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Chile, nuestro hogar: La Concertación en la nueva era


En los últimos quince años Chile, bajo los gobiernos de la Concertación, ha dado tremendos pasos que le han cambiado el rostro y el alma. Si lo miramos retrospectivamente pareciera que, en muchos aspectos, nuestro país es otro. En este sentido, la Concertación le ha hecho bien a Chile. Los chilenos hoy viven mejor que antes y tienen más fe en el país.



¿Significa esto que ya hemos hecho todo? Por cierto que no. Chile puede más, mucho más. Está en condiciones, gracias a lo hecho, de dar un salto adelante. Por ello, hemos insistido en más de una oportunidad en que el próximo gobierno de la Concertación no será el cuarto, es un nuevo gobierno y para ello se necesita una nueva Concertación que se haga cargo de los desafíos actuales: es el primero de una nueva era que expresa un ciclo histórico diferente y un profundo cambio cultural. Y esto sólo es posible porque como Concertación hemos tenido éxito y hemos generado las condiciones objetivas y subjetivas para dar este salto que, por lo demás, nos encuentra bien preparados.



En efecto, si la Concertación que hasta ahora nos ha gobernado construyó un consenso en torno al eje democrático, la Concertación que tenemos ahora debe reinventarse en la búsqueda de su nueva identidad, que estará caracterizada por el eje inclusión-igualdad. Así como en los últimos quince años hicimos el cambio democrático, ahora, en los próximos, tenemos que hacer el cambio social.



¿Cuál es el consenso para el futuro? Tal como el acuerdo imparable de los ochenta fue la recuperación de la democracia; de los noventa, la mantención de los equilibrios macroeconómicos como condición del progreso, en el 2000 surge con una fuerza tan imparable como la de los ’80 un nuevo consenso social: la profunda aspiración de igualdad.



Este es el acuerdo que hoy día está emergiendo y que los partidos de la Concertación debemos expresar, de la misma manera que lo hicimos con la aspiración democrática. Chile está en condiciones de hacer de este consenso su prioridad, porque hemos crecido como país y madurado como nación.



La Concertación por la Democracia impulsó un modelo que ha dado sus frutos. Como consecuencia de lo anterior, el sello que deberemos imprimirle a lo que he denominado esta nueva era es humanizar el modelo, colocar al ser humano como basamento de nuestras decisiones, como el centro de la movilidad social y el principal beneficiario del desarrollo.



El modelo chileno



Me refiero específicamente al modelo chileno, único, propio, que logra imponerse a los efectos del neoliberalismo y la globalización. Y este no es un dato menor. Hemos hecho algo nuevo y no nos hemos dado cuenta. Por alguna razón, desde el exterior se considera la peculiaridad del modelo chileno en cuanto tal y no como un modelo neoliberal al cual se le han hecho algunas correcciones cosmetológicas.



Hemos innovado. No hicimos lo que mandaron el FMI o el Banco Mundial tal cual. No cumplimos los instructivos del Consenso de Washington. Hicimos cosas distintas y las hicimos reconstruyendo la democracia, fortaleciendo las instituciones, respetando los derechos humanos; con gran crecimiento económico, con equilibrios macroeconómicos y responsabilidad fiscal, pero al mismo tiempo con políticas sociales en ampliación permanente y que incluso se mantienen en momentos de crisis; con superación de la pobreza, al punto que mientras en todo el mundo ésta crecía, incluso en los países desarrollados, nosotros la redujimos a la mitad; con un inicio de modernización del Estado y con reformas tributarias y laborales.



Sin embargo, frente a este modelo exitoso que debemos corregir y humanizar surgen, en lo principal, dos tipos de actitudes políticas -a mi juicio equivocadas- al interior de la Concertación: por un lado, existe un sector pro corrección del modelo que se sustenta en que o no hicimos lo que debimos hacer o no lo hicimos bien; por otro, un sector anti corrección del modelo, que sostiene que no hay que tocar nada, porque hacerlo significa cuestionar lo valioso que hemos logrado y, en una actitud conservadora, se resiste a realizarle demasiados cambios.

En este sentido, me parece que hay dos aspectos que tenemos que despejar. En una perspectiva está la mirada político gubernamental, donde la evaluación de lo que hemos hecho es a todas luces positiva. Pero desde otro ángulo, una mirada progresista no puede dejar de hacerse desde la crítica social, en que no podemos estar conformes con la sociedad de hoy ni quedarnos, con una mirada complaciente, con lo logrado, sin asumir que es mucho aún lo que nos resta por hacer.



Nos encontramos en un punto de inflexión de este modelo chileno y, si no lo aprovechamos, podemos caer en la inercia del neoliberalismo y la globalización. De allí que me parece indispensable apuntar a algunas debilidades que tenemos que asumir.



En primer lugar está la poca profundidad de las reformas sociales u otras que simplemente no se han hecho, como la previsional; una sociedad civil aún muy frágil y débil, con poca participación; una descentralización del poder muy baja y, lo peor, defectos graves en la inclusión de todo el mundo en los beneficios del progreso, porque tenemos que reconocer que hay realidades que nos interpelan con mucha fuerza, como las escandalosas desigualdades, y algunos fenómenos que han surgido en las sociedades modernas, como la violencia urbana y la delincuencia.



A esto se agregan inquietudes nuevas, que se producen porque nos hemos dado cuenta de que no basta con los equilibrios macroeconómicos para dar un reimpulso al crecimiento y que éste sea en sí mismo más equitativo, sino que es necesaria una verdadera revolución microeconómica, que no hemos enfrentado, y muchísima más innovación en los instrumentos de políticas sociales.



Este texto es una síntesis de algunas de las ideas presentes en un artículo, con el mismo título, que es mucho más extenso.



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Víctor Barrueto. Diputado por Talcahuano y Presidente del PPD.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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