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O’Higgins y la integración latinoamericana

Los valores en nombre de los cuales lucharon nuestros próceres, incluso desde distintas posiciones y caminos: la libertad, la democracia, el Estado de Derecho, la función pública, la política al servicio de los ciudadanos, siguen siendo la única y sólida base sobre la que es posible construir sociedades estables, prósperas e integradas.


El prócer Bernardo O’Higgins -quien recibiera recientemente un homenaje especial de los doce países miembros de la ALADI en una concurrida sesión solemne en Montevideo- perfiló durante su desempeño como político, militar y estadista, tempranamente los componentes de una política exterior moderna, profundamente arraigada en los valores de la libertad y la democracia, fundada en la concepción republicana del Estado, asentada en su dimensión regional y consciente del valor de la integración de América Latina, abierta al mundo, con una vocación por la paz y la cooperación.



Su visión despertó también -y está en el origen de nuestra preocupación por la proyección del país al Asia Pacífico- una vocación abierta al mundo con claras referencias comerciales y políticas con Europa y Estados Unidos, pero fuerte e indisolublemente arraigada en la historia, los sacrificios compartidos y un proyecto común con la región a la que pertenecemos.



Revisando la importante documentación y publicaciones del Instituto O’Higginiano, entre las que cabe destacar la obra «O’Higgins, el Libertador», de Jorge Ibáñez Vergara, podemos constatar su visión americanista en el ejercicio de las distintas responsabilidades públicas, en las que manifiesta y lleva a la práctica con firmeza y generosidad, pero sobre todo con gran capacidad política, una voluntad concreta de unión entre los pueblos de la América Hispana más allá de la coyuntura histórica de la lucha por la independencia.



Esta perspectiva continental se muestra ya en la propia composición del Ejército de los Andes, en el que participaron junto a chilenos y argentinos, oficiales y soldados uruguayos y de otras nacionalidades, pero muy especialmente en la organización y composición de la expedición libertadora del Perú, cuyo significado político y estratégico era claramente percibido por O’Higgins y San Martín, desde el sur, y por Bolívar y Sucre, por el norte, ya que, como el propio O’Higgins señalara, el dominio de la costa americana del Pacífico era la base de la gesta libertadora de todo el continente, desde Panamá hasta Chile.



Dicha empresa, para la que por su relevancia se empeñó en comprometer el financiamiento, hombres y pertrechos, no obstante le significó a nuestro prócer enfrentar duras y crecientes incomprensiones, que más tarde sirvió como uno de los elementos que precipitaron su decisión de dejar el poder y exiliarse en Lima. Desde allí continuó, hasta el momento de su muerte, contribuyendo con escritos y reflexiones epistolares, y en sus contactos con los próceres de los demás países, a mantener el espíritu unitario original.



La dimensión política de O’Higgins, que fuera primero Alcalde y Diputado, posiciones desde las que propuso medidas simples pero efectivas de gran contenido social, y abogara tempranamente y con éxito por la creación de un Congreso Nacional como fuente de legitimidad del poder- adquiere su mayor estatura en el ejercicio de sus responsabilidades como Director Supremo de la Nación, título que en 1820 él modificara, dada su convicción republicana y para no dejar dudas frente a las corrientes partidarias de instaurar una monarquía, por el de «Supremo Director de la República de Chile».



En tal condición, ejercida en el marco de una constitución política, organizó la República, sus instituciones civiles y militares, su política exterior, la educación y la cultura -por ejemplo, reabrió el Instituto Nacional creado por Carrera y fundó la Biblioteca Nacional- promovió las artes y adoptó decisiones tendientes a crear jurídicamente la nacionalidad chilena, la igualdad ante la ley, la libertad de cultos.



La dimensión americana de Bernardo O’Higgins reconocida por sus pares queda patente en los nombramientos y títulos que le fueran conferidos durante su vida militar y política: » Gran Mariscal del Perú» , «General de los Ejércitos de la Gran Colombia», «Brigadier de las Provincias Unidas del Río de la Plata».



Sus fuertes convicciones republicanas y su capacidad para reconocer en cada momento el rol que le correspondía cumplir, quedaron patentes en sus actos como militar, como político y como ciudadano. Fue político cuando le tocó representar a su pueblo, militar cuando hubo que definir la independencia por las armas, estadista cuando había que fundar la República, integracionista cuando se trataba de construir una patria común sin olvidar la de origen, y ciudadano respetuoso de la autoridad cuando le correspondió retirarse de la vida pública.



Un hecho lo retrata fielmente en lo señalado: viviendo en el Perú, fue invitado por Simón Bolívar al banquete de celebración del triunfo de Ayacucho, al que se presentó vestido de civil, lo cual el Libertador y amigo le hizo notar, ya que O’Higgins era miembro del Gran Consejo de Generales. O’Higgins respondió simplemente: «mi misión americana ha concluido, ahora soy sólo un ciudadano».



Sabemos que en su momento estos precursores fueron incomprendidos, se vieron envueltos a veces en la vorágine de las pasiones humanas, las intrigas, rivalidades y traiciones que se exacerban en circunstancias extraordinarias como las que les correspondió vivir. La vocación humanista que los inspiraba les permitió sobreponerse, vencer la inmediatez y trascenderla. En eso radica su heroísmo. Significativo y dramático es el hecho de que prácticamente todos – Artigas, San Martín, O’Higgins, Bolívar, Miranda- soportaron el dolor del destierro y la muerte lejos de su patria.



Los valores en nombre de los cuales lucharon nuestros próceres, incluso desde distintas posiciones y caminos: la libertad, la democracia, el Estado de Derecho, la función pública, la política al servicio de los ciudadanos, siguen siendo la única y sólida base sobre la que es posible construir sociedades estables, prósperas e integradas.



La integración, que fuera el sueño de estos ciudadanos americanos, es una deuda que las generaciones posteriores tenemos con ellos, con nosotros mismos y con nuestros hijos, que nos hemos demorado mucho en saldar. Ellos, como O’Higgins, supieron encontrar para sus ideales respuestas adecuadas a su época, pero que requerían una continuidad de generaciones, y por ello nos siguen convocando a ser capaces de encontrar también nosotros las respuestas adecuadas al Siglo XXI para completar la obra que iniciaron.



* Embajador de Chile ante la Aladi.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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