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«Pánicus Déxteram»


Los romanos sostenían que a los cartagineses no se les podía creer. Éstos eran astutos comerciantes fenicios y a veces no cumplían su palabra. Entonces los romanos acuñaron la expresión irónica: «fides púnicum», traducida como «confiabilidad cartaginesa».

Los acontecimientos que desembocaron en la renuncia de Laurence Golborne, generada por un estado de pánico en la UDI que es muy característico de la derecha, me han hecho pensar en una expresión latina para el caso y he acuñado «pánicus déxteram», que quiere decir «pánico de la derecha» (espero que esté correctamente expresada, pues el latín no es mi fuerte. Antes me lo corregía siempre Bob Borowicz, pero ahora que nos ha dejado espero que no tenga sucesores).

El «pánicus déxteram» se genera en la derecha ante cualquier cosa que dicen sus adversarios. Ella está siempre dispuesta a encontrarles la razón, por descarriados que sean los puntos de vista de ellos. Por pánico. Recordemos cuando la izquierda armó un ejército guerrillero y se preparaba para dar el zarpazo al poder y establecer un gobierno totalitario. La derecha cayó en el «pánicus déxteram», que en esa época fue compartido por la Democrcia Cristiana y una parte de los radicales, y entre todos formularon un llamado a los militares para salvar al país. Éstos lo hicieron y derrotaron al ejército terrorista con los métodos que se usa en esos casos, los mismos que hoy emplean las naciones más expuestas al terrorismo, entre ellas los EE. UU. e Israel, que los liquidan sin forma de juicio y usando métodos cada vez más sofisticados, como los cohetes lanzados desde helicópteros y «drones», y nadie (salvo los terroristas y sus aliados, por supuesto) dice nada.

Acá y en el mundo la izquierda terrorista, derrotada por las armas, lanzó entonces el grito de «¡atropellos a los derechos humanos!» y organizó una campaña de desprestigio mundial de Pinochet («fue el último éxito del KGB antes de ser lanzado al basurero de la historia», ha escrito Paul Johnson). Acá la derecha cayó en el acostumbrado «pánicus déxteram» y les encontró toda la razón, más por miedo que por creerlo realmente, pues suele decirse para sus adentros «¡pocos mataron!». Pero, en todo caso, por muchos años ha mirado para otro lado mientras don Patricio, que estuvo también a la cabeza del llamado a los militares, se dedicó a crucificarlos cuando llegó al Gobierno y a perdonar a cuanto terrorista autor de hechos de sangre que estuviera preso o circulando, amén de pagarles una enormidad de dinero como indemnización por habérseles impedido el ejercicio de «su derecho» a tomarse el poder a sangre y fuego.

El último episodio de «pánicus déxteram» se registró cuando jueces y periodistas de izquierda urdieron una maniobra genial: conseguir que se declarara nula un alza de comisiones de tarjetas Cencosud acordada en 2006, cuando el candidato presidencial de la UDI, Laurence Golborne, era gerente general de la firma, para así acusarlo de «¡abuso!», el más reciente grito de guerra izquierdista.

Golborne era un ejemplo de meritocracia, pues había llegado a encabezar una de las empresas más grandes del país exclusivamente gracias a su capacidad y sin cuñas ni relaciones de parentesco o aportes de capital. Fue tan destacado que cuando Sebastián Piñera quiso formar un «gabinete de excelencia» pensó en él como ministro, exclusivamente por los méritos que exhibía. La personalidad de Golborne se dio a conocer en el episodio de los 33 mineros e inmediatamente conectó con la masa de chilenos, que lo hicieron uno de sus personajes predilectos, el único que en todas las encuestas se acercaba en popularidad a Michelle Bachelet. Tal popularidad llevó a la UDI a rendirse a sus pies y proclamarlo candidato presidencial, aun cuando Golborne no era «del sector», pues había estado con el «No» y en Tolerancia Cero dijo que le encontraba más cosas negativas que positivas al Gobierno Militar, pero como ahora la UDI está llena de «arrepentidos» y similares, no les importó nada.

Pero así como el grito de «¡atropellos a los derechos humanos!» puso a temblar al «vientre blando de la derecha», para emplear términos churchillianos, a la voz de «¡abusos!» ante el cobro de Cencosud en 2006 y el dictum de Allamand de que Golborne no podía ser candidato presidencial si había subido el cobro fijo de las tarjetas, la UDI se puso a temblar, víctima del «pánicus déxteram» más extremo; y eso llegó al límite cuando el espionaje de izquierda reveló que una sociedad de la cual era parte Golborne tenía participación en otra que a su turno había invertido algo en British Virgin Islands, un paraíso fiscal. Entonces decidieron inmediata y fríamente defenestrar al candidato.

Lo notable de todo esto es que la práctica de subir el cobro fijo de las tarjetas era habitual y generalmente aceptada, porque se ofrecía a los tenedores de ellas la posibilidad de no aceptar el aumento de tarifa dejando de usar el plástico, norma respaldada por 148 años de vigencia del Código de Comercio, que estableció la aceptación tácita con igual valor que la expresa en los contratos. Y más notable es que, preguntado el Presidente de la República si él tenía inversiones en «paraísos fiscales» no sólo no lo negó, sino que afirmó que tenerlas era «perfectamente legal» y señaló que no se conocía el monto de lo invertido por la sociedad en que indirectamente era parte Golborne porque «la ley no exige que la persona entregue el monto de sus inversiones» («La Segunda», 08.05.13, p. 13). Es que Piñera no sufre del «pánicus déxteram» porque nunca ha sido «déxteram» y por eso se ha encogido de hombros cuando le han formulado acusaciones mucho peores, como pueden comprobar los interiorizados en este blog.

Defenestrado Golborne por supuestos «escrúpulos morales» de la UDI, que no tienen nada de morales, ha sucedido lo más notable: le han llovido ofrecimientos de cargos importantes al autor de los «abusos» y supuesto evasor tributario: candidaturas a senador, embajada en Argentina y, finalmente, la embajada ante la OCDE con sede en París. ¿Cómo puede entenderse eso? Perfectamente: porque todos sabemos que no hay una tacha moral válida contra la persona de Golborne y que se trató solamente de consignas prefabricadas para restarle popularidad, carentes de base.

Pues, en último término, sólo ha quedado ratificado que si ellas son gritadas con suficiente fuerza, la derecha se pondrá a temblar y hará y dirá lo que sus enemigos desean.

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