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El FMI en el mundo de las maravillas


Según los pronósticos del FMI, durante al menos los dos próximos años la economía mundial tendrá un crecimiento anual de más del 5 por ciento. Según el FMI, la economía mundial está evolucionando muy satisfactoriamente, y nada indicaría que algunos riesgos pudieran agudizarse en el futuro. Tan optimista es el escenario, que Steve Roach del Morgan Stanley reconoció que el informe del FMI le parecía como una reedición del infantil optimismo de la época de Ronald Reagan, esta vez tan exagerado, que haría sonrojar a aquél.



Supongamos que el FMI tenga razón. Recordando a Kofi Annan, que advertía que las actuales formas de crecimiento no han contribuido sustancialmente a mejorar la condiciones de vida de los miles de millones de seres humanos que viven en la pobreza absoluta, poco debe esperarse como «chorreo» del crecimiento pronosticado por el FMI. El truco del FMI es tratar de vender una situación de por sí poco optimista por una que debería despertar alegría en el mundo entero. Y aprovechando la algarabía, se plantea seguir «empujando las reformas» para terminar al fin, con los sistemas solidarios de seguridad social.



Acompaña este discurso una novedad: el FMI se ha dado cuenta que una mejor distribución del ingreso puede mejorar la legitimidad de las políticas «de crecimiento» en curso. Pero uno de los supuestos del FMI consiste en que las políticas económicas del presente no sufrirán modificaciones, salvo ciertas políticas asistencialistas dirigidas hacia los más pobres, que requieren una mayor base tributaria. Consecuentemente, la retórica del mejoramiento de la distribución del ingreso no es sino una cortina de humo para mantener las actuales estructuras que generan las desigualdades. El tema de las enormes transferencias de ganancias desde los países en desarrollo hacia los países desarrollados no es ni siquiera mencionado.



Otro supuesto es que las tasas de cambio reales entre las mayores monedas del mundo tampoco cambiarán. Además , se asume que el precio promedio del petróleo será de $60.75 en 2007 y $64.75 en 2008, manteniéndose constante en términos reales en el mediano plazo. Por último, las tasas de interés asumidas son del 5,3 y 5,1 por ciento para el LIBOR, 3,8 y 3,7 para los depósitos en euros, y 0,9 y 1,2 para los depósitos en Yen, en los años 2007 y 2008, respectivamente.



¿Qué supuestos hay detrás de estos supuestos? Si se está suponiendo precios estables del petróleo, no sólo se están excluyendo cambios en la estructura de su oferta y demanda, sino también de los precios de la mayoría de las demás materias primas. A través de las bolsas, estos están muy relacionados. El «reciclaje de petrodólares» y de ganancias de las empresas mineras deberá continuar igual. Si se supone que las tasas de interés no varían, se está suponiendo la estabilidad de la montaña mundial de deudas, tanto públicas como privadas, y del sistema crediticio en su conjunto. Si se supone que no habrá modificaciones de las tasas de cambio, habiendo excluido causantes financieras y monetarias, se está afirmando que la estructura mundial del comercio no variará. Para EE.UU ello implica mantener un grave déficit comercial. Ese país, que absorbe hoy más del 63 por ciento de las importaciones mundiales de capital, deberá seguir endeudándose a pasos agigantados. Y deberá contar con la posibilidad de hacerlo a bajas tasas de interés, porque de lo contrario, el debilitamiento actual de su economía terminará ineludiblemente en un desastre.



En este contexto, el FMI pronostica que la recesión de EE.UU no afectaría al resto de las economías mundiales, con la excepción, quizás, de América Latina. Supuestamente se trata de una cuestión doméstica. Esto contrasta con los beneficios globales atribuidos a lo que el FMI ha descubierto con varios decenios de atraso: el mercado laboral global. Este, que no es otra cosa que la largamente conocida nueva división internacional del trabajo, se atribuye una gran capacidad estabilizadora, pues aumenta la productividad y las ganancias de las empresas transnacionales. Algunos países ganan con mano de obra barata, otros con la cara. Pero como se sabe, estas categorías cambian de acuerdo a la tasa de cambio entre las monedas respectivas y dependen directamente de los flujos mundiales de capital. En caso de una recesión, muy probable en EE.UU., no sólo se verían afectados mundialmente la posición del dólar, con las consiguientes repercusiones sobre los flujos de capital, sino la competitividad de las naciones en su conjunto. China podría ser donde las repercusiones se hicieran sentir con mayor fuerza.



Con todos estos supuestos, el FMI podría llegar a tener razón. Aunque poco probable, podría ser que en los próximos dos años nada o poco cambie en los parámetros fundamentales de la economía mundial. Pero nada garantiza que la debacle no venga inmediatamente después. Los gobiernos que piensen que manteniendo las políticas económicas actuales saldrán, también entonces, bien parados, podrían sufrir la amarga decepción de haberle creído al FMI.



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* Alexander Schubert es economista y politólogo

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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