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La reforma del FMI


Rodrigo Rato, director general del Fondo Monetario Internacional ha logrado una victoria. Durante la Reunión de Singapur se aprobó lo que el propio Rato ha denominado la «mayor reforma desde sus fundación». Además, ha conseguido el reconocimiento formal de su estrategia de mediano plazo para la reforma del sistema de vigilancia del Fondo. Por último, los Ministros allí reunidos, se han hecho eco de los pronósticos y advertencias del Fondo respecto de la evolución económica mundial. Frente a las demandas de desmantelar el FMI, que circulan también en círculos políticos conservadores de los EE.UU., el conservador español impuso su propia lógica. Igual, su éxito tiene todos los elementos de una victoria pírrica.



Para empezar, la redistribución de las cuotas no tiene significado práctico alguno. La cuota determina el acceso directo e incondicional de un país al crédito del FMI. Pero en el pasado, a pesar de sucesivos aumentos, las cuotas no han servido para apaciguar ninguna de las tantas crisis ocurridas. La mayoría de los países ha debido recurrir, por tanto, a los recursos condicionados. Precisamente en el tipo de condicionamiento se han centrado las críticas. La redistribución de cuotas nada cambiará en esto, aunque algunos funcionarios de los cuatro países que aumentan sus cuotas (Corea del Sur, China, México y Turquía) se sientan en el futuro con más poder.



Seguidamente: La estrategia de mediano plazo de Rato aparentemente contiene algo más de sustancia. En síntesis, se trata de transformar al FMI en una gigantesca consultora de políticas económicas. Debido a la drástica caída de sus préstamos y, por tanto, de sus ingresos, se requieren fuentes alternativas de ingresos. El Fondo se encargaría de vigilar el desarrollo económico mundial y asesorar a los gobiernos para promover la estabilidad financiera mundial. Todo ello, a pesar de que un ex alto funcionario del Fondo, Garry Chinasi, ha revelado recientemente que en el Fondo nadie sabe qué es lo se debe entender por una tal estabilidad. Así, el Fondo se transformaría de un ente crediticio en uno consultor. Sus instrumentos ya no serían el condicionamiento crediticio, sino la persuasión.



Tercero: la aceptación de los pronósticos del Fondo en Singapur podría ser uno de los más graves errores. Según la evaluación de la Oficina de evaluación externa del Fondo, realizada hace un par de meses por Karin Lissakers y un pequeño equipo, una de las graves deficiencias del Fondo es su deficiente capacidad intelectual. Obligada a no revelar secretos, la evaluación se expresa de manera cauta, pero significativa. Así, por ejemplo, en el caso de la crisis de Argentina, que terminó con la convertibilidad del peso y arrojó a millones de vecinos a la miseria y la desocupación, el fondo fue incapaz de reaccionar a tiempo y corregir sus equivocados condicionamientos. Todo ello, a pesar de que en el propio Fondo se conocía perfectamente lo que estaba sucediendo. Lo que faltaba era precisamente capacidad reflexiva.



Por eso, el Fondo fue incapaz de pronosticar la magnitud y los desafíos de la crisis que se avecinaba. De manera más cauta aún, Paul Blustein, en su libro sobre esta crisis, evidencia la completa incapacidad del Fondo para presentar planes alternativos, evitar el saqueo del país (por el cual se está procesando actualmente en Argentina a algunos de sus principales actores) y de formular salidas socialmente sustentables. Hasta ahora, el Fondo no ha hecho autocrítica seria alguna de su responsabilidad en la crisis Argentina. Ni en ninguna otra.



La estrategia de Rato significa, de hecho, transformar la más evidente debilidad del Fondo- su incapacidad de pronosticar crisis y de hacer propuestas socialmente justas y sustentables para enfrentarlas – en el eje central de sus futuras actividades.



Podría pensarse entonces que la estrategia de Rato contempla profundas transformaciones tanto de funciones, personal y ética interna en el Fondo. Nada de ello. A pesar de que con la caída del monto de sus créditos el Fondo ha entrado a tener cuantiosos déficits operacionales, las propuestas de reorganización interna muestran una total despreocupación por el tema. Parece que lo que importaba era apaciguar los temores de los funcionarios, y lograr así el consenso para salir a defender la existencia de una institución agobiada por su falta de legitimidad. Desde su tumba, sus creadores – White y Keynes – deben seguir observando esto con pena e indignación.



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Alexander Schubert. Economista y politólogo




  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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