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Donald Trump es una amenaza para la democracia ANÁLISIS

Donald Trump es una amenaza para la democracia

Ignacio Walker
Por : Ignacio Walker Abogado, expresidente PDC, exsenador, exministro de Relaciones Exteriores.
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Esta es la hora de los demócratas, y la principal tarea de los demócratas consiste en defender la democracia frente a la amenaza de la ultraderecha en el mundo y la región, bajo el liderazgo de Donald Trump.


Lo más probable es que tanto Donald Trump como Joe Biden sean confirmados y proclamados como candidatos presidenciales por los partidos Republicano y Demócrata, respectivamente, en la convención a celebrarse en los próximos meses. Desde el último Super Tuesday ya tienen los delegados que les aseguran una mayoría, aunque la última palabra la tiene siempre la convención.

En una reciente aparición, el sábado 2 de marzo, en Richmond, estado de Virginia, ante miles de seguidores, Trump señaló que él no era una amenaza para la democracia, como lo acusan sus detractores.

La evidencia sugiere lo contrario.

Tal vez todo se resuma en la asonada (“subversiva”, “insurreccional” y “sediciosa”, entre otras expresiones formuladas por parte de sus detractores, de cierta prensa e, incluso, de algunos fiscales) llevada a cabo el 6 de enero de 2021, en la que Trump llamó a sus miles de seguidores, reunidos en Washington DC, a marchar sobre el Capitolio, la sede del Congreso. Se trató a todas luces de un ataque violento, a instancias del propio presidente de la República en ejercicio, que acabó con la vida de cinco personas, con 150 policías lesionados, destrucción de la propiedad pública y privada, y serias amenazas formuladas contra los congresistas y funcionarios allí presentes.

En el Comité formado en la Cámara de Representantes para investigar los hechos, compuesto por nueve miembros de ambos partidos, la representante Liz Cheney (republicana) habló de la necesidad de asegurar que “el expresidente nunca se vuelva a acercar siquiera a la Casa Oval”, acusándolo de “insurrección” y de haber violado en forma flagrante y violenta la misma Constitución de los EE.UU. que él jurara respetar. Finalmente, Liz Cheney, hija de Dick Cheney, vicepresidente bajo el mandato de George W. Bush, fue removida por su partido y sus pares del Partido Republicano de sus posiciones de liderazgo. Ella es autora del libro Oath and Honor (a memoir and a warning), publicado en 2023, un testimonio vivo, valiente y elocuente de lo que estamos hablando. Lo cierto es que Donald Trump cuenta con un apoyo abrumadoramente mayoritario entre los republicanos.

Trump acusa que la elección de noviembre de 2020 le habría sido robada y que se habría tratado de un verdadero “fraude” contra él, su partido y el pueblo estadounidense. En las horas y días siguientes instó a su vicepresidente, Mike Pence, a rehusar la certificación del voto en esas elecciones (Pence se negó a hacerlo, declarando válidas las elecciones). El presidente en ejercicio presionó a legisladores y funcionarios estatales con miras a modificar los resultados en las elecciones de 2020. Entre esas presiones, se comunicó por teléfono con el secretario de estado de Georgia para alterar el resultado electoral en ese estado: “Solo necesito 11.780 votos”, le dijo, para modificar la expresión de la ciudadanía en las urnas (esas grabaciones están consignadas en el Comité de la Cámara de Representantes).

Trump enfrenta en la actualidad cuatro investigaciones criminales sobre la posible comisión de 91 delitos (felonies), incluidas acusaciones sobre desconocimiento de los resultados electorales y un conjunto de actuaciones dirigidas en esa dirección. Entre ellas, las presiones para presionar por la alteración de los resultados en el estado de Georgia (la fiscal ha dirigido esa investigación contra 18 otras personas, además de Donald Trump, por la posible comisión de 13 delitos –tres de los inculpados ya se han declarado culpables–).

La duda es si esas investigaciones criminales van a poder mostrar algún resultado antes del 5 de noviembre próximo, fecha de las elecciones presidenciales y parlamentarias. Ya hay 150 activistas que han sido condenados o se han declarado culpables por los hechos del 06/01.

Una de esas investigaciones criminales dice relación también con la acusación por parte de los fiscales federales por 40 delitos, relacionados con la retención por parte de Trump de documentos clasificados relativos a materias de defensa nacional. Los documentos fueron retenidos por el expresidente en su residencia de Mar-a-Largo, lo que requirió de una intervención en el mismo lugar por parte de agentes del FBI, los que procedieron a incautarlos.

Todo lo anterior debe analizarse en el contexto de un sostenido activismo legislativo por parte de los líderes republicanos, dirigido a restringir el derecho de voto, colocando una serie de cortapisas en el ejercicio de los derechos políticos y electorales garantizados en la Constitución (y sus enmiendas) y las leyes. Solo en 2021 pueden consignarse 566 iniciativas legislativas a nivel estatal sobre diversas restricciones al ejercicio del derecho a voto, el 93% de ellas presentadas por legisladores republicanos. De ese total, 52 fueron aprobadas, 45 de ellas presentadas por representantes del partido de Trump. En 2022, seis estados aprobaron leyes sobre restricciones al derecho a voto.

Detrás de esta trama criminal, política y electoral hay toda una ideología impulsada por Steve Bannon, quien en los últimos años ha asesorado no solo a Donald Trump y el Partido Republicano en los EE.UU., sino también a diversos líderes y partidos de ultraderecha en Europa. En lo que se refiere a los EE.UU., Bannon está consciente de que toda la trama en torno al liderazgo de Donald Trump, a quien él apoya decididamente, tiene consecuencias políticas y constitucionales, pero dice que es un precio que hay que pagar: “Vamos a tener una crisis constitucional, pero, ¿saben qué?, somos un país grande y fuerte, y podemos lidiar con eso”, ha dicho.

A todo lo anterior hay que sumar las demandas civiles dirigidas contra Donald Trump por diversos conceptos, incluyendo denuncias de mujeres que, en el pasado, dicen haber sido abusadas sexualmente por este. Esos hechos incluyen el pago, por parte de Trump, a través de su abogado Michael Cohen, de US$ 130.000 a la estrella porno Stormy Daniels (Cohen se declaró culpable, tras una larga y detallada declaración sobre los hechos). La falta federal, que ha dado motivo de una acción en su contra (y en contra de Trump), habría consistido en que el líder republicano imputó ese pago a legal expenses; todo lo anterior dirigido a comprar el silencio de la estrella porno ante las elecciones presidenciales de 2016, en las que fue elegido como presidente de la República.

También está la condena en meses pasados por US$ 88 millones por el asalto sexual (sexual assault) en contra de E. Jean Carroll. Si a lo anterior sumamos, siempre en el ámbito de las demandas civiles, el que el 16 de febrero pasado un juez del estado de Nueva York lo condenó a él y a sus empresas a pagar US$ 355 millones (más US$ 99 millones por concepto de intereses), por falsear datos sobre deudas con sus acreedores, impidiéndole además el poder desempeñarse como director corporativo de empresas en los próximos tres años en el estado de Nueva York, tenemos entonces que ha sido condenado por más de US$ 500 millones, solo por estos casos (hay otras demandas civiles pendientes).

Ese es Donald Trump, de eso estamos hablando.

La política de la indecencia

Uno se pregunta, a la luz de todo lo anterior, que es solo un botón de muestra de la situación de Trump y el estado de la democracia en los Estados Unidos, ¿dónde está el Partido Republicano de Abraham Lincoln?

La respuesta es lapidaria y lamentable: por ninguna parte.

Liz Cheney ha sido la excepción, pero ya hemos dicho que fue despojada de sus cargos de representación por sus propios pares y por su propio partido, el que pareciera no querer interferencias en la perspectiva de la reelección de Donald Trump. También está el caso del senador Mitt Romney, a quien Trump no le ha perdonado su “deslealtad”. Si John McCain estuviera vivo, seguramente estaría entre sus detractores. Se supone que George W. Bush no es un hincha de Trump, pero nada ha dicho públicamente. Lo cierto es que Donald Trump tiene al Partido Republicano y al electorado republicano en el bolsillo. Abraham Lincoln debe estar revolcándose en la tumba, pero ni esa suposición sirve para interrumpir el ascenso del líder republicano. Ron DeSantis y Nikki Haley ya quedaron en el camino. Su lapidario triunfo en las primarias del Super Tuesday lo coloca en la antesala de su confirmación y nominación de la próxima convención republicana, y eventualmente de la presidencia de la República (las encuestas muestran una competencia muy reñida entre Trump y Biden).

Eso dependerá también de lo que ocurra con otras candidaturas meramente testimoniales, como la de Cornel West, del People’s Party, un activista radical de izquierda, exprofesor de la Universidad de Harvard que considera que Trump y Biden son básicamente lo mismo; o de Jill Stein, activista ambientalista, formada en Harvard, candidata del Partido Verde y del Green New Deal, quien en 2016 obtuvo un escuálido 1,07% de los votos, lo suficiente como para facilitar la victoria de Donald Trump sobre Hillary Clinton; o Robert F. Kennedy Jr., hijo de Robert Kennedy, asesinado en 1968, quien ha legado a llegado a comparar las vacunas contra el Covid-19 “con la Alemania de Hitler” (su desprecio por la ciencia acerca a algunos de sus seguidores al campo republicano).

Así estamos en los Estados Unidos, con Donald Trump convertido en la principal amenaza contra la democracia y un liderazgo que tiene un alcance regional y global. Una persona que es capaz de llamar a sus enfervorizados seguidores a tomarse la sede del Congreso, y que cuenta con una enorme popularidad con miras a las elecciones del 05/11, nos dice algo no solo sobre él, sobre Steve Bannon (su mentor ideológico) y sobre el Partido Republicano, sino también sobre un electorado que lleva muchos años en pie de guerra contra la burocracia de Washington, las elites liberales y cosmopolitas del Partido Demócrata, los inmigrantes, y un conjunto de amenazas que se perciben en el mundo y que llevan, una vez más en la historia de los Estados Unidos, a querer plegarse en torno a la consigna de MAGA (Make America Great Again).

¿Y cómo estamos por casa?

El fenómeno Trump es local, pero también es global. Tiene aliados en Europa, como Nigel Farage, fundador y líder del UKIP (United Kingdom Independent Party) que fue clave en el triunfo del Brexit en el referéndum de 2016, euroescéptico, populista de derecha; Viktor Orbán, primer ministro de Hungría desde 2010 y líder del FIDESZ, amigo de Putin, acusado reiteradamente por parte de la Unión Europea de debilitar la democracia y el Estado de Derecho en ese país, quien por estos días se reunía con Trump en los EE.UU., habiéndole entregado públicamente su apoyo (ni siquiera pidió audiencia con el presidente Biden o con alguno de los funcionarios de su administración). A ellos se suman Marine Le Pen en Francia, Giorgia Meloni en Italia y una larga lista de dirigentes, movimientos y partidos de ultraderecha en el Viejo Continente que son algunos de los aliados y referentes de Trump y el trumpismo, con redes, financiamiento y centros de estudio que comparten, a grandes rasgos, el mismo credo del líder republicano estadounidense.

Jair Bolsonaro en Brasil, Javier Milei en Argentina, Nayib Bukele en El Salvador y, entre nosotros, José Antonio Kast –aunque en una menor medida, dada la mayor complejidad de la derecha chilena– son algunos de los referentes de esta tendencia global en la región.

Milei y Bukele acaban de participar, en febrero pasado, en la reunión de la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC, por sus siglas en inglés) celebrada en Maryland, Estados Unidos, el mismo escenario y la misma conferencia en que Donald Trump habló como líder indiscutido de este movimiento a nivel global. Aunque en esta oportunidad José Antonio Kast se excusó de asistir, sí lo hizo en la reunión de 2019 en Brasil, convocada por Bolsonaro, y en la de 2022, celebrada en México. En la reunión de Maryland tuvo lugar un efusivo encuentro y abrazo entre Donald Trump y Javier Milei. Mientras el primero llamó a un nuevo MAGA (Make Argentina Great Again), celebrando el triunfo en las urnas del líder derechista argentino, partidario este último del “liberalismo libertario” o “anarco capitalismo” (en su propia definición), Milei respondió con el consabido “Viva la libertad, carajo”.

Kast reconoció que habría votado por Trump en las elecciones de 2016 (CNN, 9 de noviembre de 2017). Temas como migraciones, fronteras, bajos impuestos, mano dura con la delincuencia, aborto y su clara oposición al “consenso de izquierda”, son algunos de los que unen a ambos líderes. Si bien Kast se ha encargado de decir que “no soy el Trump ni el Bolsonaro chileno”, junto con el reconocimiento a Trump, participó con un video de apoyo a la reelección de Bolsonaro en 2022.

Ambos, Bolsonaro y Kast, comieron en Puerto Madero en la víspera de la asunción del mando de Milei; anteriormente había felicitado a este último por su triunfo en las primarias (PASO) en agosto de 2023, mientras que reiteró esas felicitaciones tras su elección como presidente de la República en diciembre último. Asistió, junto al presidente del Partido Republicano, Arturo Squella, a la asunción del mando de Milei.

Se trata de la misma familia política, sin perjuicio de las realidades de cada país. Donald Trump es el líder indiscutido de esta familia política a nivel global. De entre todos ellos, Trump es el más peligroso, si consideramos la asonada sediciosa e insurreccional del 06/01. A la luz de esos hechos, actualmente sometidos a investigación criminal en los Estados Unidos, y sus repercusiones regionales y globales, se puede afirmar con toda claridad que Donald Trump se convierte en la principal amenaza contra la democracia en el mundo occidental.

El segundo de a bordo, y a nivel de América Latina, es Jair Bolsonaro, tras la asonada insurreccional ante las elecciones presidenciales de 2022, en las que el expresidente Lula logró imponerse por un estrecho margen de 50,9% de los votos, contra un 49,1% para Bolsonaro. El intento por desconocer esos resultados, llamando a sus seguidores a tomarse plazas y edificios en Brasilia, ha devenido en una acusación en su contra de 135 páginas. Se acusa a Jair Bolsonaro, cuatro generales, un almirante y una veintena de civiles de organizar una trama para anular los comicios electorales y cortar el paso a Lula.

A modo de conclusión

Esta es la hora de los demócratas, y la principal tarea de los demócratas consiste en defender la democracia frente a la amenaza de la ultraderecha en el mundo y la región, bajo el liderazgo de Donald Trump.

En el caso de Chile, todo apunta a que las próximas definiciones electorales tendrán como foco lo que ocurra al interior de la derecha. La primera voz de alerta fue la segunda vuelta en las elecciones presidenciales de fines de 2021, con el 44% obtenido por José Antonio Kast, exactamente la misma cifra que obtuvo la opción del Sí en el plebiscito del 5 de octubre de 1988, en favor de Augusto Pinochet.

La segunda campanada de alerta estuvo constituida por la opción del “A favor” en el plebiscito del 23 de diciembre de 2023, con un 44,21% (idéntico al de Kast en 2021 y de Pinochet en 1988), en un Consejo Constitucional con 33 representantes de Chile Vamos, sobre un total de 50, 22 de los cuales eran del Partido Republicano.

Son muy pocas las voces y los análisis que no reparan en la hegemonía (“dirección moral e intelectual”, en la definición de Antonio Gramsci) ejercida por los republicanos en ese Consejo Constitucional. Lo cierto es que Chile Vamos no se la pudo con Republicanos. Un tema distinto, que escapa –por ahora– a este análisis, es la forma en que Amarillos y Demócratas incidieron (o no incidieron) en ese resultado, y cuáles serán sus estrategias y políticas de alianzas frente al escenario electoral de 2024 y 2025.

Es demasiado lo que está en juego en Chile, en la región, en los Estados Unidos y a nivel global. En el caso de nuestro país, la polarización y la fragmentación (con 20 partidos en el Parlamento) es la tendencia. No sería de extrañar, dada la dinámica electoral, que la DC llegara a constituir algún tipo de acuerdo electoral con el PC y el Frente Amplio (y el Socialismo Democrático), mientras que Amarillos y Demócratas hicieran algo similar con Chile Vamos, y a la postre –por las dinámicas electorales, por la fuerza de los hechos– con el propio Partido Republicano.

El centro, la centroizquierda e incluso la centroderecha (especialmente frente a la irrupción de Republicanos) siguen siendo un nicho relativamente vacío, carente de representación política y electoral.

En un escenario de polarización y de fragmentación, con una derecha y una ultraderecha en fase de ascenso, en los Estados Unidos, en Europa, bajo los liderazgos de Marine Le Pen, Giorgia Meloni, Viktor Orbán, Matteo Salvini, Geert Wilders, Nigel Farage, Alternativa para Alemania y el Partido de la Libertad (Austria), entre tantos otros, y en América Latina, en la era de Jair Bolsonaro, Javier Milei, Nayib Bukele y el propio José Antonio Kast, entre otros, la tarea de los demócratas es defender la democracia frente a la oleada ultraconservadora y ultraderechista que recorre el mundo, bajo el liderazgo de Donald Trump.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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