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Joaquín Lavín, un puro cuento

Mientras fue alcalde de Las Condes, Lavín siempre se rodeó de un grupo de asesores que lo incitaban a no quedar mal ni con Dios ni con el diablo. Le sugerían que debía estirar al máximo el tempo antes de tomar una decisión definitiva en lo vecinal.


Otro tiempo, con otros ingredientes y en otro espacio, pero al final el mismo cuento. Ahora le tocó a la municipalidad de Santiago. La ciudadanía fue consultada para decidir en qué se iban a invertir los dineros por la venta de las aguas municipales.



Esta vez los concejales de oposición arremetieron contra el alcalde. Sin embargo, hace nueve años, cuando Lavín fue alcalde de Las Condes, nadie de la Concetación tuvo el coraje de denunciarlo ante los medios de comunicación para preguntarle si las consultas de las que tanto hacía alarde constituían un acto democrático, o simplemente eran mecanismos de los cuales se servía utilizando a los vecinos. Especialmente cuando preguntó sobre el plano regulador de Las Condes, donde engañó a los vecinos.



Sabía muy bien que mientras mantuviera sus consultas y tratara los temas de manera global y lo más enredada posible tendría el éxito asegurado. Mucho más si a éstas se le agregaban actos eleccionarios sin presidente de mesa ni vocales, ni mucho menos apoderados. Y mejor si se colocaban urnas y buzones con patas al voleo en toda la comuna.



Mientras fue alcalde de Las Condes, Lavín siempre se rodeó de un grupo de asesores que lo incitaban a no quedar mal ni con Dios ni con el diablo. Le sugerían que debía estirar al máximo el tempo antes de tomar una decisión definitiva en lo vecinal. Le evietaban tener que enfrentarse a quien manejara más o menos bien la palabra. Rehuía el debate. Trataban de marquetearlo como un niño envuelto.



Les interesaba que su candidato hiciera «cosas»: no interesaba cómo las hiciera, aunque fuera mal. Hacía creer a la gente que existía participación ciudadana en su comuna cuando había que resolver «problemas».



Cierto: los escuchaba, pero al final hacía lo que a él se le daba la gana, salvo cuando los vecinos se le enfrentaban y no aceptaban sus abusos. Estos asesores le recomendaban no contestar las cartas porque así se iba dilatando el problema hasta cansar a los vecinos en sus demandas. La idea era que todo cayera por su propio peso.



En ese momento, el ex alcalde sabía que su candidatura presidencial pasaba pr el apoyo tanto de los simpatizantes como de los militantes e independientes ligados a la Democracia Cristiana. Sin ellos, su candidatura no tendría ningún futuro. Sabía que necesitaba hacerle la pelotilla y la garatusa a los militantes y concejales de la DC en las sesiones del concejo municipal de Las Condes, evitando así que se denunciara ante los medios de comunicación su mala gestión como alcalde.



La estrategia de Lavín ha sido, es y será calculadora: aparecerse como un cordero dentro de cualquier municipalidad. Cumplida su meta de ser Presidente, se entregará de pies y manos al Opus Dei. Con astucia utilizará a la derecha económica hasta que le sirva, y así consolidará un gobierno ambiguo donde nadie le pueda hacer sombra. A pesar de lo que pueda decir el que podría ser su mayor enemigo político, su amigo Pablo Longueira.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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