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El recurso de la memoria

Si utilizamos el recurso de la memoria para mirar la historia de la izquierda chilena, constatamos que la fecundidad de su trabajo ha estado relacionada con dos elementos centrales: con el contenido anticapitalista de sus posturas, constante y además universal (es decir, asumido por todos los partidos) hasta la mitad de la década de los ’80, y con su política de transformación democrática.


En este texto pretendo reflexionar sobre las dificultades más profundas que tiene la izquierda institucional ubicada fuera de los límites de la Concertación para producir discursos con capacidad de quebrar el silencio que hoy se produce en torno a todo pensamiento crítico o contra fáctico.



Estamos, como se ha dicho muchas veces, ante un campo capitalista que tiene la capacidad de presentarse como si constituyera la única forma natural de existencia. Por eso, aparecer como verosímiles se le hace muy cuesta arriba a aquellos que someten lo existente a una critica radical, que cuestiona los fundamentos mismos del orden.



El hecho que lo actual haya logrado dotarse de la potencia de lo naturalizado hace muy difícil que un pensamiento alternativo pueda aparecer viable, con lo cual se le hace casi imposible aparecer como representativo de los sectores más perjudicados por el sistema neoliberal. Estos tenderán a buscar la solución de sus problemas en cambios de ajuste y de adaptación, especialmente cuando se presentan bajo ropajes populistas.



No todos los que adoptan esta opción creen que lo existente se identifica con la racionalidad. Algunos lo hacen solo porque la ven como la única viable. Pueden dudar sobre el carácter natural o racional del mundo existente, pero se rinden frente a su poder de reproducción, a su eficacia para fomentar un culto supersticioso hacia las bondades de los cambios tecnológicos incesantes.



En esta fascinación por lo que representa una versión renovada de la antigua teoría del progreso no han caído solamente los hombres comunes. Sus principales cultores de hoy día son los intelectuales y las elites políticas, fascinadas por las potencialidades de este capitalismo que ha desplegado todas sus capacidades después de eliminar del escenario a la mayor parte del mundo socialista. Esto no es extraño quizá porque el propio socialismo en el cual muchos de esos intelectuales y elites creyeron antes nunca fue otra cosa que una modalidad del productivismo y del culto a la racionalidad instrumental que constituyeron en el pasado, y constituyen hoy, el núcleo de las ideologías del progreso.



Es difícil hoy que un pensamiento alternativo y contra fáctico se abra paso. Pero creo, sin embargo, que el uso de ciertos instrumentos y recursos nos puede ayudar en la laboriosa tarea de destruir o siquiera horadar las pesadas losas de concreto que protegen al actual capitalismo, haciendo invisible no solo su inhumanidad -lo cual no es suficiente- sino su profunda irracionalidad como forma de civilización.



En este artículo quiero hablar de la utilidad de usar un recurso ancestral, pero que tiene capacidad erosionante y también reconstructiva. Se trata del recurso de la memoria.



Acudir a ella tiene un doble sentido. El primero es poner frente a los enceguecidos por el mito ideológico del fin de la historia activa la única gran realidad indesmentible: la historicidad de todo lo existente. Este capitalismo será potente mientras tenga frente a sí tareas históricas que realizar, y desaparecerá o cambiará profundamente, como ha ocurrido con todos los grandes imperios y civilizaciones que parecían inextinguibles.



De hecho, el propio sistema capitalista se organizó de manera liberal desde aproximadamente la guerra franco-prusiana hasta la gran depresión de 1929, para luego reestructurarse y adoptar un giro mucho más proteccionista e intervencionista. Casi 50 años después, desde fines de los ’60 del siglo 20, volvió a la modalidad del libre comercio, pero ahora en condiciones de una mucho mayor mundialización del sistema.



La otra utilidad de ese recurso es mirar con ojos históricos a la propia izquierda chilena. Se trata de trabajar con una memoria que se ha reprimido por razones distintas. Es necesario reconciliarnos con ella para poder ponernos a aprender de la historicidad.



Si utilizamos el recurso de la memoria para mirar la historia de la izquierda chilena, constatamos que la fecundidad de su trabajo ha estado relacionada con dos elementos centrales: (a) con el contenido anticapitalista de sus posturas, constante y además universal (es decir, asumido por todos los partidos) hasta la mitad de la década de los ’80, y (b) con su política de transformación democrática, la capacidad de la izquierda de plantear posturas radicales tomando como espacio de acción el sistema democrático y adoptando como objetivo una democratización profunda, que pretendía superar el marco de lo formal.



Esa memoria ha sido reprimida no solo por el Partido Socialista, que por supuesto la niega. Esto se explica porque ha abandonado la perspectiva anticapitalista, y porque carga sobre sus hombros su radicalismo inorgánico del periodo 1970-73, que los sectores más lúcidos de su dirigencia no lograron evitar.



Pero ha ocurrido lo mismo con el Partido Comunista. A una parte de la dirigencia de esa organización le cuesta reconocerse en la política seguida durante la Unidad Popular, como si fuera verdad que faltó realizar a tiempo un giro estratégico. Esta afirmación es atribuida a un importante dirigente soviético de la era de Brezhnev.



Por otra parte, afirmar el acierto de la política seguida durante la Unidad Popular, la que desgraciadamente no pudo ser aplicada de manera cabal, no significa menoscabar la política de la rebelión popular, generada para enfrentar a una tiranía que había creado un artificio capaz de asegurarle una larga reproducción. Solo significa reafirmar que el núcleo de racionalidad de largo plazo de la política de la izquierda ha sido siempre una estrategia de transformación con pretensiones radicales, pero que no renuncia al sistema democrático y todo lo contrario, busca su profundización.



La izquierda que busca crear una alternativa global al sistema actual requiere de manera indispensable trabajar los temas de la memoria, en especial el análisis del periodo de la Unidad Popular, porque la política de una izquierda anticapitalista es una reedición para los tiempos presentes de esa misma estrategia. La izquierda chilena descubrió hace mucho tiempo que la política revolucionaria para un país como Chile era una política de transformación y no de asalto al poder.



Por supuesto que el programa aplicado entre 1970-1973 y las formas estatalistas de hacer política están hoy día superadas. Pero no está superada la orientación estratégica básica: anticapitalismo y transformación sobre la base de la profundización democrática.



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