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Pinochet (y el plebiscito de 1988) Opinión Augusto Pinochet, plebiscito 1988

Pinochet (y el plebiscito de 1988)

Valentina I. Batiste
Por : Valentina I. Batiste Magíster en Patrimonio Cultural por University College London (2015), y Doctora en Sociología por la Universidad de Oxford (2023). Actualmente (2023) es investigadora postdoctoral sobre patrimonio, memoria y conflicto social en el Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES) y el Instituto Milenio para la Investigación en Violencia y Democracia (VioDemos). Email: vinfant1@uc.cl.
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El día del plebiscito el temor a una intervención de Pinochet para evitar el triunfo del No se hizo cada vez más palpable. A altas horas de la noche, la CIA constató, gracias a un “confidente militar de alto rango”, que Pinochet había planeado posponer “el anuncio de los resultados a fin de agitar a la oposición, anunciar resultados preliminares favorables al Sí, y hacer salir a la calle a quienes habían votado por el Sí para celebrar su supuesta victoria.


A 35 años del triunfo del No en el plebiscito del 5 de octubre de 1988, que abrió el camino para el retorno a la democracia en Chile, se nos olvidan varias cosas. En primer lugar, olvidamos la relevancia inédita que tuvo la sociedad chilena para derrocar, con el poder de las urnas, la dictadura militar (1973 – 1990). A pesar de esto, su aniversario pasa, casi siempre, sin pena ni gloria: uno que otro acto por aquí o por allá, pero todo muy sencillo y sin mucha atención pública o mediática.

En segundo lugar, olvidamos que Pinochet se aferró al poder hasta el último minuto. Según documentos desclasificados de la DIA (Agencia de Inteligencia de la Defensa) y la CIA (Agencia Central de Inteligencia) de Estados Unidos –liberados entre 1999 y 2000, y a partir de los cuales el investigador Peter Kornbluh escribió Pinochet: Los Archivos Secretos (2004)– el dictador no fue un “demócrata” o un “estadista” que facilitó el desarrollo del plebiscito, sino que tuvo una actitud obstruccionista y, si no fuera por la oposición de la Junta Militar en ese momento, habría llevado a cabo un plan para cancelar el plebiscito y perpetuarse en el poder.

En un informe desclasificado de la DIA titulado “Alto secreto ZARF UMBRA”, y redactado por agentes que tuvieron comunicación directa con el alto estamento militar, se lee que adherentes de Pinochet tenían planeado, para el 5 de octubre, generar caos para provocar actos violentos de grupos radicalizados de la oposición. Según indica el documento, esto justificaría una “intervención enérgica de las fuerzas de seguridad gubernamentales […]. En ese momento se suspenderán las elecciones, se declararán nulas y se pospondrán de forma indefinida” (Kornbluh, 2023, p. 387).

Pero no eran solo los simpatizantes de Pinochet los que tenían planes: la CIA había logrado recabar pruebas contundentes de que él mismo se encontraba muy tentado de sabotear el plebiscito. El 4 de octubre, el entonces embajador de Estados Unidos, Harry Barnes, se reunió con el ministro de Relaciones Exteriores de Chile para avisar que “Pinochet decidiría dar al traste con el plebiscito la tarde del día de las elecciones”. El embajador le comentó al ministro que “nuestra información procede de oficiales de alta graduación del Ejército” (p. 388). Entretanto, la Casa Blanca contactó a Margaret Thatcher para que se comunicara con la Junta y los disuadiera de tales planes antidemocráticos (p. 388).

El día del plebiscito el temor a una intervención de Pinochet para evitar el triunfo del No se hizo cada vez más palpable. A altas horas de la noche, la CIA constató, gracias a un “confidente militar de alto rango”, que Pinochet había planeado posponer “el anuncio de los resultados a fin de agitar a la oposición, anunciar resultados preliminares favorables al Sí, y hacer salir a la calle a quienes habían votado por el Sí para celebrar su supuesta victoria. Esto haría reaccionar con ímpetu a la oposición, lo que provocaría conflictos callejeros y obligaría a hacer intervenir al Ejército para restablecer el orden, al tiempo que proporcionaba la excusa perfecta para suspender el plebiscito”. Sin embargo, tal plan fue frustrado por Carabineros, quienes no permitieron ningún tipo de manifestación, aunque fueran del Sí (Kornbluh, 2023, p. 389).

Pinochet –quien ya había anunciado que “yo no me voy a ir, sin importar la razón”– concentró entonces sus energías en maquinar otro ardid. Pasada la medianoche, los miembros de la Junta Militar llegaron al Palacio Presidencial. Fue en ese momento cuando el general Matthei declaró públicamente que todo indicaba que estaba ganando el No, lo que significó un duro golpe a las aspiraciones de Pinochet (Kornbluh, 2023, p. 389). Durante la reunión, y según consta en el informe de la DIA “Chilean Junta Meeting – The night of the plebiscite”, Pinochet “estaba hecho una furia e insistía en que la Junta Militar debía otorgarle poderes extraordinarios para hacer frente a la crisis de la derrota electoral. De hecho, tenía listo un documento para que lo autorizasen […]. Pinochet habló de emplear estos poderes extraordinarios para hacer que las Fuerzas Armadas tomasen la capital”.

En ese contexto, Matthei alzó la voz oponiéndose a tal complot. Pinochet entonces preguntó al resto de la Junta si estarían dispuestos a seguir sus instrucciones, y la respuesta de todos fue negativa (p. 389 – 390). Al finalizar la reunión –“que fue tan intensa que el general de brigada Sergio Valenzuela sufrió un ataque al corazón y se derrumbó” (Kornbluh & MMDH, 2017)– “a Pinochet no le quedó otra alternativa que aceptar la victoria” del No (Kornbluh, 2023, p. 390). Había ganado esta opción con el 55,99% de los votos, mientras el Sí había perdido con el 44,01%.

La ambición de Pinochet no se detuvo ahí. Trató por todos los medios de ser proclamado candidato presidencial para las elecciones en diciembre de 1989. Sin embargo, no obtuvo “el respaldo de los partidos de derecha” ni tampoco “del Ejército” (Kornbluh, 2023, p. 390). Conociendo muy de cerca estas ambiciones, el 11 de marzo de 1990, en el contexto de una recepción en la casa de Pinochet, el vicesecretario para Asuntos Interamericanos de Estados Unidos, Bernard Aronson, comentó que el mensaje que le entregaron ese día fue “que se fuese sin molestar; que no se le ocurriera meter las narices” en la naciente democracia (p. 392).

Hoy es común escuchar a admiradores de Pinochet diciendo que su general permitió un proceso único en el mundo en que voluntaria y democráticamente dejó el poder para iniciar la transición. “Muéstrame tú otro país en el mundo en que un dictador haya dejado el poder así, de manera totalmente pacífica”, comentan. “Fue un verdadero estadista”, dicen.

Luego de la verificación de las atroces violaciones a los derechos humanos durante su dictadura (a través de las Comisiones de Verdad) y del descubrimiento de sus cuentas secretas en el banco Riggs, una de las pocas cosas que quedaban por “admirar” era su talante de “estadista” al haber permitido el plebiscito.

Este mito “democrático” de Pinochet podría ser una de las razones que explican por qué no se ha podido hacer una verdadera conmemoración del plebiscito del 5 de octubre de 1988. Tal mirada benevolente hacia Pinochet le da al aniversario un aire incómodo y contradictorio. Al conmemorar, ¿estamos acaso celebrando implícitamente al dictador “demócrata” que “permitió” el plebiscito? Desde siempre ha habido ahí una tensión latente.

En los últimos años, de hecho, sus adherentes han resignificado el plebiscito como la demostración tácita de los valores “democráticos” de su líder. Pero se les (y se nos) olvida que, tal como lo demuestran los archivos desclasificados (sí, curiosamente, ¡de Estados Unidos!), ese día Pinochet planificó mantenerse en el poder hasta las últimas consecuencias.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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