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La izquierda tumultuosa Opinión

La izquierda tumultuosa

Arturo Fontaine
Por : Arturo Fontaine Universidad Adolfo Ibáñez y Universidad de Chile.
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La opción de la izquierda es: o la poesía del pueblo que aspira al estado de movilización permanente o la prosa de las democracias reales que son representativas. Sin representación no hay democracia. Y cuando las democracias son reales, prima lo que Foucault llamó gobernamentalidad, los saberes expertos, las políticas públicas y, asimismo, el tira y afloja, la negociación, el do ut des (doy para que me des) requerido para forjar acuerdos.


El socialismo carece de gobernamentalidad autónoma», afirma Foucault. O se acopla al mercado o al Estado Policial. En Alemania de los 70, el primer caso se daba en el socialismo de Helmut Shmidt y, el segundo, en el socialismo de Erich Honecker.

La crítica de Foucault apunta a la izquierda francesa de su tiempo, pero creo que su planteamiento se aplica a la izquierda tipo Podemos de España, al chavismo de Venezuela y a otros populismos contemporáneos. Como todos sabemos, la izquierda que comienza a roncar fuerte hoy en Chile, es parecida a la de Podemos.

Se sigue de Foucault que no existe tal cosa como una teoría económica socialista. Según von Mises, lo que se llama «economía socialista» es la generalización de la planificación propia de la economía de guerra. Estudia al socialismo con planificación central, pero también otros socialismos en los que se intenta crear una economía que «supere» la propiedad privada de los medios de producción y el mercado.

Venezuela es un ejemplo. Se avanza a una economía de guerra: 18 generales a cargo del racionamiento, uno a cargo del arroz, otro de los porotos, y así por cada producto. Esta escasez no era algo buscado, pero hay una lógica que conduce a este resultado. Y el resultado, como mostró Hayek, pone en marcha otra lógica que conduce a otro resultado no buscado: la dictadura.

El Estado Policial no es un objetivo, sino consecuencia indeseada, pero virtualmente inevitable, de prácticas reñidas con la gobernamentalidad. A la larga, el socialismo de la pobreza involuntaria y el racionamiento queda fuera de la historia –salvo como gran utopía, es decir, como gran fracaso– y colapsa. Por eso, Foucault celebra el momento en el que el Partido Socialista alemán, el partido de Marx, abandona su programa de expropiación de los medios de producción (1959).

Concertación y sistema económico

Entonces, cuando la Concertación adopta y reforma el sistema económico heredado en lugar de cambiarlo de cuajo, ¿lo hace solo por miedo?, ¿porque la Constitución lo impedía o los grandes empresarios? No. Obviamente, los militares, la Constitución vigente, los grandes empresarios formaban parte de la realidad, pero la justificación principal no es ni el miedo ni la cooptación.

La Concertación necesitaba legitimar y consolidar la democracia y su gobierno democrático ante la ciudadanía, y el crecimiento económico –porque mejora los ingresos que la gente procura– es un medio quizás indispensable para conseguirlo. El sistema económico «neoliberal» permitía producir rápidamente ese crecimiento. ¿Cuál era la alternativa?

El fracaso económico de la Concertación hubiera podido potenciar la nostalgia de los militares. En el plebiscito del 88, el «Sí» a Pinochet obtuvo un 44%. Un 7% de votantes del «No» que se arrepintiera bastaba para revertir la situación. Había que tener presente el caso del general Ibáñez, el ex dictador elegido por amplia votación después de varios gobiernos democráticos.

[cita tipo=»destaque»]Pero la izquierda que cunde, la más visible, la populista, la que abomina de la socialdemocracia, carece de eso que Foucault llama gobernamentalidad. Es tumultuosa y asambleísta, entusiasta, arrojada, lírica, iconoclasta, pero profundamente melancólica (llora, comprensiblemente, con los que la destrucción creativa del capitalismo deja atrás), es milagrera, apocalíptica, profética y callejera, movilizada, gregaria. No tiene ni el tiempo ni la paciencia que requiere estudiar políticas públicas realistas. Es impetuosa, confiada y cree que adivina e interpreta los signos de los tiempos.[/cita]

¿Se equivocó la Concertación? En muchas cosas. Pero, básicamente, su estrategia fue acertada. En 1990, el ingreso per cápita, según el Banco Mundial, era de US$ 4.000; en 2015 llega a más de US$22.000. La pobreza en 1990 era de 38,6%; en 2014 llegó al 7,8%. El coeficiente de Gini, que mide la desigualdad, se ha mantenido sin variaciones significativas, aunque con una leve mejoría: era 0,56 en 1990 y es 0,52 en 2013. Desde entonces, ha mejorado algo. Lo más importante: la democracia se consolidó.

La izquierda tumultuosa

El socialismo socialdemócrata sí es posible, es una manera de participar en la gobernamentalidad. Se puede o no concordar con él, pero en principio es viable. En el fondo, es una vertiente del capitalismo en la que, por ejemplo, en una de sus variantes, la educación y la salud son estatales y se financian con los impuestos que pagan las personas y las empresas.

Pero la izquierda que cunde, la más visible, la populista, la que abomina de la socialdemocracia, carece de eso que Foucault llama gobernamentalidad. Es tumultuosa y asambleísta, entusiasta, arrojada, lírica, iconoclasta, pero profundamente melancólica (llora, comprensiblemente, con los que la destrucción creativa del capitalismo deja atrás), es milagrera, apocalíptica, profética y callejera, movilizada, gregaria. No tiene ni el tiempo ni la paciencia que requiere estudiar políticas públicas realistas. Es impetuosa, confiada y cree que adivina e interpreta los signos de los tiempos.

Es una izquierda bien intencionada, generosa, libre, entretenida, justiciera, inteligente y provocativa, pero que entiende que la política es autoexpresión. La política, entonces, es un cauce para expresar la indignación moral, la rabia, el descontento, la frustración, los sueños. Sobre todo, los sueños. La historia se escribe marchando por las calles, llenando las plazas de sueños colectivos. Una izquierda que abandonó el materialismo histórico de Marx y se inscribe, más bien, en la tradición del socialismo utópico, de eso que Marx llamó el «socialismo frailuno».

Es decir, una izquierda apresurada, cuyo poder destructivo solo es igual a su impotencia constructiva.

Es una izquierda que tiende al desorden, a la política palpitante y apasionada, y que va desatando, desgraciadamente, el temor a la anarquía. Y, como sugiriera Madison, la anarquía engendra la tiranía.

A grandes rasgos, el socialismo chileno puede optar entre la gobernamentalidad socialdemócrata, lo que implica aceptar y reformar la economía de mercado para perfeccionarla, no para destruirla; o alentar su reemplazo y terminar tomando, quizás involuntariamente, el rumbo de la sumisión a los espejismos. Este es el desafío que debe abordar el socialismo. Su crisis actual es su creciente ambigüedad al respecto. Y con ello, a la larga, se ponen en juego las instituciones de la democracia.

Porque el fantasma que recorre hoy el mundo no es el comunismo ni el totalitarismo ni la dictadura pura y dura. El fantasma de hoy es la autocracia disfrazada de democracia. Líderes carismáticos y populares que subvierten la democracia amparados en resquicios legales. Son déspotas ilustrados por juristas rebuscados, habilidosos, jesuíticos. Es lo que tienen en común los regímenes de Venezuela, Rusia (Putin es abogado), Hungría, Turquía, entre otros. Polonia se acerca a eso. Austria se libró recién por un pelo.

Kim Schepple habla de «golpes constitucionales», pues «no hay ruptura de la legalidad». Pueden ser gobiernos de derecha o de izquierda. Respetan las formas de la democracia y desvirtúan su espíritu. Destruyen la democracia pluralista e instituyen el poder personal de un caudillo. Son procesos institucionales de desinstitucionalización. Es el trasfondo internacional sobre el cual se recorta nuestro propio proceso. Hay que tenerlo presente.

La Constitución que nos rige tiene un problema específico de legitimidad de origen que acompaña como una sombra su futuro. Por ello, un grupo de académicos, buscando evitar las invenciones ex nihilo de estilo jacobino, hemos planteado la conveniencia de que la Constitución futura sea una reforma que actualice y modernice la Constitución del 25. Pese a sus orígenes confusos, logró legitimarse –ambos bandos enfrentados el 73 la invocaron– y hoy es un símbolo que reafirma la vocación y el compromiso democrático de Chile.

En suma, entonces, la opción de la izquierda es: o la poesía del pueblo que aspira al estado de movilización permanente o la prosa de las democracias reales que son representativas. Sin representación no hay democracia. Y cuando las democracias son reales, prima lo que Foucault llamó gobernamentalidad, los saberes expertos, las políticas públicas y, asimismo, el tira y afloja, la negociación, el do ut des (doy para que me des) requerido para forjar acuerdos.

La democracia real es bastante latera. Nuestra utopía es que la política, aunque provechosa para el país, llegue a ser aburrida, y las vidas privadas, entretenidas, ojalá. Ojalá. Propongo, entonces, la lata como utopía.

 

(Extracto de «Crisis actual del socialismo y ‘gobernamentalidad’ según Foucault”. CIPER. 2/1/1. Notas de Arturo Fontaine T., a propósito del libro Democracia y poder constituyente (Fondo de Cultura Económica, 2016) de Gonzalo Bustamante y Diego Sazo [editores])

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