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Espacio público e infancia: repensar nuestras ciudades desde las y los niños Opinión

Espacio público e infancia: repensar nuestras ciudades desde las y los niños


En un mundo azotado por la proliferación del COVID-19, son mayormente las y los niños los principales afectados de sus consecuencias, al encontrarse lejos de sus seres queridos, amigas y amigos, de estar encerrados en sus hogares y no poder compartir en otros espacios. Si a ello le sumamos las situaciones de violencia de las últimas semanas, en donde falleció un pequeño en el sur como también dos niños en la ciudad de Santiago, nos damos cuenta de algo que no es nuevo, sino que sólo se ha expresado como problema de modo radical: para miles de niñas y niños los espacios públicos no cuentan con las condiciones mínimas para habitar sus barrios con seguridad, apego, confianza, lo cual incide en su propio desarrollo.

Cuando hablamos de espacio público, debemos preguntarnos cómo define éste la constitución chilena: “bien nacional de uso público, destinado a la circulación y esparcimiento entre otros”. Es decir, el espacio público es comprendido bajo una dimensión meramente instrumental, sin dar cuenta de tal vez la variable más recurrente o la que más se experimenta: el espacio en su dimensión social y cultural.

El geógrafo chino-estadounidense Yi-Fu Tuan utiliza el concepto “topofilia” para comprender en palabras simples la relación individual o colectiva con el espacio a partir de los sentimientos positivos que éste genera. En ese sentido, plantea que los “espacios-habitados” cuentan con atributos que generan una carga emocional para los individuos. De este modo, la relación emocional con el espacio depende de los atributos emanados de la experiencia de habitar.

En virtud de lo anteriormente expuesto, podemos inferir, en primer lugar, que el Estado de Chile no reconoce el espacio público como un lugar en que habitan las personas, viven sus experiencias, y que, por ende, condicionan también sus propias relaciones con otros. A partir de ello, en segundo lugar, los espacios públicos de las ciudades como las nuestras, cargadas de segregación y violencia de muchos tipos, para sólo enumerar algunas de sus características, han quedado a merced del desarrollo desenfrenado y sin planificación del modelo neoliberal, lo cual incide indiscutiblemente en la experiencia de habitar el espacio público. Yi-Fu Tuan, llamaría “topofobia” a aquellos espacios cuya dimensión negativa es superior, generando rechazo o desagrado.

El pensador italiano Francesco Tonucci propuso en la década de los noventa la posibilidad de pensar la ciudad desde la perspectiva de niñas y niños. En ese sentido planteó que el miedo a la ciudad ha generado que los niños se desarrollen en espacios controlados. Ello mermaría la posibilidad de construir autonomía en la infancia como también la experiencia urbana para el desarrollo cognitivo y espacial, como la generación de amistades, lazos de fraternidad, confianza, entre otros. Pero, además, el autor considera relevante la experiencia infantil en las ciudades puesto que la forma de “vivir” el espacio público por éstos es absolutamente distinta a la forma de habitar de los adultos, que es a fin de cuenta el canon que rige socialmente. Por ende, Tonucci plantea que pensar la ciudad desde la perspectiva de la infancia puede llevar a cambios estructurales en cómo se diseña y piensa la urbe como nuestras poblaciones. Entonces es una perspectiva pensada en las necesidades de niñas y niños, pero que forja una mirada integral de cómo se construye el espacio público hasta la actualidad.

Experiencias relevantes acerca de la ciudad de las niñas y los niños hay variadas en el mundo. Una de ellas en la ciudad de Rosario, en Argentina. Desde 1996, bajo la administración como intendente del ya fallecido militante socialista Hermes Binner se instalaron Consejos de Niños “como una forma de lograr que las personas que toman las decisiones en las ciudades escuchen a los chicos que las habitan”, según se constata en una página que hace referencia a esta experiencia. De este modo, establecieron una ordenanza municipal para el Día del Juego y la Convivencia, como acciones de recuperación de espacios públicos, entre otros. Son prácticas dignas de analizar para una posible implementación en Chile.

A nivel local, en la comuna de El Bosque desde el año 2014 se instaló el primer Consejo Comunal de Niños, Niñas y Adolescentes, cuyos representantes identifican las problemáticas de sus barrios levantando propuestas para la gestión municipal. Esta medida, sin duda, fue un primer paso muy relevante y que requiere aún mantenerse para su consolidación, y a su vez debe pensarse desde una perspectiva territorial de mayor alcance (por ejemplo, la próxima gestión del Gobierno Regional), en post de construir una ciudad habitable para niñas y niños, para su desarrollo integral, su autonomía, como el ejercicio de sus derechos y a su capacidad de dar su opinión en las temáticas que sean necesarias.

La posibilidad de construir espacios públicos, a partir de sus atributos, como también de la experiencia y mirada de niños, niñas y adolescentes, permitiría reconstruir una ciudad y sus barrios a otra escala, diversa, segura, generando un mayor apego y sentimientos positivos para con los lugares que habitamos. Así, amilanaría la segregación y le colocaría freno a la experiencia anarquizante del “desarrollo” urbano a escala neoliberal, permitiría a fin de cuentas que la ciudad tuviera un futuro desde los ojos de los niños y niñas, los cuales esperan prontamente recuperar y llenar calles y plazas con esperanzas y sueños.

 

 

 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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