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Juventud y política


¿Cómo motivar a los indiferentes jóvenes que no se han inscrito en los registros electorales, para que pasen a tomar la posta en la política? ¿Cuáles son sus ejes de interés? ¿Por qué se movilizarían? Las respuestas son variables. Dependen de los sectores sociales que se consulte, de los grupos etarios y su pertenencia social.



A nivel de jóvenes universitarios, aparece un gran déficit en materia de conocimientos acerca de la realidad política y social, nacional e internacional. La causa principal ha sido el pobre tratamiento de la educación cívica en los colegios. Los muchachos no traen vocación para el debate. Fueron formados con estilos pedagógicos repetitivos, verticalistas, autoritarios, y esta realidad evidencia la pobreza de la educación chilena, enfocada a un evento evaluativo como es la PSU, pero sin fomentar la lectura y el pensamiento crítico en los adolescentes.



Sin embargo, hay muchos que manifiestan un gran sentido social, estando dispuestos a realizar trabajos voluntarios, participar en iglesias o sectas, integrarse a clubes deportivos o a programas de asistencia comunitaria. Pero, cuando se les pregunta por su participación en política, viene la evasión, el eludir el tema o directamente descartarlo por irrelevante. Muchos, textualmente, rechazan la acción político partidaria, por lo cual explican de esa forma tajante, su decisión de permanecer fuera del sistema electoral nacional.



Hay muchos jóvenes de extracción poblacional, popular, de menos nivel educacional, que han sido más permeables a la manipulación mediática y están más enganchados por los mensajes que el sistema envía a través de la televisión. En verdad, muchos son jóvenes con una gran soledad, que se han criado en hogares de difícil situación económica. Muchos de estos jóvenes han visto deteriorarse sus barrios por la acción del narcotráfico. Sus temas tienen que ver con sobrevivir y hallar espacios en una sociedad excluyente. Incluso algunos se manifiestan en acciones de protesta con gran violencia; se manejan por consignas y pueden adoptar posiciones rupturistas y nihilistas, estar en contra de todo.



Hay otros jóvenes, de sectores medios, que son manipulados por la televisión y su mayor preocupación son la farándula, los carretes de fin de semana, la exploración sexual sin límites. Pasarlo bien, estudiar en función de aquello que les permita el éxito del dinero; trabajar para tener cómo pasarlo bien, haciendo de este estilo de vida un escape a las cuestiones estresantes de una sociedad llena de incertidumbres. Al igual que en los años 20, época de post guerra, se vive hoy en esta juventud un sentido inmediatista que busca el placer, aquí y ahora, desencantados de lo que ven en política, sin querer participar en historias controvertidas de sus padres y abuelos.



En esta descripción de la juventud actual, es preciso ver cómo ellos nos ven, qué facturas nos pasarán. La generación de los setenta se ha planteado como víctima de un período de atrocidades, pero no ha asumido que frente a los hijos de esa época hubo también gran descuido y desafectos. Los jóvenes no quieren seguir escuchando de situaciones acaecidas treinta años atrás, pues ellos están hoy llenos de problemas y el sistema heredado es el que los revolucionarios de ayer les están dejando hoy: un capitalismo individualista, que es despiadado si no se cuenta con el valor de cambio, que es el dinero. Los tiempos de esos jóvenes avanza y los 14 años de democracia están arrastrando graves deudas sociales que han desencantado a la juventud respecto a la política. Su expresión es lapidaria: los políticos luchan por el poder y no por principios. Esa política no seduce a los jóvenes.



¿Será posible que esos hedonistas jóvenes, carreteros, volados, tan libres que han decidido no inscribirse en los registros electorales, puedan dar la gran sorpresa de elegir ellos los destinos del país? ¿Serán esos jóvenes que se han atrevido a cruzar la línea roja de las drogas , hijos de matrimonios rotos, que se fueron al carajo con ellos dentro, siendo con ello víctimas genuinas de un sistema social desintegrador; será posible que sean ellos los que vengan a cambiar el actual sistema elitista y aristocrático de la política?



Los políticos de todo signo tienen que reconocer que han mantenido el status quo, que no han hecho gran esfuerzo por encaminar al país por una democracia genuina. Aceptaron el juego de la derecha y empezaron a hacer cálculos sobre el poder que el binominalismo les permite ejercer. Han buscado que se agreguen circunscripciones para mantener las cuotas de poder y seguir sin plazo en la arena del poder. Esa clase política lleva 14 y completará 16 años -el mismo tiempo que duró el régimen militar- sin devolver al país un sistema democrático real.



Siguen en el tablero los apellidos dinásticos, imperando sobre los feudos o provincias. Decidiendo a puertas cerradas, en las cúpulas partidarias, quien será candidato por tal o cual localidad. Con absoluta falta de respeto imponen listas de desconocidos, pero incondicionales seguidores, que les asegurarán cuotas de votos de los vasallos. Así, peor que en la edad media y sin tener a quien tirarle la bronca, estamos viviendo esta democracia representativa, con gusto a poco.



Frente a esto, en más de una ocasión, he comentado la posibilidad de que surgieran nuevas propuestas políticas. Comentamos la posibilidad de ir a la creación nacional del Partido Joven. Pensamos que sus banderas, de plena aceptación ciudadana, podrían ser la lucha contra la corrupción, la participación juvenil en las decisiones públicas, la transparencia. Recibimos muchos comentarios que adherían a la idea. Incluso hubo estudiantes universitarios que manifestaron su interés en un proyecto sociopolítico de este tipo. Sin embargo, para poder avanzar en una expresión política juvenil, era necesario nutrirse de la experiencia de otros movimientos juveniles del planeta, que tienen su identidad e independencia de los partidos tradicionales. Y, sobre todo, se necesitan los líderes capaces con persistencia, de crear grupos de trabajo para abrir su espacio, inscribirse en los registros electorales y luego ir a la inscripción del nuevo partido en el sistema electoral nacional.
¿Irían los jóvenes a inscribirse en masa si líderes de su edad les muestran una posibilidad real de cambiar los lastres reseñados en este artículo?



Así, esperando respuestas de los protagonistas, la pregunta con que empezaba esta crónica, acerca de la vocación real de la juventud por asumir la posta y jugárselas por un cambio, queda boteando en el área chicaÂ…





*Hernán Narbona Véliz es escritor y analista internacional(narbonaveliz@yahoo.com).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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