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Nos toca apretar el freno de la historia Opinión Jesús Martínez/AgenciaUno

Nos toca apretar el freno de la historia

Álvaro Ramis Olivos
Por : Álvaro Ramis Olivos Rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano (UAHC).
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El actual debate constitucional es una coyuntura en la que se aplica una vieja tesis que propuso Walter Benjamin ante las amenazas de la avalancha fascista de los años 30. Su idea es que la revolución no es la locomotora de la historia, sino el freno de emergencia que los pasajeros deben pisar.


Normalmente, la épica política se orienta a impulsar los cambios y las transformaciones. Se supone que lo que se debe buscar es el progreso, el avance y la evolución respecto de lo existente. Pero la realidad no siempre es tan lineal y mecánica, por lo que hay ocasiones en las que se hace necesario interrumpir la continuidad temporal de la historia.

El actual debate constitucional es una coyuntura en la que se aplica una vieja tesis que propuso Walter Benjamin ante las amenazas de la avalancha fascista de los años 30. Su idea es que la revolución no es la locomotora de la historia, sino el freno de emergencia que los pasajeros deben pisar para evitar caer en el abismo. Para el progresismo la lógica habitual indica que lo que toca es subirse al tren impulsado por los vientos del futuro, que encarna la promesa de un mundo mejor. Es natural que los progresistas, siempre esperanzados, no se quieran quedar debajo de ese vagón que está por partir, pero lo que no saben es que están a punto de emprender un viaje al abismo y sin estaciones.

Esa es la circunstancia en la que hoy nos encontramos. Sometidos a la propuesta de un cambio constitucional como el que propone la ultraderecha, aliada a la derecha, lo único que se puede hacer es apretar un freno que nos impida caer de bruces en un entramado legal aún más pernicioso que el que actualmente está vigente.

La brutalidad de esta propuesta constitucional, como sugería Benjamin, exige pisar el freno de emergencia para resignificar la idea de progreso y, así, interrumpir el curso naturalizado de la ortodoxia neoliberal, de la mercantilización de la vida y la naturaleza, de la privatización de los servicios sociales, de las desregulaciones, de la acumulación por desposesión, de los recortes de derechos, de la concentración del poder político y económico de los poderosos.

Accionar el freno de emergencia significa detener el mito de la competencia como un proceso acumulativo, lineal e indefinido; frenar el individualismo insolidario que concibe al ser humano como un sujeto aislado en su propia vida y sus intereses; es rechazar la idea sacrificial de que unos individuos sobrevivirán y otros desaparecerán en virtud de la selección natural del mercado; significa parar el empobrecimiento y la deslegitimación de la democracia, reducida a las formas de manipulación del que tiene más dinero para mentir con más descaro; y significa poner límite a la destrucción tanto de la biodiversidad como de la diversidad cultural y humana que nos ha constituido como nación.

Esta no es una circunstancia en la que se impone avanzar, sino aquella en la que se debe interrumpir el curso de los eventos, aunque sea por un instante. Apretar el freno no es conformismo, pasividad, inercia, desesperanza o indiferencia. Es asumir la responsabilidad ante la perplejidad y el estupor que provoca una propuesta de Constitución Política que solo se puede entender desde la imagen del tren descarrilando en el abismo, mientras sus víctimas van cómodamente sentadas en su interior.

Hay momentos en los que es necesario activar el potencial revolucionario y desafiante del inconformismo y ponerle freno a una idea de Constitución que consagra los abusos empresariales, la discriminación de las diversidades, la subalternización de las regiones, el control patriarcal de las mujeres, las prácticas antisindicales, la militarización de las policías y la policialización del Estado.

Este no es momento para la resignación, impuesta por la gramática del conformismo y el mal menor. Frenar un tren que avanza al acantilado es tarea de demócratas, rebeldes e indignados que ven en el plebiscito constitucional una oportunidad de mostrar un profundo inconformismo que puede cambiar la realidad y hacer historia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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