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Otra locura de Alex de la Iglesia

Arquetipo de una prometedora nueva generación de cineastas españoles de los noventa, de la Iglesia ha construido uno de los universos más fértiles y arrebatadores de la cinematografía contemporánea. 800 balas, siguiendo la línea de sus anteriores largometrajes, juega inteligentemente con el humor negro y presenta interesante e intensas secuencias de acción.


Almería, desierto de Tabernas, año 2002. Texas Hollywood es un polvoriento poblado del Oeste donde hace ya décadas que no se ruedan películas. Allí malvive Julián (Sancho Gracia), un veterano especialista de cine que está de vuelta de todo. A su lado trabajan otros marginados y nostálgicos sin remedio: Cheyene (Ángel de Andrés), el pistolero cobarde; Manuel (Manuel Tallafé), el doble temerario; Arrastrao (Enrique Martínez), el jinete sin suerte; Ahorcado (Eduardo Gómez), el colgado triste; Enterrador (Luciano Federico), el italiano gafado; Don Mariano (Ramón Barea), el dueño del poblado… y media docena de gitanos disfrazados de indios. Todos ellos se ganan el sustento recreando patéticas escenas de acción para los escasos turistas guiris que visitan la zona.



De la noche a la mañana, las existencias de estos pobres diablos dan un vuelco de ciento ochenta grados con la aparición de Carlos (Luis Castro), un niño que asegura ser nieto de Julián. Mientras la abuela del niño, Rocío (Terele Pávez), se desespera en su nuevo chalet de dos plantas. Su madre, Laura (Carmen Maura), una ejecutiva agresiva, decide enfrentarse de una vez por todas a los fantasmas del pasado.



Para ello cuenta con el apoyo incondicional -e interesado- de su socio Scott (Eusebio Poncela), un tiburón de las finanzas. A partir de este punto sin retorno, las heridas mal cicatrizadas se combinan con la especulación inmobiliaria en una tormenta tragicómica de imprevisibles consecuencias ¿Serán suficientes 800 Balas para defender una forma de vida basada en la más pura de las fantasías cinematográficas?



Humor ácido y tenebrista



Aunque Alex de la Iglesia tiene fama de director visual, muy pendiente de los escenarios en desmedro de otros elementos, la verdad es que también tiene mucho de dirigir a los actores. Consigue que los interpretes que aparecen en sus filmes tengan un registro especial y distinto del que se acostumbra a ver.



El director los integra en el escenario, los transforma en elementos visuales con los que puede jugar, pero esto no quiere decir que los trate como muebles, ni mucho menos, sino que consigue extraer de ellos un estilo propio e intransferible que solo se puede encontrar en sus películas, aparte de que muchos de ellos se repiten con Iglesias en más de un film: Alex Angulo, Santiago Segura, El Gran Wyoming, Carmen Maura, Antonio Resines, Javier Bardem y sancho Gracia, son sólo algunos de los actores más representativos de su obra.



Nace en Bilbao en 1965. Desde pequeño vivió el gusto por la imagen, su padre era un doctor en Derecho que ejercía como crítico de cine y su madre, pintora. Se licenció en Filosofía y Letras aunque siempre le apasionó contar historias. Comenzó dibujando comics que publicó en varias revistas. Por esta época frecuentó los ambientes y personajes alternativos vascos, los que más tarde serán sus habituales colaboradores.



En el mundo del cine comienza haciendo la dirección artística del cortometraje Mama de Pablo Berger y de una película de un principiante Urbizu, Todo por la pasta. Tras eso llega a sus manos una cámara de 16mm. con la que rueda Mirindas asesinas, un cortometraje entre el gore y el humor negro donde hace gala de su especial habilidad para crear personajes desaforados, en un intento por reflejar la infancia perdida mediante un patético ser.



En 1993, El Deseo, la productora de Pedro Almodóvar, le produce el que sería su primer largometraje, Acción mutante, una apocalíptica historia de unos mutantes dispuestos a conquistar la tierra. Aquí el director español ponía un puñado de excesos y caricaturas suficientes como para hacer ver que aquel novato no era un cualquiera.



En 1995, llega su primer éxito apabullante de crítica y público que consiguió abundantes premios, El día de la Bestia. A primera vista, una comedia de acción con toques de cine de terror, en realidad, una sátira brutal y una reflexión sobre los diversos caminos para hacer el bien. El protagonista, un ingenuo cura interpretado por Alex Angulo, intenta evitar que nazca el Anticristo, y para encontrarlo tendrá que hacer todo aquello que va contra su moral: roba, ataca y se martiriza para conseguir estar más cerca de su enemigo, descubriendo que los caminos para alcanzar la santidad están muy próximos al mal absoluto.



Dos años más tarde aparece Perdita Durango, donde una mujer joven y peligrosa sueña cada noche con un jaguar que lame su cuerpo desnudo y se acuesta a su lado. Morena, sexy y muy descarada, lo suyo es aprovecharse del prójimo y vivir a tope, arrastrando con cierto orgullo un pasado bañado en sangre y extrañas pasiones.



En 1999 filma Muertos de risa, una cinta que a fuerza de bofetadas y mofletes temblequeantes, trasforman a Nino Y Bruno en la mejor pareja cómica del humor español de los setenta. Su historia es, en cierto sentido, la historia de todos: admiración, celos, envidia, ultraviolencia y catarsis, componentes de un relato ejemplar y complejo.



En el 2000 realiza su último filme conocido en nuestro país -pero aún no estrenado comercialmente-, La Comunidad, un trabajo que combina el suspenso claustrofóbico con la acción doméstica, las altas dosis de tragedia humana y mucho humor retorcido. Su protagonista es Julia, una mujer de unos cuarenta años que trabaja como vendedora de pisos para una agencia inmobiliaria. Tras encontrar 300 millones de pesetas escondidos en el apartamento de un muerto, no le queda más remedio que enfrentarse a la ira de los miembros de una comunidad de vecinos muy particular, encabezada por un administrador sin escrúpulos.



Odiados o admirados, sin duda que los filmes de Alex de la Iglesia causan conmoción. Representante y decisivo en la nueva oleada del cine español de los últimos años, el director bilbaíno se ha encargado de crear un oscuro, lúgubre y tenebroso mundo de imágenes en movimiento, plasmando una serie de constantes visuales y temáticas que hacen reconocibles sus trabajos sin necesidad de ver los créditos. Maestro para muchos, demente para otros, -tal vez un poco de ambas- de la Iglesia se ha convertido en un director indiscutiblemente de culto y un referente obligado para los nuevos directores aficionados por los ambientes tétricos y el humor negro.

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