Las personas que pertenecen a la comunidad LGBTIQ+ han sufrido violencia a lo largo de la historia, en diferentes contextos, en diferentes lugares geográficos y además ejercida por diferentes grupos o personas. La misma es sostenida por un conjunto de creencias, prejuicios, estereotipos y actitudes negativas hacia la diversidad sexual y de género. Lamentablemente, este tipo de violencia, al ser sistemática, no se escapa de estar presente a la hora de defender los derechos de la comunidad LGBTIQ+. Lo anterior no solo genera un mayor desafío para poder y querer involucrarse en generar acciones para el cambio, sino que también hace que existan más barreras para activarse, agruparse y tomar acciones.
Hay que tener en cuenta que el miedo a la violencia es real, que los crímenes de odio, situaciones de discriminación, burlas, humillación, insultos, golpes, violencia sexual, represión policial, invisibilización, y las constantes violaciones a los derechos humanos de las personas LGBTIQ+, tienen evidencia a lo largo de la historia, año a año y en el día a día. Debido a lo anterior, el miedo también está presente a la hora de activarse por el cambio, ya que visibilizar trae consigo un nivel de exposición pública y específicamente de un potencial de exposición a dicha violencia.
Sin embargo, desde esa misma historia de violencia, opresión y represión, nace la motivación a querer el cambio, a querer un lugar en donde se pueda vivir con tranquilidad, con plenitud, con libertad, con una garantía a los propios derechos y sin este real y profundo miedo. Y es desde esa motivación que se activan redes, personas y agrupaciones que toman acciones que implican nuevamente enfrentarse a situaciones de mucho estrés con tal de lograr el cambio. De esta manera, al activarse se aumentan aspectos como la resiliencia, la esperanza como la sensación de protección y como la de sentirse en compañía de otras personas que también se suman a una lucha y a un propósito de cambio.
Se puede comprender que el activismo trae riesgos no solo en la salud física, sino en la salud mental. El desafío consistirá no sólamente en el resguardo de la seguridad física, sino que también en la mental, ya que la exposición a la violencia en el espacio del activismo, puede causar, por ejemplo, mayor estrés y ansiedad.
Por lo tanto, hay un compromiso que podemos establecer desde los espacios de psicoterapia culturalmente sensible o desde una psicoterapia afirmativa con la comunidad LGBTIQ+, en donde podamos acercarnos a comprender mejor el activismo y cómo podemos acompañar las emociones y estrés que comprende.
Para muchas personas LGBTIQ+, el activismo es un espacio de comunidad, solidaridad, participación, inclusión, afirmación, de pertenencia y de lucha, que impacta de manera positiva en el bienestar de las personas y se convierte en el mejor aliado del trabajo terapéutico.