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El rol de los técnicos Opinión Imagen referencial Crédito: hacienda.cl

El rol de los técnicos

Sergio Arancibia
Por : Sergio Arancibia Doctor en Economía, Licenciado en Comunicación Social, profesor universitario
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Los partidarios del statu quo económico y político necesitan este tipo de ideas dominantes y de estos técnicos o expertos supuestamente imparciales y apolíticos, para enrolarlos en la batalla contra las fuerzas del cambio. Si no estuvieran disponibles, sería necesario crearlos. Y cuando están disponibles, los ensalzan y los difunden.


En algún momento del pasado se consideró que los técnicos eran capaces de generar alternativas sobre cómo solucionar un determinado problema. Como frente a cada problema la vida ofrece muchas alternativas, los técnicos eran los encargados de explicitar cuáles eran esas alternativas y mostrar cuáles eran las características, cualidades, costos, beneficios y consecuencias de cada una de ellas. Incluso, también, mostrar los beneficiarios y los dolientes. 

El dirigente empresarial, el dirigente político o, en general, el responsable de enfrentar y solucionar un determinado problema, era el encargado, a su vez, de tomar decisiones sobre cuál alternativa elegir. Cualquier opción que tomara era tan técnica como cualquier otra, pues todas eran técnica o ingenierilmente posibles o viables, solo que entre ellas había grandes diferencias en cuanto a sus consecuencias sociales, económicas y políticas. Los dirigentes  tenían la responsabilidad y capacidad de elegir entre alternativas diferentes y, desde luego, de correr con los riesgos y consecuencias. 

Pero de alguna forma las cosas comenzaron a cambiar y resultó, al correr del tiempo, que los técnicos ofrecían una sola opción. Frente a cada problema solo había una sola solución posible y ellos, los técnicos, eran los conocedores y depositarios de esa alternativa única e infalible. Dejaron de ser conocedores de las alternativas, y pasaron a ser poseedores de la verdad absoluta. En esa forma, los dirigentes empresariales y políticos se vieron liberados de la pesada responsabilidad de tomar decisiones respecto de qué alternativa elegir. Las elecciones cambiaron de forma y se limitaron a elegir a qué técnico contratar. Resuelto ese problema, ya estaba asegurado el camino a seguir. Ese era el poseedor de la verdad, técnica y científica, y cualquier otra idea diferente no era sino expresión de ideología o ignorancia. 

Esta alta adhesión a un pensamiento único se hizo particularmente presente en el campo de la economía, durante los últimos decenios del siglo XX y en los actuales del siglo XXI, pero también está presente en otros campos de las ciencias sociales.  

Ello fue consecuencia, entre otras cosas, del hecho de que una parte importante de las fuerzas que fueron protagonistas de los debates y confrontaciones políticas e ideológicas del siglo XX, perdieron la pelea en el plano político  y teórico, y dejaron el espacio libre para la presencia y el dominio avasallador de un pensamiento único, afín a los intereses de las fuerzas vencedoras. Es justo reconocer, en todo caso, que una parte importante de los protagonistas de los debates del siglo XX eran también partidarios de una modalidad de pensamiento único, aun cuando de signo contrario. 

Esas ideas dominantes con las que se inició el siglo XXI se difundieron con fuerza en los claustros universitarios, donde pasó a imperar una visión altamente dogmática de la ciencia económica, como si ella fuese portadora de verdades absolutas. Otras ramas del conocimiento, como la biología, la medicina e incluso hasta la química y la física, son más modestas, y asumen sus verdades como hipótesis tentativas, y sus propias ciencias como terrenos en construcción, donde todo está sujeto a debate y a eventual superación. 

Pero este fenómeno del pensamiento único y de la incapacidad de pensar en términos de alternativas múltiples,  no es solo un problema que incumbe a los currículos universitarios. Los partidarios del statu quo económico y político necesitan este tipo de ideas dominantes y de estos técnicos o expertos supuestamente imparciales y apolíticos, para enrolarlos en la batalla contra las fuerzas del cambio. Si no estuvieran disponibles, sería necesario crearlos. Y cuando están disponibles, los ensalzan y los difunden.

Los tiempos de cambio no son tiempos de locuras ni de meros voluntarismos, sino de la implementación de ideas creativas, bien pensadas y firmemente enclavadas en el terreno de la realidad. Ello exige pensar todas las consecuencias de cada paso y no seguir apegados a la idea de que cada problema tiene una sola solución. Más aún, hay que tenerles miedo a aquellos que se presentan a sí mismos como los poseedores de viejas verdades absolutas y eternas. 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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