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Taiwán y la importancia de sus elecciones presidenciales Opinión

Taiwán y la importancia de sus elecciones presidenciales

Alberto Rojas
Por : Alberto Rojas Director del Observatorio de Asuntos Internacionales, Facultad de Humanidades y Comunicaciones, Universidad Finis Terrae.
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Las elecciones de hoy están en el foco de la atención mundial por el impacto que los resultados de estos comicios pudieran tener a nivel internacional, ya que Beijing sostiene que la isla no es un Estado-nación independiente, sino una provincia rebelde.


Hoy están agendadas las elecciones presidenciales y parlamentarias de Taiwán, una isla de 24 millones de habitantes ubicada frente a las costas de la República Popular China, que están en el foco de la atención mundial por el impacto que los resultados de estos comicios pudieran tener a nivel internacional, ya que Beijing sostiene que la isla no es un Estado-nación independiente, sino una provincia rebelde que más temprano que tarde debe quedar bajo su control. Una meta compleja, tomando en cuenta que su principal aliado es Estados Unidos, que defiende el statu quo que ha imperado durante 75 años.

Las últimas encuestas dan la preferencia al actual vicepresidente, Lai Ching-te, del Partido Democrático Progresista, de centroizquierda, quien defiende la autonomía de la isla. En segundo lugar está el candidato del conservador Partido Nacionalista Chino (Kuomintang), Hou Yu-ih, alcalde de Nueva Taipéi, que busca tranquilizar las relaciones con Beijing.

No se puede comprender la importancia de Taiwán sin hablar de su historia. Y para eso es imprescindible volver a fines del siglo XIX, cuando el Imperio Japonés le arrebató la isla de Formosa (posteriormente Taiwán) a una China débil y decadente liderada entonces por la dinastía Qing, durante la Primera Guerra Sino-Japonesa (1894-1895), un preámbulo de los turbulentos años que China habría de enfrentar.

El 1911, la rebelión liderada por Sun Yat-sen puso fin al gobierno de Pu Yi, literalmente “el último emperador”, y marcó el nacimiento del proyecto de transformar a una China que durante siglos había sido gobernada por emperadores y emperatrices, en una república al estilo occidental.

El proceso no fue fácil, al punto que en 1927 se inició una guerra civil entre el gobierno del Partido Nacionalista Chino (Kuomintang), liderado por Chiang Kai-shek, y las fuerzas guerrilleras de Mao Zedong y el Partido Comunista Chino.

A este conflicto interno, posteriormente, se sumó la invasión de las tropas japonesas, primero en 1931 y luego, a mayor escala, en 1937, un factor que complicó aún más la guerra civil en curso.

Sin embargo, los bombardeos atómicos de Estados Unidos sobre Hiroshima y Nagasaki (6 y 9 de agosto de 1945, respectivamente), precipitaron la rendición incondicional del Imperio Japonés y el término de la Segunda Guerra Mundial en Asia.

En ese contexto, el 25 de octubre de ese año, el general del Ejército Nacionalista Chino, Chen Yi, aceptó la rendición del general japonés Rikichi Andō, en la alcaldía de Taipei. De esa forma, la isla regresó a manos de la República China.

Y aunque hubo un intento de construir un gobierno de unidad en China, las diferencias entre Chiang y Mao acabaron reactivando la guerra civil en 1946, que concluyó con el triunfo comunista. De esta forma, tras la captura de Beijing, Mao proclamó el nacimiento oficial de la República Popular China el 1 de octubre de 1949, mientras las fuerzas nacionalistas lideradas por Chiang cruzaron el estrecho que los separaba de la isla de Formosa, donde trasladaron la República China fundada por Sun Yat-sen en 1911.

A partir de ese momento, los caminos de Beijing y Taipéi se separaron en direcciones opuestas. La República Popular China se transformó en un régimen comunista de partido único que durante décadas permaneció aislado de la comunidad internacional, salvo por su vínculo con la URSS y otros países afines, mientras que la República China en Taiwán estrechó sus vínculos con Occidente y permaneció bajo el control monopólico del Kuomintang hasta las elecciones de 1996, cuando la isla estrenó un sistema plenamente democrático.

Pero hacia fines de la década de 1960 Beijing se distanció de Moscú, el gobierno de Richard Nixon buscó aprovechar ese quiebre y, además, la República Popular China ingresó finalmente a Naciones Unidas, pero con la condición de que Taiwán fuera expulsado.

¿Por qué? Básicamente porque el gobierno de Mao planteó que “no existían dos Chinas” y que Taiwán era “una provincia china en rebeldía”.

De esta forma, el 25 de octubre de 1971, a través de la Resolución 2758, la República de China en Taiwán dejó de ser miembro de la ONU, luego de que 76 países votaran a favor del ingreso de la República Popular China (entre ellos, Chile), 35 lo hicieran en contra y 17 se abstuvieran.

Y no solo eso. A partir de ese momento, los países comenzaron a aceptar el planteamiento de “una sola China” al establecer relaciones diplomáticas solo con Beijing. Actualmente solo 12 países, junto con el Vaticano, mantienen relaciones diplomáticas plenas con Taiwán.

A pesar de lo anterior y la ambigüedad estratégica que hace posible el statu quo, la realidad es que Taiwán es completamente autónomo. Estamos hablando de una democracia consolidada, con una economía vibrante y globalizada, que además es clave para la industria de alta tecnología mundial.

Por eso, más allá del resultado de las elecciones de este fin de semana, es fundamental que la comunidad no deje solo a Taiwán, sin importar las presiones de la República Popular China.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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