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“Yorick”, la obra que da cuenta de la necesidad de revisitar la dramaturgia de Shakespeare CULTURA

“Yorick”, la obra que da cuenta de la necesidad de revisitar la dramaturgia de Shakespeare

César Farah
Por : César Farah Dramaturgo, novelista y académico, es docente en la Universidad de Chile, Universidad Adolfo Ibáñez y Uniacc. Ha escrito las novelas La Ciudad Eterna (Planeta, 2020) El Gran Dios Salvaje (Planeta, 2009) y Trilogía Karaoke (Cuarto Propio, 2007), así como la trilogía dramatúrgica Piezas para ciudadanxs con vocación de huérfanxs (Voz Ajena, 2019), además, es autor de la obra El monstruo de la fortuna, estrenada en Madrid el año 2021, también ha escrito y dirigido las piezas dramáticas Alameda (2017, Teatro Mori), Medea (Sidarte 2015-2016, México 2016, Neuquén 2017), Vaca sagrada (2015, Teatro Diana), Tender (2014-2015, Ladrón de Bicicletas) y Cobras o pagas (2013-2014, Ladrón de Bicicletas).
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El espectáculo creado por Francisco Reyes es una re-versión libre de “Hamlet, príncipe de Dinamarca” que se sostiene en una visión de la obra, puesta en los ojos de un personaje que ni siquiera aparece directamente en el original: Yorick, el antiguo bufón de la corte de Elsinore y cuyo cráneo Hamlet toma en un momento del texto y recuerda como una de las personas más queridas en su vida.


En muchos sentidos, Shakespeare sigue siendo un misterio… bien, no en el sentido que suele decirse, esto es, que no existió o que otro autor escribió sus obras. Más de cincuenta documentos avalan su existencia (muchos más que la mayoría de sus contemporáneos) y sabemos con bastante claridad qué obras efectivamente escribió y algunos otros detalles de su vida que acreditan la autoría de su obras, algunos de los documentos son de sorprendente solidez y oficialidad. En realidad, el misterio, al menos para mí, es la extraordinaria capacidad del dramaturgo para crear personajes y desarrollar historias que, aunque él no inventó en el sentido de ser originales, sí articuló de un modo que hasta entonces no habían sido desarrolladas.

Una de estas historias es, por supuesto, “Hamlet, príncipe de Dinamarca”, una obra que se ha integrado al registro de la cultura occidental de manera trascendente. Digo trascendente, en la medida que es precisamente eso, una obra que ha traspasado las fronteras de su cultura, época y geografía.

¿Por qué?

He ahí uno de los misterios a los que me refiero. Las opiniones son diversas, pero sobre la base de su trascendencia es que accedemos a múltiples versiones y reescrituras de aquella creación.

“Yorick” una obra actuada y dirigida por Francisco Reyes, da cuenta de esta verdadera necesidad cultural de revisitar la dramaturgia del bardo inglés.

El espectáculo creado por Francisco Reyes es una re-versión libre de “Hamlet, príncipe de Dinamarca” que se sostiene en una visión de la obra, puesta en los ojos de un personaje que ni siquiera aparece directamente en el original: Yorick, el antiguo bufón de la corte de Elsinore y cuyo cráneo Hamlet toma en un momento del texto y recuerda como una de las personas más queridas en su vida.

La dirección de este trabajo es sólida y precisa. Reyes logra hacer varias cosas que no son nada fáciles: primero que todo, expone el entramado de acciones del original, de manera accesible a distintos niveles de comprensión del mismo, es decir, permite, por ejemplo, que alguien que desconoce por completo la obra, pueda aproximarse a a la misma, sin por ello adelgazar sus contenidos, reflexiones y modos dramáticos, así mismo, hace guiños más complejos a la obra de Shakespeare y proporciona una visión de los personajes que manifiesta una compleja mirada, obsesiva incluso, sobre el texto original. En un formato unipersonal, Reyes compone a todos los personajes de su montaje, sostiene la acción con agilidad, pero sin pasar de largo las profundidades y recovecos de la historia y permite que la obra se manifieste en diversas dimensiones de significación.

Es pertinente decir que, para lograr esto, su trabajo se sostiene en una dramaturgia bastante lograda. Simón Reyes, a cargo de este ámbito en el montaje, propone una perspectiva textual que no se limita a cortar, pegar y resumir el original, por el contrario, se trata de una faena que, si bien respeta el original en términos de “relato”, funciona como una interpretación propia, con una lógica interna que sostiene el viaje escénico con conciencia de espectáculo, de reflexión crítica sobre las múltiples y hondas implicancias de los personajes y su relaciones, lo que, por extensión, hace eco en la acción general de la obra.

Tratándose de un montaje que, al menos ahora, puede verse a través de plataformas digitales, supone un trabajo audiovisual relevante, cuya factura queda a cargo de Elisa Reyes. La fotografía y el montaje no solo están bien logradas, sino que también se articulan con una propuesta y visión de espectáculo, se observa conciencia del lenguaje que se está usando y de una lógica interna que suma nuevas dimensiones estéticas al montaje, no se trata aquí meramente de “grabar en video” la obra, sino que accedemos al uso del lenguaje audiovisual a partir de una propuesta lumínica, de un ritmo construido para el desarrollo de la acción, de efectos compositivos que permiten que la obra se exprese amplia y potentemente.

Del mismo modo, las marionetas de la obra, en manos de Ismael Reyes y el canto, a cargo de Rocío Reyes, si bien aparentemente parecieran ser accesorios al desarrollo del montaje, en realidad surgen como parte de un enunciado escénico que se encuentra vinculado y bien organizado en el espectáculo total. Tanto las marionetas y el canto, son modos de solucionar y organizar la historia, articulando una lógica interna en la propuesta y dando espacio a hechos, situaciones, personajes; de tal manera que la obra solo se manifiesta vivamente a partir de estos elementos.

La música, ámbito central en los montajes teatrales, aunque no siempre bien cuidada, sigue la misma estructura constitutiva del resto de los sistemas semióticos de la obra: sostiene la acción, tributa al espectáculo, no asume protagonismos innecesarios y permite que la atmósfera general del montaje se logre en plenitud.

«Yorick» tiene, además, otra virtud importante en mi opinión: logra exponer una obra extensa y compleja como “Hamlet, príncipe de Dinamarca” de un modo amigable y familiar, pero no por ello va en desmedro de su profundidad, tragicidad y visión filosófica de la vida. Este es un gran hallazgo, porque si bien el montaje permite nuevas aproximaciones al texto original, no tranza con las honduras que propone Shakespeare.

“Yorick” es un espectáculo sólido, interesante y bien logrado, que nos permite volver a un clásico sin repetir formatos, cánones pre establecidos ni lugares comunes, por el contrario, refresca el original con una lectura reflexiva, crítica y ágil.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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