Publicidad

Desvíos, eficiencia y la regla del uno y uno


Santiago se encuentra, desde hace un tiempo ya, bajo una serie de construcciones que buscan modernizar y agilizar el desplazamiento al interior de la capital. Esas construcciones, especialmente abundantes en estos momentos, traen de la mano una serie de inconvenientes, particularmente, los atochamientos que se generan en frente de los desvíos que, estas obras, provocan.



Así las cosas en Santiago, calles de tres o dos vías, ahora, se transforman en angostos cauces con dos y un carril, respectivamente. A ese escenario, además, sumen la cantidad de automóviles (micros, taxis, etc.) que circulan en Santiago, particularmente a las horas de mayor congestión. Cuando ocurre ello, es decir, cuando la cantidad de autos que circulan por Santiago supera la capacidad de resistencia de las vías, las calles colapsan y, entonces, algunos de los vehículos deben cambiar de sus pistas para sortear el punto en construcción. O sea que, algunos de los automóviles que van circulando por una vía, deben cambiar hacia alguna de las dos y, en ocasiones, única vía disponible, pues ese punto en construcción, como ha muchos nos ha pasado, impide seguir avanzando.



Es en ese momento, entonces, quienes están movilizándose por las calles de Santiago -sea en sus autos, micros u otros- deben tomar una importante decisión, esta es, quién pasa primero, y quién después.



Existen, al menos, dos opciones para resolver esta cuestión; la primera de ellas es que no exista orden alguno de preferencias, que nadie determine la forma en que deben sortear las vallas que suponen esos puntos en construcción y, entonces, que prime la ley del más fuerte. Si ello ocurre, evidentemente quienes transitan por los carriles que, en un momento, el desvío bloquea, verán que sus caminos son interrumpidos y que, en consecuencias, sus viajes demoran mucho más.



Ello parece inaceptable; los sistemas sociales deben encargarse de proveer de reglas (e instituciones) que sean capaces de sortear los azares de la vida. Dicho de otra forma, una sociedad justa debe encargarse de establecer mecanismos que puedan salvaguardar los intereses de las personas, con independencia de la lotería de la vida que, en este caso, determina que algunos circularán por carriles que, más adelante, estarán bloqueados y otros, con más suerte (en el azar), lo harán por aquellos despejados. La ley del más fuerte supone que algunos obtendrán, sobre la base de sus ventajas materiales -aquellas que una sociedad justa debe mitigar-, preferencias sobre otros. Quienes no logren sortear esos obstáculos, además, perderán tiempo valioso que, entre las necesidades de las personas, resulta inconmensurable. La necesidad de imponer la fuerza de uno sobre otro, más de seguro, provocará accidentes; la espera, entonces, se prolongará y el conflicto, que en un momento estaba acotado a ver quién sobrepone su fuerza sobre otro, se perpetuará en las calles con golpes entre los conductores o, en el mejor de los casos (el mejor?) en tribunales.



Sin embargo, es posible elaborar reglas sociales que permitan eficiencia y satisfacción. Una de ellas, que algunos municipios se han esmerado en proponer con carteles que la anuncian, es la regla del uno y uno, o sea, que antes una hipótesis de desvío, en que tres calles pasan a dos o dos a una, la forma en que se determina el orden de quién pasa, es alternando un auto proveniente de un carril (despejado), con un auto proveniente de otro (bloqueado). Uno a uno.



¿Qué consecuencias se sigue de esta regla? Bueno, evidentemente, como algunos autores han sostenido (Rawls, Dworkin, Sen), las sensaciones, deseos y las preferencias que las personas experimentamos son inconmensurables unas a otras, es decir, no se pueden sopesar pues no existen parámetros para medirlas, homologarlas y, luego, cotejarlas. Por ello es que debe descartarse la posibilidad que las personas echen mano al escaso tiempo que poseen y a la necesidad de llegar temprano a su destino, como estándar para ver quién pasa por la vía despejada antes que otro. Así, es irrelevante si quién debe pasar es un estudiante que va a su universidad, un trabajador (a su trabajo) o, simplemente, alguien que sale a pasear por las calles.



Si nuestras necesidades son inconmensurables, entonces, debemos dejarlas de lado para elaborar una regla objetiva que resuelva el conflicto con eficiencia. La eficacia, en este caso, supone que las calles deben hacerse más expeditas para evitar que ese punto en construcción se torne insalvable, permitiendo, al mismo tiempo, que las preferencias de unos no pasen sobre las de otro. En ese caso, la regla del uno y uno permite cumplir ambos niveles de exigencia. Permite satisfacer (1) la independencia de la regla, pues, si ésta nos exige que los autos (micros, taxis, etc.) pasen uno a uno por el camino habilitado, las preferencias de las personas quedan de lado para, en cambio, permitir un fluir estandarizado de los conductores. En otras palabras, una regla como la que acá se propone deja las preferencias de las personas (y toda la carga moral que ellas involucran) tal como están, para erigirse, ahora, como una regla objetiva.



Pero, al mismo tiempo, (2) satisface niveles de eficiencia; lo que la regla exige, como se ha dicho, es que los autos alternen uno a uno el espacio que, con el desvío, es escaso. Si esto es así, debemos despejar los inconvenientes a que daba lugar la regla del más fuerte, de manera que descartamos el atochamiento de automóviles, en busca de posiciones más aventajadas para pasar por el carril libre, eliminamos los posibles accidentes a que ello puede dar lugar y, por ende, las posibles disputas (callejeras o judiciales).



Es evidente que el flujo de vehículos impide eliminar los atochamientos de una vez por todas, pero, lo que acá sostengo, es que éstos se eliminan en la búsqueda de esos espacios que, entre autos y piedras, permiten sacar ventajas sobre el conductor -más bien contrincante- de al lado. Además de permitir que las personas eliminen esos problemas que convierten la espera por su turno en una batalla (suponiendo que la sola espera no lo hace ya), se evitan las acumulaciones de autos que pelean por el espacio y se avanza en la consecución de caminos más expeditos, al tiempo que se eliminan los malos entendidos entre los conductores.



La búsqueda de reglas sociales está destinada a establecer sistemas de toma de decisiones que eliminen las fricciones de las pasiones diarias. Las primeras, más razonadas, buscan sujetar, justamente, la irracionalidad de quienes debemos tomar decisiones rápidas en contextos que, como el de un atochamiento, nos ciegan a soluciones eficientes. La pasión ahí envuelta nos lleva -instintivamente- a preferir nuestros intereses y a buscar ventajas sobre la base de ninguna regla, generando ineficiencia y dando lugar a conflictos diarios que, las más de las veces, marcan toda una jornada de trabajo.





*Domingo Loverna Parmo es abogado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias