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Del “cosismo” de Lavín al “efectismo” de Carter Opinión

Del “cosismo” de Lavín al “efectismo” de Carter

Octavio Avendaño
Por : Octavio Avendaño Profesor asociado. Académico Departamento de Sociología FACSO, Universidad de Chile.
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El miedo que se ha instalado en la población no puede ser entendido como un problema de cobertura y de sensacionalismo de los medios de comunicación. Es, más bien, el resultado de la espectacularidad de asesinatos y del nivel de violencia con que se cometen asaltos y robos. Es normal que nadie quiera ser víctima de algo así. Y es precisamente ese tipo de fenómenos el que lleva a buena parte de la población a valorar soluciones efectistas e inmediatistas, como las propuestas por el alcalde Carter, si es que no se plantean y ejecutan propuestas distintas. 


El pasado miércoles 22 de marzo, los canales de televisión trasmitieron en vivo y en directo una nueva intervención del alcalde de La Florida, Rodolfo Carter, destinada a demoler una “narco-casa”. Esta acción, que tuvo una amplia cobertura mediática durante toda la mañana de ese día, era una más que el mencionado jefe comunal ha efectuado en dicha comuna, con miras a combatir de manera directa el narcotráfico. Esta y otras acciones similares desplegadas por Carter se llevan a cabo en el marco de una crisis de seguridad ciudadana que afecta a la totalidad del territorio nacional.

En los últimos años, las acciones delictivas asociadas al narcotráfico y al crimen organizado dejaron de ser problemas que afectaban a las grandes ciudades, pues también se registran en comunas intermedias y pequeñas localidades, de todas las regiones del país. Por ende, una vez finalizada la pandemia, los temas de seguridad ciudadana pasaron a ser la primera prioridad de los chilenos. Los gobiernos de los últimos trece años, las policías y las principales instituciones del Estado, han sido sobrepasadas por un nuevo tipo de criminalidad con mayor poder de fuego, capacidad de control territorial y manejo de recursos, la que muchas veces opera en varios países de la región.

Carter se dio el lujo de desafiar a las autoridades de Gobierno, enrostrándoles la escasa capacidad que han tenido para definir una política clara en materia de seguridad y prevención de delitos. También desafió a los tribunales, la Fiscalía y a la propia policía, que se vio obligada a participar del operativo de demolición de la llamada “narco-casa”. Tal fue el impacto de la iniciativa del alcalde que las autoridades, representantes del oficialismo, junto a los diferentes programas de la radio, televisión, además de la prensa escrita, terminaron avalando su accionar. De hecho, el presidente de la Cámara, Vlado Mirosevic, llamó a los “alcaldes progresistas” a que “adoptaran el estilo Carter”. La última Encuesta Cadem, dada a conocer el domingo 26, mostró un 82% de respaldo a la gestión del alcalde Carter, al mismo tiempo que el Presidente Boric cae 5 puntos en su aprobación en el lapso de una semana.

Más allá del debate en materia de seguridad, e independientemente de si se está de acuerdo o no con la postura de Carter, el impacto comunicacional puede tener en el alcalde una repercusión política muy favorable, tomando en cuenta el actual contexto de crisis de representación, de debilitamiento institucional y de confusas y contradictorias declaraciones por parte del Gobierno. Por cierto, no es primera vez que los temas de seguridad ciudadana traen réditos políticos a figuras pertenecientes a la derecha, con trayectoria en el gremialismo y en la UDI. Así ocurrió en la segunda mitad de los años noventa, cuando el entonces alcalde de Las Condes, Joaquín Lavín, se transformó en figura presidenciable al lograr combinar el combate de la droga y el problema de la delincuencia.

Ya en los primeros meses de 1997, el tráfico y el consumo de drogas provocaban angustia en muchas familias y padres de jóvenes de las poblaciones de la Región Metropolitana, y de las principales ciudades del país. El “cabro Carrera”, un conocido narcotraficante de nivel internacional, hacía noticia por las detenciones y allanamientos que la policía realizaba en aquellos días en varias comunas de la Región Metropolitana. El mencionado personaje había puesto en jaque los sistemas de seguridad de las fronteras y evidenciado la inoperancia de la justicia. A raíz de estos hechos, la UDI decide presentar una acusación constitucional en contra del presidente de la Corte Suprema de la época, Servando Jordán –quien en 1995 condenó al general Contreras–, por haber decidido tomar vacaciones en el momento en que se iniciaba el proceso en contra del “cabro Carrera”.

La iniciativa de la UDI generó todo un revuelo comunicacional y político, al ser discutidos los fundamentos para tal acusación. Hábilmente, los principales dirigentes de dicho partido, Pablo Longueira y Carlos Bombal, transformaron la discusión en la polémica entre estar a favor o en contra de la droga. Luego de algunos meses de tramitación, y discusión, la acusación fue rechazada por el Congreso, sin embargo, con el revuelo causado, la UDI se mostró ante los medios y la opinión pública como el partido dispuesto a combatir la droga, sin cuestionamiento alguno. Bombal, candidato a senador por la circunscripción oriente de la Región Metropolitana, acompañado de Lavín durante la campaña, obtuvo la primera mayoría en las elecciones parlamentarias de fines de ese año. Su eslogan de campaña fue: “Bombal, barre con la droga”.

Desde ese momento, el tema de la droga, que motivó a otros parlamentarios de la UDI (como Jaime Orpis en San Joaquín) a promover casas de rehabilitación para jóvenes consumidores, se entremezcló con el aumento de la delincuencia y de la percepción de inseguridad. De nuevo, con mucha habilidad, Cristián Larroulet y otros dirigentes de la UDI, se apropiaron de las constataciones del informe de Desarrollo Humano, del PNUD, publicado en marzo de 1998, con miras a posicionar a Lavín como candidato presidencial en las elecciones de 1999. En dicho informe se hacía hincapié en el aumento de la inseguridad (social), junto al fenómeno de la desconfianza interpersonal y el temor “hacia el otro”, arraigado en la sociedad chilena.

Durante la campaña presidencial, Lavín prometió contrarrestar la sensación de incertidumbre e inseguridad mediante el aumento del empleo y el combate de la delincuencia, como ejes centrales de su programa. En diversas ocasiones, se reunió con víctimas de la delincuencia, asistió a funerales de personas asesinadas e, incluso, en debates televisivos mostró la fotografía de víctimas de violaciones y de otros delitos. El resultado de esa campaña es por todos conocido. Entre 1997 y 2001, la UDI experimentó un crecimiento exponencial, al lograr representar y controlar políticamente diversas comunas populares de la Región Metropolitana y del resto del país.

Al igual que Lavín, y siguiendo la esencia del gremialismo, Carter también asume un estilo de gestión edilicia despolitizada e independiente de los partidos. En palabras de Lavín, de un estilo de gestión centrado en “los problemas de la gente”. A pesar de esto, Carter está lejos de ser “una especie de Lavín redivivo”, como señaló Carlos Peña en su última columna dominical. Carter supera a Lavín en muchos aspectos, demostrando con ello ser mucho más hábil políticamente.

En primer lugar, Lavín no logró proyectar su liderazgo inicial centrado en la inseguridad y en todo lo relacionado con la delincuencia. No tuvo el mismo impacto mediático, siendo alcalde de Santiago (2000-2004), como cuando fue alcalde de Las Condes (1992-1998). Como alcalde de Santiago, realizó una gestión mediocre, que se desperfiló rápidamente, debiendo recurrir a todo tipo de iniciativas para mantenerse presente en los medios, muchas de las cuales rayaron en lo ridículo, como ocurrió con la instalación de vigías en sillas tipo salvavidas en el Paseo Ahumada, o la recordada playa en el río Mapocho. Al poco tiempo, intentó blanquear su imagen definiéndose “bacheletista-aliancista”. En 2009 perdió una senatorial por Valparaíso, fracasó como ministro de Educación (2010-2011) y pasó sin pena ni gloria como ministro de Desarrollo Social (2013-2014) del primer Gobierno de Piñera, regresando en 2016 al municipio de Las Condes.

Carter, en cambio, se ha posicionado y hecho su carrera política siempre en la comuna de La Florida, una de las más pobladas de la Región Metropolitana, y considerada durante mucho tiempo la más importante del país. Socialmente heterogénea, en donde han tenido cabida los sectores emergentes y aspiracionales. Una comuna que refleja, en gran medida, las contradicciones y logros de la modernización experimentada por nuestro país en décadas anteriores.

En segundo lugar, Carter, que renuncia a la UDI en 2015, es reelecto con una amplia votación en 2016, alcanzando el 67,8%. En 2021, vuelve a ser reelecto por un 58,73%, obteniendo una de las votaciones más altas de la Región Metropolitana. Renuncia a su militancia, en un escenario marcado por la antipolítica y el antipartidismo. Es, sin duda, una figura de derecha, que apela a un estilo de corte autoritario y que, a raíz de los últimos hechos, logra incluso anular a la figura de José Antonio Kast. Es Carter quien, ahora, se transforma en la “autoridad fuerte”, u “hombre fuerte”, que suele ser valorado por la población en épocas de crisis y aumento de la incertidumbre. En otras palabras, a diferencia de Kast, Carter ha demostrado con hechos que está dispuesto a defender el “orden” y la “seguridad” de las personas.

En tercer lugar, Carter no proviene de la élite. Posee una formación profesional similar a una parte de la élite, conservadora e integrista, sin descender de ella. Con eso, marca una diferencia con los demás representantes de la derecha, así como también con la mayoría de los exponentes del actual oficialismo. Por ende, tanto en términos prácticos como discursivos, Carter se muestra como una persona que sintoniza de manera directa con el sentido común.

Al aumento de portonazos, encerronas, balaceras que ocurren a diario en cualquier avenida del país, se agregan formas de ajusticiamiento y de asesinato con connotaciones cada vez más violentas, como consecuencia del narcotráfico y del crimen organizado. La presencia de muertos en las calles, personas acribilladas dentro de automóviles y toda clase de ajusticiamientos –que se conocían por series y películas–, hoy son parte del paisaje urbano de muchas ciudades del país.

El miedo que se ha instalado en la población no puede ser entendido como un problema de cobertura y de sensacionalismo de los medios de comunicación. Es, más bien, el resultado de la espectacularidad de asesinatos y del nivel de violencia con que se cometen asaltos y robos. Es normal que nadie quiera ser víctima de algo así. Y es precisamente ese tipo de fenómenos el que lleva a buena parte de la población a valorar soluciones efectistas e inmediatistas, como las propuestas por el alcalde Carter, si es que no se plantean y ejecutan propuestas distintas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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