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¿Nunca salimos del horroroso Chile? Opinión

¿Nunca salimos del horroroso Chile?

Mauricio Electorat
Por : Mauricio Electorat Escritor y académico chileno. Autor de "El paraíso tres veces al día", "La burla del tiempo", "Las islas que van quedando" y "No hay que mirar a los muertos", entre otros textos.
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En esa cloaca muchos de nosotros tuvimos la suerte de conocer a Enrique Lihn. Releyéndolo ahora uno recupera de inmediato la sensación de agobio y derrota permanente cuando tienes diecisiete o veinte años y vives en un lugar en el que no existe la palabra “futuro”.


Releer la correspondencia de Enrique Lihn con Pedro Lastra es un viaje al pasado personal e intransferible y al colectivo. En mi caso volver a ese diálogo epistolar significa someterme a una doble operación: literaria y psicoanalítica. Me imagino que algo parecido le debe haber ocurrido a quienes leían con avidez las novelas de Proust porque esas novelas narraban sus vidas, habían sido protagonistas o personajes secundarios, pero esas historias eran sus historias, esas vidas habían sido las suyas.

En sus cartas, Lihn cuenta a su amigo la vida cotidiana de ese poeta que decidió no marcharse al exilio durante los años de la dictadura. O mejor dicho, que nunca terminó de tomar la decisión de marcharse definitivamente. Evoca, con minucia, la tarea agotadora de juntar unos pocos pesos para malvivir en un país en el que el campo cultural estaba enterrado bajo las botas, los bandos y las bandas. En 1976, escribe: “… La alternativa de quedar apresado en la cloaca de Chile es demasiado negra. Acabo de recibir una carta en la que se me pide la renuncia a parte de mis misérrimos honorarios para evitar así la expulsión del profesor X que debía ser sacrificado por razones de economía. Pasado mañana puedo ser yo el que pase indirectamente el tarro si es que eso le parece oportuno a Mario Góngora. Al miserabilismo se suma, ya desde hace años, la represión moral e intelectual más abrumadora”. Pide contactos, algún curso, algún taller, algún recital… cualquier cosa con tal de no quedar apresado en la cloaca de Chile.

En esa cloaca fuimos adolescentes los de mi generación, entramos a la vida universitaria y literaria. En esa cloaca muchos de nosotros tuvimos la suerte de conocer a Enrique Lihn. Releyéndolo ahora uno recupera de inmediato la sensación de agobio y derrota permanente cuando tienes diecisiete o veinte años y vives en un lugar en el que no existe la palabra “futuro”. Por la sencilla razón de que la vida social (ya seas médico, escritor o campesino) ha sido trazada, planificada año a año y generación tras generación, hasta en sus aspectos más íntimos: los del pensamiento y de la expresión de ese pensamiento. Ese ambiente opresivo, chato y peligroso al mismo tiempo,  propio de toda dictadura, Lihn lo retrata en estas cartas mejor que nadie. “Sospecho que has tomado la decisión de no regresar a este país, en que la literatura y sus respectivos asaltos teóricos sobrellevan una aciaga existencia. Tu editorial guarda silencio como un sepulcro blanqueado y todo se orienta hacia los nuevos astros: Tomás MacHale, Campos Menéndez, Carlos René Correa (…) La muerte de Jorge Inostroza como comprenderás ha enlutado las letras nacionales”.

Para completar la descripción agréguense “el mundo” de los Huasos Quincheros, el Japening con Ja, el espectáculo altamente surrealista de la selección nacional jugando un partido de fútbol contra nadie, o sea, contra una ausente selección de la Unión Soviética, que se negó a venir al Chile de Pinochet. Etcétera. El punto es que Lihn, agobiado por todas las precariedades y miserias, decide quedarse en ese país del que clama por salir. “Yo siempre siento grandes deseos de que me echen, obligándome a irme al extranjero”, escribe. Y también: “Creo que no me moveré nunca, realmente, de Chile”. Es el modelo mismo del “poeta del exilio interior”. Mucho más que Parra (que también se queda). Pero Parra fuera de Chile no sería Parra. Lihn “sabe” que Chile le resulta letal y al mismo tiempo indispensable. “¿Creerás que echo de menos Chile o algo que me pasa allí?”, le confiesa a Lastra desde Madrid, en 1987.

Para fortuna nuestra se quedó, porque eso “que le pasaba allí”, me atrevo a conjeturar, era un lugar en el mundo, o sea un mundo, una lengua para formular ese mundo (la chilena, que no es lo mismo que la española) y sin duda unas personas… Para quienes empezábamos a escribir “allí”, sin duda alguna Lihn fue una especie de guía que te hacía pensar que, en algún lugar, sí había futuro. Ese lugar era la escritura. La poesía de Lihn es vasta y variada; sus novelas, verdaderas bromas y laberintos. Pero es conocido urbi et orbi por un solo poema, cuya primera estrofa dice: “Nunca salí del horroroso Chile / Mis viajes que no son imaginarios/ tardíos sí –momentos de un momento–/ no me desarraigaron del eriazo/ remoto y presuntoso.” Los que salimos del eriazo, remoto y presuntuoso, y los que se quedaron, le debemos en buena medida un sentimiento torturado y errático de pertenencia, una manera singular de detestar Chile, amándolo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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