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El lobby empresarial y la tiranía del mercado Opinión

El lobby empresarial y la tiranía del mercado

Renato Cristi
Por : Renato Cristi PhD. Professor Emeritus, Department of Philosophy, Wilfrid Laurier University.
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Oreskes y Conway estiman que el neoliberalismo que auspicia el lobby empresarial nos presenta un falso dilema. No se trata de elegir entre una planificación centralizada y una libertad de elegir sin restricciones. Se trata de entender “al Estado y al mercado como complementarios, y no como ámbitos opuestos”. No hay que oponer el capitalismo a la democracia, sino oponer la democracia contra cualquier tiranía, incluso la tiranía del mercado. Citan a George Orwell, quien critica a Hayek por no entender que un “retorno a la ‘libre’ competencia significa una tiranía peor, por ser más irresponsable, que la del Estado”.


En su libro The Big Myth: How American Business Taught Us to Loathe Government and Love the Free Market (Bloomsbury, 2023), Naomi Oreskes y Erik M. Conway examinan la historia intelectual y política del neoliberalismo. Nada nuevo en esto. Lo novedoso es que presentan el triunfo neoliberal como resultado de una intensa campaña propagandística desplegada por el lobby empresarial en Estados Unidos.

Detrás de Ludwig von Mises, Friedrich Hayek y Milton Friedman, hay importantes empresarios, como Harold Luhnow, Jasper Crane, Leonard Read y Howard Pew (presidente de la NAM, National Manufacturers Association), quienes financian las carreras universitarias de esos autores. Luhnow paga el sueldo de Von Mises en New York University y el de Hayek en la University of Chicago. Luhnow cubre, además, los gastos de la conferencia de la Sociedad Mont Pelerin en 1947.

La NAM propone que el gobierno federal se abstenga de regular la industria privada y el trabajo industrial. En oposición al New Deal, intenta educar al público acerca de las bondades de la industria y persuadir al pueblo americano que los intereses del empresariado se identifican con sus propios intereses.

El interés “educativo” de estos empresarios por la economía es parte de un proyecto más amplio que intenta cambiar la mentalidad de los americanos. Así, Pew y Crane financian la serie de libros de Laura Ingalls Wilder, La Pequeña Casa en la Pradera, que alcanza gran éxito cuando llega a la pantalla televisiva en 1974. Ingalls Wilder infiltra en mentes impresionables de niños y niñas el evangelio de la autosuficiencia, la libertad y el individualismo, que coincide con la ficción libertaria, propiamente la faramalla execrable, que Ayn Rand produce para adultos.

Pew y Crane financian la cruzada de un influyente pastor protestante, James W. Fifield, quien fomenta un “individualismo cristiano” y una “actitud emocional” en pro del laissez faire. Confiar en el Estado es rendirse ante una institución pagana. Los programas de bienestar social son moralmente incorrectos porque usurpan el papel que debe jugar la providencia divina, y hacen que los pobres dependan del Estado, y no de la Iglesia y de su propia fe.    

La propaganda empresarial predica la inseparabilidad de la libertad política y la libertad económica. Si se restringe la libertad económica, perece la libertad política. La idea de asociar la libertad económica con la libertad política es el tema de Hayek y de Friedman en El Camino hacia la Servidumbre (1944) y Capitalismo y Libertad (1962), respectivamente.

La tesis de El Camino hacia la Servidumbre es que la libertad y el capitalismo están estrechamente vinculados: la libertad económica es la mejor protección de la libertad política. Cuando los individuos pueden elegir lo que prefieren, se evita la concentración de poder en un Estado centralizado. Según los autores, “si el fundamentalismo de mercado es una religión, El Camino hacia la Servidumbre es su Biblia”. Reconocen que el argumento de Hayek es complejo y matizado, y que sufre una radicalización en Estados Unidos a manos de Henry Hazlitt, Von Mises y de los empresarios de la NAM.   

En el prefacio de Capitalismo y Libertad, Friedman agradece a la Volcker Foundation por financiar la publicación del libro. Reitera el mensaje de Hayek: “Una sociedad socialista no puede ser democrática, en el sentido de garantizar la libertad individual… La libertad económica es un medio indispensable para el logro de la libertad política”.

La teología de este Nuevo Testamento predica la privatización. Para sus colegas en Chicago, sigue vigente Adam Smith, el Moisés del Antiguo Testamento. Friedman exalta su idea del interés propio (self-interest) y la de la mano invisible. Se inspira para ello en su colega George Stigler, contratado con fondos provistos por el magnate Charles Walgreen. Stigler publica una edición abreviada de La Riqueza de las Naciones. Los autores muestran, en forma exhaustiva, que su abreviatura omite aquellos pasajes que no calzan con el neoliberalismo de Friedman. Leonidas Montes piensa que el argumento de Stigler “no es solo sesgado y engañoso, sino sencillamente equivocado”.   

Oreskes y Conway estiman que el neoliberalismo que auspicia el lobby empresarial nos presenta un falso dilema. No se trata de elegir entre una planificación centralizada y una libertad de elegir sin restricciones. Se trata de entender “al Estado y al mercado como complementarios, y no como ámbitos opuestos”. No hay que oponer el capitalismo a la democracia, sino oponer la democracia contra cualquier tiranía, incluso la tiranía del mercado. Citan a George Orwell, quien critica a Hayek por no entender que un “retorno a la ‘libre’ competencia significa una tiranía peor, por ser más irresponsable, que la del Estado”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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