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El segundo NO del 5 de octubre

El egoísmo de sus aliados le impedirá al Presidente Lagos demostrar que está efectivamente comprometido con el llamado que él mismo efectuó la noche del 16 de enero de 2000, a «deponer rencores y a trabajar unidos por el progreso de Chile». Por el contrario, el próximo 5 de octubre, la Concertación ha optado por decir nuevamente NO.


Y el gobierno continúa de fiesta. Ahora se apresta a celebrar el decimoquinto aniversario del triunfo del NO en el plebiscito del 5 de octubre de 1988. Sus voceros han asegurado, eso sí, que «será una ceremonia sobria y solemne», que tendrá como escenario el palacio presidencial y que «el gobierno quiere que estos actos sean austeros y con sentido de unidad y no de división».



Me parece legítimo que la Concertación conmemore una fecha que tiene un enorme significado para todos los chilenos, tanto para quienes adherimos al SÍ, como para aquellos que se la jugaron por la opción del NO. Me preocupa, sin embargo, en primer lugar, que la superficialidad que caracteriza a los «comunicólogos» de La Moneda impida transmitirle a la ciudadanía, con seriedad y responsabilidad, qué se está, efectivamente, conmemorando en ese día. Luego, que la fecha se transforme, al igual que el 11 de septiembre, en otra señal de división para el país y que la Concertación pretenda apropiarse, indebidamente, de valores que son universales y no pueda resistir la tentación de usar electoralmente el ejercicio de la democracia y la libertad.



El 5 de octubre representa, en efecto, el triunfo de la opción del NO, que permitió que al año siguiente se convocara a elecciones presidenciales y parlamentarias, por sobre el SÍ, que proponía la extensión por ocho años más del gobierno del Presidente Augusto Pinochet. Se celebra también el primer paso del itinerario político fijado por la Constitución de 1980, redactada y aprobada en pleno gobierno militar y que estableció con exactitud cada una de las etapas que siguieron al plebiscito y que culminaron el 11 de marzo de 1990, con el traspaso de la banda presidencial a Patricio Aylwin y el reinicio del Congreso Nacional.



Pero el 5 de octubre los chilenos celebramos, por sobre todo, un hecho político inédito en el mundo entero: el cumplimiento de la palabra empeñada por un gobierno originado en un pronunciamiento militar, que tras el triunfo de sus adversarios se dispuso a respetar íntegramente el ordenamiento político e institucional que él mismo se había impuesto. Estamos hablando de un régimen autoritario, que después de 17 años entregaba pacífica y democráticamente el poder, dando paso a una etapa de la que Chile se enorgullece hasta hoy: una transición política ordenada, sin traumas, sin la violencia descarnada que han debido enfrentar otras naciones en circunstancias similares.



Qué lástima que este gobierno, el mismo que ha acogido las proposiciones en materia de derechos humanos de todos los sectores políticos; y ha repetido una y otra vez que uno de los desafíos más importantes de cumplir antes de nuestro Bicentenario, es consolidar la unidad nacional y derrotar los muros que nos han dividido durante décadas, se pierda una oportunidad excepcional para contribuir a materializar esa promesa, excluyendo de los actos del próximo 5 de octubre incluso al Partido Comunista, al que después de todo el Presidente Lagos debe su propia elección.



La Concertación, en una demostración de sectarismo pasado de moda y dañino para la convivencia del país, ha preferido celebrar puertas adentro, encerrados «en Palacio», entre un reducido grupito de dirigentes de sus partidos políticos y con evidentes pretensiones de ejercer derechos de propiedad respecto de un acontecimiento histórico.



El egoísmo de sus aliados le impedirá al Presidente Lagos demostrar que está efectivamente comprometido con el llamado que él mismo efectuó la noche del 16 de enero de 2000, a «deponer rencores y a trabajar unidos por el progreso de Chile». Por el contrario, el próximo 5 de octubre, la Concertación ha optado por decir nuevamente NO.





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