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Derrotar la pobreza : una obligación moral

Una de las cifras que más motivo el trabajo del Congreso Programático fue que la pobreza, que disminuyó sustancialmente entre 1990 y 1996, se mantuvo prácticamente sin cambios sustanciales hacia el final de la década. Este importante antecedente revela que estamos perdiendo la batalla contra la pobreza y ello se explica por cuatro razones: la falta de crecimiento del país, el alto desempleo, un sistema educacional obsoleto y políticas sociales equivocadas.


Más que conscientes que derrotar la pobreza sigue siendo el gran obstáculo que debemos superar como país para poder lograr un desarrollo pleno y justo, a principios de este año resolvimos que la tarea prioritaria que debíamos asumir en esta década era, precisamente, contribuir a generar las bases para sacar de esa condición a los millones de compatriotas que viven en situación de pobreza.



Durante más de cuatro meses un destacado grupo de profesionales y dirigentes de la UDI nos dedicamos a analizar a fondo las distintas políticas sociales y económicas para crear propuestas concretas apuntadas específicamente al tema de la pobreza. Aspectos importantes de la vida social del país, que naturalmente ameritan ser tratados desde distintos ángulos, en esta oportunidad los tratamos sólo en cuanto pueden ser causas que expliquen el empobrecimiento de algunos sectores o que generen falta de oportunidades o que expliquen desigualdades que deban ser corregidas. El problema de la delincuencia y de la drogadicción, la situación de la ruralidad y del mundo indígena o los temas de la familia, del embarazo de adolescentes y muchos otros, fueron analizados desde esta perspectiva.



Este proceso culminó hace dos semanas, en un Congreso Programático que realizamos en Punta de Tralca, donde más de seiscientos dirigentes, agrupados en 18 comisiones de trabajo, hicieron un diagnóstico preciso y elaboraron novedosas propuestas para derrotar la pobreza.



Los resultados de la última encuesta Casen, dados a conocer en medio de nuestro esfuerzo, pusieron en la primera plana este doloroso tema, ratificando así la necesidad de que quienes tenemos responsabilidades públicas pusiéramos las prioridades donde realmente corresponde.



Una de las cifras que más motivo el trabajo del Congreso Programático fue que la pobreza, que disminuyó sustancialmente entre 1990 y 1996, se mantuvo prácticamente sin cambios sustanciales hacia el final de la década. Este importante antecedente revela que estamos perdiendo la batalla contra la pobreza y ello se explica por cuatro razones: la falta de crecimiento del país, el alto desempleo, un sistema educacional obsoleto y políticas sociales equivocadas.



Cuando el país creció entre 1990 y 1996 a una tasa anual promedio de 8 por ciento, la pobreza se redujo en 15 puntos porcentuales. Entre los años 1998 y 2000, cuando se creció a un 1,1 por ciento promedio, la pobreza se redujo sólo en 0,1 puntos porcentuales.



De lo anterior pueden sacarse dos conclusiones.



La primera es que mientras no retomemos altos niveles de crecimiento (volver a tasas iguales o superiores al 7 por ciento anual) no lograremos superar la pobreza. Este es un dato empírico, negarlo es mentirle al país.



La otra conclusión es que las políticas sociales no están bien diseñadas o son obsoletas, y no están teniendo un rol importante en reducir la pobreza. Esto puede concluirse si observamos que, aún cuando el crecimiento del país se estancó en los últimos años, no ocurrió lo mismo con el gasto social, que continuó aumentando. Por lo demás, las cifras de aumento de gasto en salud o educación no tienen correlación con un aumento similar -ni siquiera parecido- en los beneficios que llegan a la población en esas dos importantes áreas.

Asimismo, pudimos observar que el fuerte desempleo, el cual corregido por la fuerza laboral supera el 11 por ciento a nivel nacional, se ha traducido en mayor pobreza. En efecto, entre 1998 y el año 2000, en las regiones donde el desempleo es mayor que la media nacional, la pobreza aumentó, ocurriendo lo contrario en aquellas regiones donde el desempleo es menor que la media nacional.



Por otra parte, las erradas políticas sociales de los Gobiernos de la Concertación y el despilfarro de recursos han aumentado la desigualdad entre los chilenos. Es así como en la última década los ingresos tributarios del Estado, que se han prácticamente triplicado en términos reales, no han traído como consecuencia una nivelación en la distribución del ingreso. Al contrario, la diferencia entre los más ricos y los más pobres ha aumentado.



Otra realidad que quedó claramente demostrada es que la pobreza en el Chile de hoy no es homogénea, sino que muestra grandes diferencias entre las distintas regiones y comunas. Sin embargo, la pobreza es combatida en forma centralizada y estandarizada. En consideración a lo anterior, la regionalización y descentralización efectiva del país adquiere hoy la dimensión de un desafío ético.



Finalmente, es necesario insistir en la focalización del gasto en los grupos más pobres, porque la realidad nos muestra que el gasto social no está llegando en forma adecuada a los sectores más pobres.



El resultado de nuestro trabajo es, obviamente más completo y matizado de lo que esta columna permite. Esperamos poder ponerlo a disposición de la opinión pública en los próximos días.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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