encuentro de todos, el lugar de celebración si los resultados eran favorables y que, en caso de una derrota, se aprovechara la oportunidad de generar una “instancia de camaradería política” para dar una señal de unidad.

Pero nada de eso sucedió, porque casi nadie llegó.

A goteras ingresaban sobriamente subsecretarios, jefes de servicio y algunos asesores, ministros sectoriales; el único presidenciable del oficialismo que apareció fue el agente José Miguel Insulza y, a nivel de parlamentarios, solo se vio por un rato al senador PPD Guido Girardi y al diputado Jorge Tarud.

Es cierto que durante la administración de Sebastián Piñera el ambiente sombrío, la soledad y la sensación de derrota que imperaron en La Moneda para las municipales el año 2012 fueron casi iguales a las vividas anoche en la sede de Gobierno como una suerte de déjà vu palaciego, pero, en el caso de la Nueva Mayoría y su relación con Bachelet, la explicación pasa necesariamente por dos situaciones claves que vivió el oficialismo la última semana.

El fracaso de la ley exprés que tuvo que ser retirada del Congreso porque, a pesar de las numerosas reuniones políticas que se registraron, no logró aglutinar a los parlamentarios de la Nueva Mayoría con la iniciativa que impulsó su propio Gobierno como salvavidas para solucionar el bochornoso error con el padrón electoral, marcó un quiebre real entre la coalición y La Moneda.

[cita tipo=»destaque»]Esto es un desastre”, “es una debacle total”, “el ambiente es malísimo”, “el ánimo es de lo peor”, “nunca se pensó que sería tan malo el resultado”, fueron solo algunas de las opiniones que en voz baja se expresaron ayer entre los inquilinos de La Moneda. Una hora y media después que se habían cerrado las mesas de votación se asumía una suerte de estado de “shock” con los resultados y que no había mucha claridad de cómo bajarse políticamente en un escenario que había superado, con creces y para mal, los pronósticos y expectativas que había en Palacio hasta el viernes.[/cita]

El segundo episodio fue la polémica “operación Pacheco”, de la cual Bachelet fue una de las protagonistas. En el ajuste ministerial del miércoles 19 de octubre salió del gabinete el ministro de Energía, para instalarse como generalísimo de la campaña de Ricardo Lagos, una decisión que fue concordada a través de un diálogo permanente entre las tres figuras, tal como se reconoció públicamente ese día, lo que cayó pésimo en un amplio sector de la coalición oficialista que vio, sintió y entendió aquello como una abierta intromisión de La Moneda en la carrera presidencial para el 2017.

“El problema es que La Moneda dejó de ser la casa común, se metió en la presidencial y eso fue un error, La Moneda ya no aglutina y por eso nadie fue”, confesó un influyente asesor de Gobierno.

Esos fueron los dos hechos puntuales la última semana, pero la verdad es que en el oficialismo reconocen que las desavenencias entre La Moneda y la Nueva Mayoría se han ido peligrosamente acumulando durante el año, fracturándose la base política que se creó precisamente para pavimentar y asegurar el regreso de Bachelet a Chile en marzo del 2013.

En Palacio es habitual escuchar críticas a la falta de liderazgos reales en la coalición respecto a la capacidad de ordenar a las huestes oficialistas, de alinear a los parlamentarios y asegurar los votos en el Congreso, mientras que desde la Nueva Mayoría los principales reclamos son el “encastillamiento” de la Mandataria y el débil comité de ministros políticos –liderado por el jefe de Interior, Mario Fernández– que no tiene las herramientas ni habilidades para conducir eficientemente al Gobierno.

En shock

Esto es un desastre”, “es una debacle total”, “el ambiente es malísimo”, “el ánimo es de lo peor”, “nunca se pensó que sería tan malo el resultado”, fueron solo algunas de las opiniones que en voz baja se expresaron ayer entre los inquilinos de La Moneda. Una hora y media después que se habían cerrado las mesas de votación se asumía una suerte de estado de “shock” con los resultados y que no había mucha claridad de cómo bajarse políticamente en un escenario que había superado, con creces y para mal, los pronósticos y expectativas que había en Palacio hasta el viernes.

Con el cierre de las mesas de votación, la oficina del subsecretario del Interior, Mahmud Aleuy (PS), se transformó en un improvisado centro de cómputos, donde se siguieron varios recuentos en las distintas pantallas de televisión que había en el lugar. Hasta ahí llegó Ana Lya Uriarte y el principal asesor de contenidos de la Presidenta, Pedro Güell, quienes después cruzaron en silencio al segundo piso de La Moneda, cuando las tendencias electorales ya eran irremontables.

Bachelet estuvo mucho rato en el Salón Montt-Varas con los pocos invitados que sí llegaron, comentando los cómputos que aparecían en televisión, viendo las escenas triunfales de Piñera y Evelyn Matthei en Providencia, analizando la alta abstención que se empinó al 67%. Entre quienes estuvieron allí, dijeron al salir que la situación era “masoquista” y que la Mandataria compartía plenamente la visión de quienes consideraron anoche que ese escuálido 33% que sufragó, que las más de 900 mil personas menos que votaron en comparación con el 2012, generan un escenario en el que nadie puede atribuirse un triunfo contundente o una derrota inapelable.

«Hoy Chile ha hablado y hemos oído su mensaje», dijo Bachelet pasadas las 21 horas en el patio de Las Camelias, rodeada de un pequeño grupo de colaboradores. «Debemos escuchar este llamado de atención, porque tiene fundamento (…). Hemos tenido debilidades en algunas comunas y como coalición a veces hemos mostrado más división que unidad en torno a los temas que de verdad importan a los ciudadanos», agregó.

En su discurso, Bachelet dejo entrever la tensa relación que hay entre su Gobierno y la coalición, por lo que deslizó una dura crítica a la Nueva Mayoría: “Como coalición tenemos que deponer los personalismos y los cálculos de corto plazo y unirnos para reconquistar el más amplio apoyo ciudadano», sentenció la Presidenta, quien tras su intervención se retiró a su despacho acompañada de Uriarte y su jefa de prensa, Haydée Rojas, mientras los ministros presentes se reunieron improvisadamente en la sala del comité político.

Pero, a la hora de buscar responsables, las interpretaciones anoche en el oficialismo fueron bien distintas a las de La Moneda.

En la Nueva Mayoría no son pocos –como Girardi, por ejemplo– los que reconocieron que los resultados de las elecciones municipales están “indisolublemente ligados” a lo que ha sido la gestión del Gobierno, lo que fue refrendado públicamente por Lagos Escobar; que en un sector de la abstención, como en la derrota de figuras estrechamente ligadas al Ejecutivo, cual fue el caso de Carolina Tohá en Santiago, hubo abiertamente un “voto de castigo” y que no se puede desconocer que parte de las responsabilidades recaen en la sordera política de Güell de insistir y solo apostar a que la Mandataria será reconocida en el futuro, que va a quedar en los libros de historia gracias a sus reformas y que, mientras tanto, se dejó a un lado el cotidiano de ser Gobierno, incurriendo en un sinfín de errores y mala ejecución.

En la Nueva Mayoría dicen que La Moneda tiene la tarea estos días de intentar recomponer a las huestes oficialistas, intentar convocar a la unidad de la coalición y ver cómo se mueve en la arena movediza de la contienda presidencial, porque con dos millones de personas que optaron por una candidatura independiente, con la alta abstención y el triunfo de Jorge Sharp en Valparaíso, en el oficialismo hay quienes reconocen que de todos los presidenciables el único que quedó en mejor posición es el senador por Antofagasta, Alejandro Guillier, precisamente la carta por la que no se habían inclinado en Palacio.

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