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Ficciones sobre la coyuntura económica mundial (2)


La constatación del Fondo Monetario Internacional de que la tasa de crecimiento económico mundial del año 2004 ha sido la mayor «en una generación», más que a optimismo, debería dar lugar a serias dudas respecto a si la economía globalizada puede repetir esta «hazaña» en los próximos años. Pues si este crecimiento ha tomado tanto tiempo en aparecer, más de alguna cuestión estructural debe estar actuando.



Las personas que tanto tuvieron que esperar para ver aparecer esta tasa de crecimiento, nacieron a partir de 1980. Pero ya por aquellos años, Paul Sweezy escribía que en el capitalismo, lo excepcional es un alto crecimiento, y lo normal, el estancamiento. No sólo la última generación, sino muchas anteriores han debido esperar mucho para beneficiarse de un alto crecimiento, y este siempre ha sido de muy corto plazo y siempre asociado a circunstancias muy especiales.



En realidad, si miramos el siglo XX, sólo el período posterior a la Segunda Guerra hasta 1970 puede ser caracterizado como período de alto crecimiento económico. Durante todo el resto -las tres cuartas partes- el crecimiento fue reducido, nulo y, muchas veces negativo, debido a las múltiples crisis.



Pero como señalaba Sweezy (de quien la generación aludida por el FMI debe haber escuchado muy poco o nada, por lo que en América Latina pocos tomaron nota de su defunción en este año), después de Keynes, Hansen y Schumpeter, el porqué del predominio del estancamiento había dejado de ser tema de preocupación de las ciencias económicas. De hecho, la «época de oro» del capitalismo hasta fines de los 60 había desahuciado el tema.



Cuando el estancamiento y las crisis volvieron a predominar desde los 70, el aparato oficialista montado a partir de Bretton Woods, más que explicar los fenómenos, asumió la función de promover la adaptación a la globalización y a la «nueva economía». Los resultados mundiales de estos han sido tan magros. Tanto, que reconocidamente ha habido que esperar una generación para ver retornar tasas de crecimiento económico que en aquella «época de oro» habrían sido catalogados tan sólo como satisfactorias, pero de ninguna manera buenas.



Pero, si al menos el retorno de estas tasas de crecimiento prometiera ser sostenible, habría que darse por satisfecho. Lamentablemente, no hay fundamentos para tales promesas. No estamos frente a una época de oro del siglo XXI.



La explicación es bastante simple. Lejos de reducirse el permanente exceso de capacidad productiva mundial en relación a la capacidad efectiva de consumo de la población, todo indica que, por diversos motivos, la desproporción va en constante aumento. Como lo ha demostrado K. Brenner, existen sectores económicos completos cuya capacidad instalada supera con creces la demanda por sus productos. Por momentos, se puede producir excesos de demanda, como actualmente en ciertos tipos de acero, que han paralizado parcialmente la producción automotriz japonesa. Pero la respuesta sistemáticamente es la creación rápida de nuevas capacidades excesivas. Máxime, cuando este proceso se ve favorecido por la introducción de tecnologías más avanzadas.



Por eso: Aunque haya quienes sueñen y hagan cuentas alegres con el «enorme» crecimiento de la demanda mundial en materias primas y otras, ahora que China y la India se abren al comercio mundial, se están olvidando no sólo de las restricciones internas de esos mercados. Se olvidan también de que la oferta mundial podría reaccionar como siempre lo ha hecho: creando capacidades excesivas para abastecerlos. La consecuencia necesaria no sólo sería la generación de una feroz competencia entre las empresas que se embarquen en estos procesos, sino a nivel macroeconómico, un despilfarro gigantesco de recursos de inversión.



Por eso, los pronósticos optimistas sobre el crecimiento mundial futuro, prevén también un aumento de la demanda interna en los EE.UU., Japón y especialmente la Eurozona. Lamentablemente, hay aquí una contradicción evidente: Las empresas transnacionales, cuya capacidad instalada en los países desarrollados es excesiva, son las mismas que están ampliando y creando nuevas capacidades excesivas en la propia China o en el sudeste asiático (usado como trampolín de exportación).



¿Qué podría hace suponer, entonces, que se evitarán ahora los efectos negativos sobre el empleo y los ingresos que el FMI y otros suponen deben ser evitados para que se puedan alcanzar las tasas de crecimiento pronosticadas por ellos? ¿Y si no se aumenta el empleo y no se detiene el deterioro de los ingresos de las grandes masas de consumidores en las tres zonas más desarrolladas del mundo, cómo mantener los niveles de demanda en concordancia con la gigantesca expansión de la capacidad instalada?



El cálculo de los organismos internacionales respecto a las perspectivas de crecimiento económico futuro es demasiado simple. Esta simpleza refleja el tremendo vacío teórico existente desde que oficialmente ya nadie se preocupa del estancamiento secular de la economía mundial. Pero también refleja la incapacidad objetiva de regulación económica a nivel mundial.





Alexander Schubert es un economista y consultor internacional chileno radicado en Alemania.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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