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El “genio en la botella” o una meta crítica a la inteligencia artificial Opinión

El “genio en la botella” o una meta crítica a la inteligencia artificial

Roberto Vera-Salazar
Por : Roberto Vera-Salazar Profesor Asociado Facultad de Ciencias Médicas Miembro del Comité de Ética Institucional Cei/Usach
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La inteligencia artificial no debería tomar el control de nuestras decisiones por una razón muy simple y es que, si no somos activos, amenaza con anular por completo lo más valioso de nuestra especie; la necesaria variabilidad de pensamiento basada en el error humano.


Es evidente que esta malla interpretativa a la que llamamos realidad es a todas luces, sólo eso, una interpretación del mundo que nos rodea. En ella, desarrollamos nuestra vida en constante “actitud natural”, basados en ciertos supuestos y/o creencias que damos por sentados, pues, y tal como sostiene Ortega y Gasset “las ideas se tienen, en las creencias se está”. En estas últimas habitamos, lo que es genuinamente evidente, pues vivimos inmersos en un conjunto de certezas prejudicativas y prereflexivas que guían nuestro mundo y nuestro actuar. En ella y en virtud de facultades cognitivas superiores como el lenguaje, construido sobre la base de una elegante matriz de claves de gramática universal, que limita los idiomas que podemos o no aprender, es que además nominamos y tamizamos la inmensidad de esa realidad, sin que ello signifique en grado alguno, que no equivoquemos la interpretación. De hecho, y con no muchos datos a nuestro haber, logramos aprender y explicar nuestro entorno;  usando para ello una exquisita variabilidad de pensamiento basado en un error que no es muy propio. Sin embargo, entre-barados con las cosas, hasta incluso confundirnos con ellas, hemos olvidado lo que constituye la esencia humana. Por ello, eso de que “habíamos permanecido tanto tiempo en la vida que creímos que aquello era natural” cobra hoy gravitante sentido, pues dicta que no somos esas cosas que nos rodean, y con razón nos interpela a que tengamos el control sobre nuestras decisiones más elementales.

Estamos hoy desafiados como nunca a dejar en manos de una herramienta que juega con el lenguaje, el control de nuestras decisiones trascendentales. Una tecnología que ni siquiera merece ser rotulada como “inteligente”, pues como ya se ha advertido, carece de esa capacidad más crítica de cualquier inteligencia, la cual permite “decir no sólo lo que es el caso, lo que fue el caso y lo que será el caso —eso es descripción y predicción—, sino además lo que no es el caso y lo que podría y no podría ser el caso”. Ese atributo que no es posible observar en esta tecnología, desafía a seres genuinamente inteligentes.

El riesgo de que la tecnología tome el control radica en que este sedimento interpretativo sea considerado una realidad total y definitiva. Por ello, esta suerte de “hechizo mágico” que otorga a buenas y primeras la tecnología y esta especie de beatería que como consecuencia le hemos otorgado a su avance, necesita ser pensada y repensada. 

Para ayudarnos a pensar cuestiones como esas, el filósofo japonés Kitaro Nishida presentó una espléndida analogía que logra entregar luces sobre nuestra realidad y las limitantes que cada particular interpretación del mundo logra percolar hacia nuestras vidas y de cómo, en definitiva, hay esperanzas para interpelarnos a nosotros mismos acerca de la necesidad de evitar perder el control ante meros sistemas de racionamiento de banco de datos.

 Nishida sostiene en su ejemplo, que la humanidad ha viajado en varios barcos en alta mar. Uno de esos barcos es la cultura griega, el otro la cultura egipcia, otro la romana, otro el barco hebreo. Los pasajeros de esos barcos conocen solo esa realidad y la hacen su mundo; esa es, en definitiva, su contingencia. Se hace necesario, dice el japonés, que cada cierto tiempo deba salir algún hombre fuera de ese barco, mirar la inmensidad del mar y recordarse a sí mismo y a quienes lo acompañan, que todos están sobre el mar y que hay más barcos viajando en esa inmensidad. Cada embarcaciónes, además, una interpretación del mundo que, al igual que la superficie del mar, es cambiante y se encuentra lejos de ser la única y correcta interpretación de esa realidad. Al volver ese testigo al interior del barco y reflexionar sobre lo que ha visto, interpela a sus acompañantes y los invita a reconocer que aun cuando nada es inmutable, todos en conjunto poseen el control de sus destinos y que en la medida que soplen vientos favorables, todos están llamados a ser artífices de sus vidas. 

Cada uno de nosotros está invitado a ser ese hombre que a ratos abandona el barco para subir a la superficie y en un ejercicio de reflexión hacia nuestra esencia, ser conscientes que ella dicta, en base a nuestra interpretación del mundo, un repensar el propio mundo interior. Este descubrir nuestra esencia, evita que la técnica nos atrape y sea ella la que tome el control de nuestra vida. Ese ejercicio filosófico nos cura de los dogmas, incluso nos cura de lo contingente, incluyendo los avances tecnológicos.

La inteligencia artificial no debería tomar el control de nuestras decisiones por una razón muy simple y es que, si no somos activos, amenaza con anular por completo lo más valioso de nuestra especie; la necesaria variabilidad de pensamiento basada en el error humano.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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