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Tres millones de cobardes II (o Se cayó el tema)


Un periodista de LUN (para los que no saben LUN es la sigla del diario Las Últimas Noticias) me pide una entrevista por correo electrónico. Es cierto: he hecho una denuncia escrita ante el Consejo Nacional de Televisión para informar sobre el trato indigno que un animador de apellido Caprile ha dado a una mujer con depresión y con trastornos de la personalidad. Digo indigno, no inadecuado para que se entienda bien. La ha tratado de cobarde por sus once tentativas de suicidio. Es cierto: he escrito una columna acerca del tema que titulé «Tres millones de cobardes». Es decir: ya dije lo que tenía que decir.



No respondo el correo porque no me interesa dar una entrevista, menos al diario de tres letras.



Al día siguiente suena mi celular. Es el periodista-lun que ha conseguido mi número de teléfono. Qué afanado, pienso, mientras intento hacer un trámite en una notaría de Rancagua. Ya conozco las técnicas de persuasión para conseguir una entrevista; las he practicado alguna vez y las he escuchado de boca de periodistas ansiosos, por lo mismo me considero inmune.



Técnica de persuasión I: periodista-lun me cuenta que se ha enterado de mi denuncia ante el Consejo Nacional de Televisión. Lo supo por el Colegio de Psicólogos Es cierto: he informado al colegio; creo que es bueno que estén enterados de cómo algunos medios de comunicación tratan los temas de salud mental.



Que hablen ellos, sugiero al periodista.



Técnica de persuasión II: Me quiere dejar en claro que es importante que la denunciante (yo) hable y que es un tema relevante para el público. Con algo de tedio, aplico mi técnica de contra-persuasión I. Le explico por segunda vez que ya hice lo que tenía que hacer, que no estoy interesada en la entrevista y que son otros los que deberían hablar. Y que si quiere mi opinión, puede leer la columna «Tres millones de cobardes». Pero eso es letra muerta, sentencia el periodista. Es letra viva, replico a punto de perder la paciencia.



Compruebo nuevamente que mi interlocutor es obstinado. Hasta ahora he sido sutil, pero en este momento recurro a mi técnica de contra-persuasión II. Consiste en decirle que no puedo hablar con un periodista que trabaja para un diario que no respeto. Nada personal, me excuso.



Fin de la conversación.

Durante una semana leo los titulares de la sección para la que trabaja el periodista-lun, pero no encuentro nada relacionado con el tema que calificó como «relevante para el público». Sí me entero de que el corredor Carlo de Gavardo está rematando sus pertenencias en una pizzería de Buin; que existen ratas paralíticas que han vuelto a caminar; que un chino ha vendido 114 litros de sangre en seis años, y que una machi que visita Santiago no puede dormir por el ruido de las micros.



En los días posteriores sigo educándome. Me informo que los seguidores del mundial de fútbol engordarán cuatro kilos; que existe una técnica denominada cardiostreptease destinada a infartar maridos desmotivados, y que en Curanilahue vive un leñador que ha ido a tres mil velorios.



El repertorio es variadísimo en los días siguientes: dulces de alga que mejoran el rendimiento escolar; reporteras argentinas que se especializan en fútbol y rugby; un enano vedetto también argentino que triunfa a pesar de su tamaño, una novia de 160 kilos atorada con su vestido.

El tema del animador, la mujer maltratada verbalmente por él y mi denuncia ante el Consejo Nacional de Televisión, no aparece por ninguna parte. Se cayó el tema, debe haber dicho el periodista a su editor. Qué bueno, pienso. No es allí -entre ratas paralíticas y técnicas de seducción- donde se puede reflexionar sobre la responsabilidad ética de un animador de televisión.



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Verónica San Juan es periodista

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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