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Noviembre de vodevil

Utilizando una expresión de periodismo deportivo, debo señalar que «El Estratego» Velasco y su cuerpo técnico nos han dado una lección de estrategia negocial, con perdón de la tautología, dignas de ser registradas en los anales de Harvard Business School y patentada en el Registro de Marcas del …


Por Ricardo Manzi*

Aunque el mes de noviembre ha sido tradicionalmente mes de opera en el Municipal (p.ej.: Las Bodas de Fígaro), ello ha cambiado radicalmente este año, pues en verdad hemos asistido estas últimas semanas a la exhibición de una de las más intensas, jocosas, ridículas  y  mejor  ejecutadas piezas de vodevil, donde el ministro de Hacienda y sus ad láteres nos han dado una demostración de humorismo político – laboral inédito  en estas latitudes, a saber:

Todo parte con la liturgia anual de la negociación de los trabajadores del sector público, que privados constitucional y legalmente del derecho a huelga, realizan año con año, los paros más sonados y con mas vastos efectos sobre la pacífica y hasta sumisa población nacional. En  efecto, muchos serán los dolientes, que recuperada la paz, habrán de enterrar a sus llorados en un refrigerador por el avanzado estado de  corrupción de la carne o, aquellos que deberán dirigir sus camiones con alimentos y productos perecibles directamente a los vertederos, para éxtasis de lauchas, palomas y gaviotas; otros cuantos seguirán revisando los avisos económicos en busca de un empleo, porque no lograron arrancar a tiempo la piedra preciosa o certificado de antecedentes del Registro Civil, granítica institución, hoy por hoy, símbolo de la resistencia y desobediencia, de las fuerzas de la Administración Civil del Estado. El pueblo que trabaja en la calle, los paseantes y enamorados, lindas  y pequeñas rollizas mujeres morenas, algún gringo despistado, los incas avecindados y otros ciudadanos de a pie,  recuperarán lenta e imperceptiblemente sus desgastados cilios nasales saturados por la prolongada exposición a miasmas malolientes de las cloacales calles de Santiago Centro. Muchos serán los viejos y enfermos que seguirán esperando, con resignación y silente indignación, las postergadas operaciones, curaciones, reconocimientos y exámenes  médicos; no faltarán aquellos a los que se les habrá acabado el tiempo y ¡Dios los tenga en su Gloria! Quinientos millones de dólares al tacho de la basura dirá la CPC y entonces parafraseando al magno filósofo trasandino, Alfio Basile, ¡a llorar a la iglesia!

Utilizando una expresión de periodismo deportivo, debo señalar que «El Estratego» Velasco y su cuerpo técnico nos han dado una lección de estrategia negocial, con perdón de la tautología, dignas de ser registradas en los anales de Harvard Business School y patentada en el Registro de Marcas del Ministerio de Economía.  En efecto,  se debe consignar que al partir, para calentar motores, apurando un clima de puro entendimiento, plantearon una oferta de «tejo corto bajo el piso.» Dicho de otro modo, dentro de la más arraigada cultura chilena de negociación, se ofreció una respuesta al petitorio laboral de reajuste -gastado de tan anunciado-, de «tejo corto» o «mezquino,» con una variante novedosa y probablemente exógena o cuando menos insólita en este hemisferio, esto es, que ella era del orden de la mitad de la inflación anual acumulada y desatada.  Si este dispositivo para desactivar bombas nucleares hubiera estado disponible en 1945, no habríamos tenido que lamentar Hiroshima y  Nagasaki y el Mundo tendría una visión más indulgente de la fisión nuclear y sus derivados y con toda seguridad L. M. Rendón habría abrazado la carrera conventual. Sin embargo, luego de esta «generosa oferta,» – según el sentir del equipo de Hacienda, pero sólo de ellos -, en una incomprensible actitud, los funcionarios, probablemente impulsados por la «codicia,» la rechazaron de plano, arrojándose el universo público masiva e irreflexivamente al paro más prolongado, movedizo, mediático y dañino para los chilenos, de todos los verificados en la era de la Concertación. ¡Qué jauría!

Lo demás lo conocemos bien: bebés arrojando marcialmente mamaderas junto a viejos armados de muletas y bastones sitiando hospitales, donde funcionarios parapetados tras almenas de papel confort, gasas y apósitos, resistían entre la vergüenza y la necesidad; teléfonos repiqueteando insistente e irritantemente en pasillos oscuros librados de la penumbra total, por mortecinas luces estroboscópicas parpadeando a un tris de la finitud; sí, pasillos alcanforados y perfumados a trementina donde antes, esos seres pequeños e insignificantes, -pobres se les llama-, tras una larga paciencia, alguna esperanza tenían de ser por ventura atendidos; operaciones preteridas por meses y aún años; certificados y documentos sin emitir, sin firmar, sin numerar y, obvio, sin kárdex; basura acumulándose en toda la cuadrícula colonial donde «los marditos roedores»  y otras alimañas, se adueñaban de nuestras antes orgullosas e impolutas calles. En buenas cuentas: paro prolongado, ciudadanos jodidos y un equipo negociador gubernamental que conteniendo la estampida, ofrecía cada treinta segundos nuevos porcentajes de reajuste, antes de sucumbir en la derrota final y total: el rechazo de un proyecto de ley dotado de todo el vergonzoso poder de nuestro presidencialismo reforzado, es decir, de la urgencia de la «discusión inmediata,» que no es otra cosa que la clausura del debate, mediante «el tapabocas.»

Bien amigos, estas últimas semanas hemos asistido a un evento histórico: un compilado sainete de la improvisación y el yerro; de la inoperancia y la torpeza; de la mala lectura de señales políticas visualizadas desde camarillas, las que suelen ser miopes, al punto que el ministro portavoz ha guardado un inédito y también histórico mutismo, porque él, a veces, a lo lejos, muy de tarde en tarde, no le gusta hablar. Será que de vez en cuando, quizá por azar, también tiene pudor.

Y todo esto, ¿saben por qué? Porque noviembre no es mes de ópera en el Municipal, es mes de vodevil.

*Ricardo Manzi Jones es abogado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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