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¿Callejón sin salida?


Más de algún oficialista de roble piensa y dice que estamos frente a un complot; otros más recatados dicen que manifestar el descontento o la protesta es hacer el juego de la derecha. Desencantados y críticos oscilan entre denunciar, protestar y acusar, pero siempre preocupados de que su opinión no se confunda con la derecha opositora, mientras ésta está como fiera al acecho para colgarse de cualquier gancho que le permita debilitar al gobierno y a la coalición que lo sustenta. Valga agregar que ésta tampoco necesita de grandes asaltos externos para debilitarse, pues en su interior «no se cuece peumo» ni por escasos minutos.



Todo se mueve en esta salsa electorera en que las coyunturas del futuro cercano son mas importantes que el presente y Ä„lo más curioso! es que nadie parece entender que cada futuro que se busque o piense, tiene un antecedente real y condicionante en el presente que vivimos. Es decir, hay una tal preeminencia de factores secundarios y más bien banales, que es casi imposible participar en el debate en modo sereno.



Que la derecha crea en el sistema parece obvio, pues lo creó y más que bien le ha ido en su aplicación. Pero que otros sectores que habían sido críticos caigan en el mismo juego, parece un poco menos normal y nos lleva a la conclusión que al inicio presentamos como interrogante. Por mucho que haya habido grupos dirigentes que han distorsionado por años el pensamiento y la voluntad de esas fuerzas sociales y políticas.



Este es el verdadero fin del modelo de los consensos con el que se quiso reemplazar la democracia y sus instituciones por una sacristía angelical. Lo que subyace a esta afirmación es el hecho de que los grupos dirigentes de la oposición al régimen militar, que han piloteado a su amaño este periodo de 13 años que ya nadie llama «transición», no pueden seguir siendo los mismos. Deben hacerse a un lado y dejar abierto el tiraje de la chimenea para que otras levas asuman la conducción.



Curiosamente, tampoco esto tiene un factor etáreo pues hay decenas de jóvenes desgastados y hasta acusados de corrupción mientras subsisten mayores que mantienen muy frescas sus convicciones doctrinarias y sus propuestas de cambios.



Lo mas rescatable de la coalición que hoy aparece con el ala herida o con agua en el bote, era y supongo puede seguir siendo, su voluntad de reconstruir el sistema democrático destruido por la dictadura. Esa es y debe ser la más importante, si no la única posibilidad de mantener la alianza entre los sectores que conformaron la original Concertación, algunos de los cuales fueron eyectados por el remolino de luchas por pegas, prebendas, cargos y todo eso que se conoce.



Constatado el hecho que no vivimos en dictadura, pero tampoco en democracia, puede retomarse un diálogo que se eleve por sobre los cálculos miserables de diputaciones y senadurías, alcaldías y otras mayordomías a las que se accede por la vía electoral imperfecta como la actual, inmutada desde su creación por la dictadura misma. Si el pueblo y sus necesidades reales vuelven a ser el objeto de la alianza, ésta no va a morir.



Hacerse los lesos y seguir pensando que este mal rato puede pasar y que una alianza de partidos puede ser dirigida desde el palacio del gobierno, es algo bastante mas elemental que la crónica de una muerte anunciada y no es justo que se utilice a García Márquez para amparar necedades.





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