Publicidad

Por qué los ricos no debieran pagar por su educación


En el tema de la gratuidad de la educación superior, existe una idea perversa que circula con cierta fuerza entre aquellos que se oponen a la gratuidad. Es una idea no sólo perversa, sino seductora porque se esconde tras un velo de aparente justicia y equidad.

La idea es la siguiente: la gratuidad universal es regresiva porque no es justo que los pobres paguen (a través de sus impuestos) por la educación de los ricos. Ellos (los ricos) no tienen problemas en pagar por la educación de sus hijos por lo que los escasos recursos del Estado no debieran ir hacia ellos sino a aquellas familias que realmente lo necesitan. Parece una afirmación repleta de sentido ético y justicia. Sin embargo, es una afirmación que esconde una visión egoísta y clasista del país.

Aquellos que se oponen a la gratuidad universal, y que se presentan como defensores de los pobres, lo hacen porque no saben, o no entienden, lo que es un país, lo que es una comunidad. Como los herederos que son de la filosofía atomista impuesta por Pinochet, ellos creen en la primacía de las finanzas, los números y de los cálculos utilitaristas. Dado ese trasfondo (el que le da importancia a los cálculos utilitaristas), estas personas no le ven ningún beneficio en extender la gratuidad a todos los chilenos. Y no lo pueden ver porque no están preparados para ver más allá de los análisis costo-beneficio. Por eso a ellos no les hace sentido que los que tienen plata no tengan que pagar por la educación.

La miopía que ellos tienen, producto de la importancia que le dan a los cálculos costo-beneficio, no les permite ver que universalizar la educación gratuita es un acto épico que equivale a la construcción de un país. Extender la gratuidad es construir una comunidad; es crear y reforzar los lazos de pertenencia que todos tenemos o debiéramos tener, con Chile. Universalizar la gratuidad para todos los chilenos es un acto de creación y de afirmación. En esencia, es un acto fundacional por cuanto con la gratuidad se sentarán las bases para construir un país inclusivo, participativo y genuinamente solidario.

Cuando los ricos formen parte del mismo sistema educacional que los pobres, entonces como país todos formaremos parte de un mismo sistema educacional y sentiremos que vivimos en un mismo país. Todos lucharemos por defender, proteger y mejorar la educación. Mi problema será tú problema. Los problemas serán, por lo tanto, nuestros problemas. Y al ser “nuestro” problema, todos nos sentiremos parte de un mismo país, parte de un mismo proyecto y de una misma comunidad.

Así como hoy en día hablamos de “nuestra” selección de fútbol, con la universalización podremos hablar con propiedad de “nuestra” educación. Así como están las cosas hoy en día, en Chile no existe “nuestra” educación. Existen muchas educaciones. Para los pobres, para la clase media y para los ricos. Los problemas de uno no son necesariamente los mismos problemas de los otros.  Por eso no hay una verdadera urgencia por resolver los actuales problemas de la educación (y lo mismo pasa con la salud). Porque para los ricos y para los que gobiernan el país, los problemas de la educación son problemas lejanos, son los problemas de otros. Ellos no los viven. Por lo tanto, no los entienden. Ellos se educan en otro país, en otra realidad y por lo tanto buscan solucionar los actuales problemas desde afuera, como extranjeros que llegan de otro lugar para solucionar un problema sin nunca entender en qué consiste realmente el problema.

Los que se oponen a la extensión de la gratuidad a todos los sectores sociales lo hacen guiados por la fe que tienen en los cálculos utilitaristas y en su incapacidad por entender cómo se construye un país. Al creer que todo pasa por los números, ven muchos peligros y supuestas “injusticias éticas” en la universalización.

Es por esto que muchos de estos opositores nos dicen que aunque quisiéramos no se puede ofrecer gratuidad a todos porque en Chile no tenemos los recursos. Dicen que los pocos recursos que tenemos deben enfocarse en los que realmente lo necesitan y los ricos no lo necesitan. Este es un argumento netamente reduccionista, cortoplacista, carente de visión y por lo tanto extremadamente conservador. Es conservador porque cuando dicen que no se puede universalizar la gratuidad (y apelan a los números o las finanzas), no están siendo del todo claros. No están siendo claros porque lo que realmente están diciendo es que no se puede universalizar la gratuidad sin introducir cambios fundamentales al sistema económico y sin remecer (o al menos debilitar) las bases económicas de este sistema. Eso es lo que realmente están diciendo; que no se puede extender la gratuidad sin poner en cuestión ciertas verdades fundamentales del sistema (como la idea atomista que cada uno es responsable por su propio bienestar y que por lo tanto no necesitamos de los demás para vivir).

Cuando ciertos tecnócratas y economistas nos digan que no se puede hacer algo, hay que recordar que sólo hay dos tipos de imposibilidades: las lógicas y las físicas. Y cambiar el sistema tributario para universalizar la gratuidad no es una imposibilidad lógica ni física.

Por todo esto, si queremos construir un país y si queremos vivir en un Chile inclusivo, solidario y del que todos nos sintamos parte, la gratuidad universal en la educación superior es una medida, no sólo sensata, sino que necesaria.

(*) Texto publicado en El Quinto Poder.cl

Publicidad

Tendencias