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La Matronería y su continuo aporte al cuidado de la salud Opinión

La Matronería y su continuo aporte al cuidado de la salud

Jesús Fernández A
Por : Jesús Fernández A Académico Escuela de Obstetricia y Neonatología UDP
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Las universidades, y por ende los profesionales que trabajamos en la formación de futuros colegas, estamos llamados a dar respuesta a estas nuevas condiciones, utilizando estrategias y metodologías novedosas que propicien el desarrollo de habilidades y competencias genérico-transversales que incentiven la reflexión, la comunicación asertiva, la empatía y el trabajo en equipo como mínimos tangibles de una atención de salud centrada en las personas.


Este 5 de mayo se celebra el Día Internacional de la Matrona, una de las profesiones de salud más antiguas de la historia y a la vez fundamentales para detener las muertes maternas y neonatales prevenibles en todo el mundo. Durante siglos las matronas han mantenido un “contrato de colaboración” con las mujeres y sus familias, ya que además de prestar la reconocida atención del embarazo, parto y puerperio, brindan servicios de planificación familiar, realizan exámenes de detección de cáncer cervical y de mama, proporcionan información y asesoramiento en salud reproductiva para adolescentes, asistencia a sobrevivientes de violencia de género y cuidados neonatales específicos a recién nacidos de término y prematuros.

A pesar de toda esta innegable contribución, estas profesionales (en su mayoría mujeres) a menudo son infravaloradas o simplemente no tienen el reconocimiento que merecen. El fortalecimiento de la partería y/o matronería exige inversiones en educación y capacitación, salarios justos y un ambiente de trabajo seguro, que ofrezca apoyo y respeto, así como también políticas de gobierno que fortalezcan su rol por medio de normativas claras, atingentes y específicas.

Como Matrón, y considerando mis 15 años de ejercicio profesional y 9 de ellos formando matronas(es), pretendo realizar un breve tránsito histórico que busca destacar algunos hitos importantes que han contribuido a cimentar las bases para ejercer esta importante labor y también visualizar los desafíos que hoy enfrenta este profesional.

Durante el siglo XV en Europa las parteras o comadronas eran mujeres que socorrían y apoyaban la salud de mujeres y niños de manera generalmente privada (en la casa de las parturientas). Sus conocimientos se traspasaban de generaciones, incluyendo métodos abortivos y anticonceptivos por medio de hierbas medicinales. En el siglo XVIII y producto de los avances de la ciencia y cambios en el rol del Estado en las políticas de salud, el campo de acción de las parteras se limitó a la asistencia de aquellos partos normales y sin riesgos. La formación de matronas se concretiza a través de tres alternativas: la educación por medio de textos o manuales escritos, la formación en escuelas de matronas y la formación en colegios de cirugía. Sin embargo, su rol era muy reduccionista, ya que solo se orientaba a la atención de población urbana y rural de bajos recursos económicos. En el siglo XX, producto de la demanda por una mejor educación, en 1857 y con la Ley de Instrucción Pública de España, se crea el título de matrona, produciéndose un reconocimiento legislativo de la formación y función social.

Los términos “partera” y “matrona” distinguían la clase de servicio que unas y otras ofrecían: la primera, un saber empírico, adquirido gracias a la sola observación y experiencia, mientras que la segunda, un conocimiento obtenido por la asistencia a un curso formal que contemplaba una parte teórica y práctica.

Tal como ocurrió en Europa y con el fin de controlar las tasas de mortalidad infantil, el 16 de julio de 1834, el médico francés Lorenzo Sazié crea en Chile el primer curso de formación de matronas (con orientación principalmente práctica). Los requisitos de ingreso eran “saber leer y escribir, haber recibido una educación decente y ser jóvenes, robustas y bien constituidas”… ¡vaya requisitos! Este curso se vio interrumpido más de una vez debido a problemas como la fiebre puerperal que afectaba a las mujeres durante el postparto.

Desde 1875 en adelante, la formación de matronas se realizará en la Casa de Maternidad de Santiago hasta 1913, cuando se crea la primera Escuela de Obstetricia y Puericultura para la Universidad de Chile. Su orientación, a través del acompañamiento cercano a cargo de matronas, era realizar el control del embarazo, parto, puerperio además de vigilar los primeros años de vida y dirigir la crianza de los recién nacidos, ya que las políticas higienistas de la época consideraban la ignorancia y desinterés de las madres por sus hijos como la principal causa de mortalidad infantil. Esta labor consolidó a la matronería como el primer oficio sanitario formal del siglo XIX, con un fuerte componente educativo y diferenciador del resto de los profesionales del país.

Con el avance de los años los planes de estudio fueron incorporando mejoras en términos curriculares, incorporando nuevas asignaturas, elevando los requisitos de ingreso y aumentando los años de formación. En 1963 se comienzan a crear otras escuelas de obstetricia a nivel provincial, tales como Temuco, Concepción y Antofagasta y, en 1968, la Escuela de Obstetricia de la Universidad de Chile pasa a constituirse en Carrera, donde la señora Olga Julio (primera directora matrona de la carrera de obstetricia y puericultura) tiene como función la supervisión de todas las otras carreras de obstetricia del país.

En los años 80, paulatinamente comienzan a aparecer las universidades privadas, lo cual diversifica la oferta de planteles formadores de matronas(es). El 15 de mayo de 1995, se crea el grado de Licenciada(o) en Obstetricia y Puericultura, el cual se obtiene al término del octavo semestre y el título profesional de Matrona/Matrón al término del décimo semestre. A ello se suma la creación de capacitaciones en las áreas de Obstetricia, Ginecología y Neonatología.

El año 2008, la escuela de Obstetricia de la Universidad de Chile se acredita como centro colaborador de la OMS para el desarrollo de la partería en América Latina y el Caribe, posicionando a la matronería chilena como garante de la seguridad y el completo bienestar de la mujer. A su vez, Chile es parte de la Confederación Internacional de Matronas. Este grupo creado en 1954 representa y trabaja para fortalecer las asociaciones profesionales de matrones y matronas de todo el mundo. En la actualidad existen 140 Asociaciones Miembros, las cuales representan a 119 países de todos los continentes. Estas asociaciones representan a más de un millón de profesionales.

Si bien estas organizaciones han contribuido a desarrollar contribuciones, estrategias y líneas de colaboración entre profesionales de distintos países, el presente y el futuro nos imponen nuevos desafíos que afrontar. La práctica de la matronería moderna incluye el compromiso de cada profesional por actualizar constantemente sus conocimientos y técnicas, así como de promover la investigación para aumentar la producción de evidencia científica que genere nuevos conocimientos para la disciplina. Una mayor formación mejora la calidad asistencial que se entrega al paciente, reduciendo con ello los errores y daños y permitiendo que el profesional se relacione con personas que están cada vez más informadas, con mayores expectativas respecto a su salud, exigentes de sus derechos y globalmente conectadas.

Por otra parte, Chile con sus cambios de perfil demográfico y epidemiológico, sumado esto a las actualizaciones de los Programas de Salud, ha visibilizado nuevos roles a la matronería que van desde el acompañamiento durante todo el ciclo vital de la mujer (relacionado con el descenso de la fecundidad y la mortalidad, más el aumento en la esperanza de vida al nacer), la prevención y tratamiento de enfermedades transmisibles (VIH, SIDA, ITS), la violencia hacia las mujeres (de género, sexual, física y psicológica) y las necesidades de salud de las y los adolescentes. A ello se suma la existencia de modelos arraigados difíciles de revertir, donde se han cometido errores y se ha pretendido estandarizar formas de atención que muchas veces vulneran a las personas y las invisibilizan.

Las universidades, y por ende los profesionales que trabajamos en la formación de futuros colegas, estamos llamados a dar respuesta a estas nuevas condiciones, utilizando estrategias y metodologías novedosas que propicien el desarrollo de habilidades y competencias genérico-transversales que incentiven la reflexión, la comunicación asertiva, la empatía y el trabajo en equipo como mínimos tangibles de una atención de salud centrada en las personas. Las demandas sociales deben ser atendidas desde una perspectiva diversa, intercultural y de respeto. Esto obliga a la matronas y matrones a transformarse en profesionales con talento humano y compromiso con la sociedad, capaces de seguir entregando cuidados a las mujeres, sus familias y la comunidad, pero con un sello de seguridad y respeto.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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