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La Kioto de Hermosilla & Quintanilla Opinión Francisco Castillo/AgenciaUno

La Kioto de Hermosilla & Quintanilla

Germán Silva Cuadra
Por : Germán Silva Cuadra Psicólogo, académico y consultor
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Atrás va quedando la inocencia de los Hermosilla & Quintanilla, aquellos que, aunque hubieran tenido esa grabación en las manos, no habrían hecho nada con ella, porque –pese a ser flojos, holgazanes, pobretes, mal vestidos y sacadores de vuelta– eran, por sobre todo, personas correctas y honradas.


Hermosilla & Quintanilla fue una especie de antilate protagonizado por dos antihéroes. Estos dos funcionarios públicos flojos, desordenados, pobretes, buenos para sacar la vuelta, mal vestidos, pero por sobre todo alegres, lograban sacar algunas risas –nunca carcajadas– durante años, desde que partieron en De Chincol a Jote hasta su tibio regreso en plena pandemia, donde en unos pocos capítulos se las ingeniaron –al igual que millones de chilenos– para obtener todo tipo de bonos entregados por el Estado y sobrevivir, y luego, por supuesto, los retiros.

Y aunque estos empleados públicos –que también podemos encontrar en muchas empresas privadas– no eran muy divertidos, sí lograron mantenerse a flote por décadas por una simple razón: se identificaban con un prototipo de funcionario que muchos chilenos tenían en el inconsciente colectivo, pero, más allá de ser un par de simpáticos holgazanes, eran por sobre todo honrados y algo inocentones.

El caso que comenzó a destaparse la semana pasada, a partir de una grabación ilegal y sin ninguna ética entre connotados abogados, dejó al descubierto lo lejanos que estamos de la inocencia de Hermosilla & Quintanilla, los de la serie. El audio de una hora y media –obtenido a través de un teléfono celular, ese que usamos todos– nos mostró la cara más oscura, más miserable y podrida del poder, esa cara que se escondía detrás de los autos de lujo, “del prestigio”, de una oficina en Alonso de Córdoba. El abogado “de la plaza” más apetecido y temido al mismo tiempo, conocido como el “señor de los pasillos” –lo que constituía su carta de presentación–, el que no perdía ningún caso, el que enseñaba derecho a los futuros abogados de la Universidad Católica, resultó que tenía un método de trabajo muy poco ortodoxo.

De acuerdo con el audio, que publicó Ciper y que la Fiscalía había recibido un día antes, el abogado top del mercado se ufanaba de corromper funcionarios públicos de dos de las instituciones de mayor prestigio en Chile. Por lo visto, sus altas tarifas incluían un porcentaje para sobornos, que recibían personajes corruptos que, a su vez, le entregaban información clasificada. Veremos si las frases esas, sobre “hacer desaparecer” archivos o incluso “quemar oficinas del SII”, eran solamente figurativas, analogías o constituían alternativas reales del método Hermosilla.

Pero más allá del sistema de trabajo con que el abogado top lograba ganar la mayoría de sus casos, esta es una versión moderna y actualizada de la Kioto de 1992, cuando en vivo y en directo el entonces dueño de Megavisión dio a conocer las escuchas ilegales con que Piñera buscaba hacerle una trampa a Evelyn Matthei y dejó al descubierto la intervención de militares y políticos. El método Hermosilla –que tiene un aire de la serie de intriga de Netlfix How to get away with murder (Cómo defender a un asesino)– desnudó las fracturas éticas del poder en Chile.

El abogado, con su larga trayectoria, se transformó en un verdadero ícono de la elite económica, política y religiosa criolla. Transitó desde el Partido Comunista hasta terminar en la UDI. Desde la Vicaría de la Solidaridad al cura John O’Reilly. Abogado favorito de los principales empresarios chilenos –muchos de los cuales deben estar aterrados eliminando audios, correos electrónicos y mensajes–, defensor del más inmundo de los inmundos, Claudio Spiniak, abogado de Andrés Chadwick (cuando fue acusado constitucionalmente), de la familia del senador Guzmán, del Ministerio del Interior y de cientos de personas, todas con un punto en común: el poder, los poderosos de Chile.

Sin duda, estamos frente a la punta del iceberg, porque de seguro el método Hermosilla se convertirá en el peor caso de corrupción de nuestra historia, por las aristas insospechadas que se pueden abrir. Hace casi una década el país se estremeció con las platas políticas y los “raspados de la olla”. Hace solo unos meses vimos cómo la fe pública fue basureada con el escándalo que se desató gracias a la denuncia contra Democracia Viva y que hoy tiene a decenas de organizaciones en investigación, las cuales se suponía que tenían el propósito de apoyar a las personas más vulnerables del país y no enriquecer sus bolsillos. De seguro, ahora veremos desfilar por tribunales a funcionarios públicos, abogados y clientes que validaban el cohecho como algo natural, salvo que, de la noche a la mañana, el caso se entierre o se diluya, lo que sería una peligrosa señal de que la crisis es mucho más profunda de lo que pensamos.

Lo más amargo del caso que desató el audio ilegal, que involucra al abogado top de la plaza y del poder, al “señor de los pasillos” –bautizado hace más de una década así por El Mostrador–, es que se derrumba esa creencia, esa falsa convicción de que éramos un país correcto y que la corrupción no formaba parte de nuestra identidad. Lamentablemente, tenemos a la corrupción enquistada hace rato, pero estamos a tiempo de combatirla de raíz, siempre y cuando las señales sean rápidas.

Atrás va quedando la inocencia de los Hermosilla & Quintanilla, aquellos que, aunque hubieran tenido esa grabación en las manos, no habrían hecho nada con ella, porque –pese a ser flojos, holgazanes, pobretes, mal vestidos y sacadores de vuelta– eran, por sobre todo, personas correctas y honradas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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