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Carmen Silva, artista plástica y actriz: ‘No vivo para mañana ni para atrás’

Artista multifacética, política de toda la vida, testaruda de vocación, bailarina antes que artista plástica (según su propia definición), acaba de inaugurar una muestra con una serie de trabajos acerca de otra Carmen, la de Bizet. Las hermanan la pasión que las anima, el amor por la danza y la exigencia de vivir con sentido.


En su familia no fue una oveja negra. No fue una oveja. Parecida sólo a sí misma, tiene, sin embargo, un dejo de pantera. Felina en sus movimientos, firme en la mirada, clara en sus énfasis. Debió haber sido bailarina, pero comenzó a pintar porque era lo único artístico que le permitía estar cerca de sus hijos, Juan Pablo y Andrés, muy pequeños en ese entonces. Dice que no dibujaba bien. Que sólo la testarudez la sacó adelante.



Tiene nombre de reina. De esa rupturista -Isabel de Wied, de Rumania- que firmaba como Carmen Sylva sus escritos, que jugaba billar y que publicó novelas, poesías y ensayos filosóficos. Carmen -de Chile- dice que una vez un dibujante famoso le regaló un ramo de flores sólo por el hecho de llamarse como se llama.



Si el refrán "dime con quién andas y te diré quién eres" es efectivo, debería bastar con mencionar los nombres de algunos de sus amigos: Carlos Faz, Enrique Lihn, Ernesto Malbrán, Roberto Matta, Jorge Edwards, Enrique Zañartu. Pero ella, ella sola, desprovista de todos esos nombres, es un cascabel, una mancha de luz que lo ha pintado todo en su departamento. Un piso en el que vive desde hace apenas cinco meses, pero que le han bastado para establecer sólidos lazos afectivos con todos sus vecinos.



La "Carmencha", como le dicen a veces de cariño -nunca "Carmencita"- acaba de inaugurar una nueva exposición en la galería Artium, en Las Condes, en compañía de Alejandro Robles, dedicada a la otra Carmen, la de Bizet. Fue una catarsis misteriosa que tomó su tiempo. Fue un modo de sanarse, un exorcismo. Su hijo Andrés acababa de morir, y la operaron de los ojos. En semitinieblas -internas y sensoriales- compró un disco con la ópera, y la escuchó días y días, con la ventana abierta. Una inyección de vida. Pintó como una posesa y dio a luz la serie de "pasiones" que hoy se exponen en Las Condes.



‘Eres una roca’, le dicen. Es una roca porque apuntala a una tribu completa. "Fue toda una prueba. Decidí que no podía dejar que mis otros hijos, mis 13 nietos y mi bisnieta de un año se deprimieran. Me tocó ser la fuerte de la familia. Si yo me derrumbo, se derrumban todos, ésa es la verdad. Me pasó lo peor que podía pasar, pero tengo a mis otros dos hijos. Asumo que no puedo fallarles a ellos, ni a mis nietos", cuenta.



-¿Por qué en un minuto tan duro usted elige trabajar con una figura tan viva?
-Por desesperación de estar viva. Me costó mucho asumir que mi hijo estaba mejor muerto, porque estaba viviendo muy mal. Pero el privilegio de tenerlo vivo tres meses después de que ya pensamos que no había esperanzas, de que volviera a estar lúcido, lindo, me hizo reaccionar. No fue algo pensado, pero la letra de "Carmen" me hablaba tanto. Ella también muere; hay mucha muerte, pero por razones, porque no va a ceder en su libertad. Eso me golpeó. Lo que a uno le toca vivir hay que vivirlo bien.



Carmen, la apasionada




Vivir a fondo. Es lo que ha hecho siempre. Desde que era una niña chica y contestona. Desde que decidió jugarse el todo por el todo, irse a París con la poca plata que tenía y tratar de ser una pintora de verdad. Desde que asumió, en el seno de una sociedad católica y conservadora, que lo suyo no era el matrimonio, que las pasiones son mejores puertas afuera.



-Dejar las pasiones afuera no implica renunciar a ellas.
-No, ¡para nada! Es que no me gusta vivir con nadie, eso ya lo decidí. Soy Géminis, soy solitaria, pinto, pero después tengo otro lado, que es para la calle. Estoy en la junta de vecinos, me he dedicado mucho a los jóvenes, acá y en Ecuador. Siempre he sido bastante misteriosa hasta para mí misma, porque puedo estar un semana aquí sola, y después bajo y soy la Carmen de Bizet.



-¿Fue la oveja negra?
-No, para nada. Yo no tenía mamá y mi papá fue ministro de Ibáñez y todo, pero le encantaba como era yo. Creo que es lo que él quisiera haber sido. Mis suegros también eran de izquierda; al contrario, creo que fui como la realización de varios de ellos. De mi papá, sobre todo.



¿Complejo de Electra?
– Mira, pudo haber sido, porque mi papá era brillante. Quedó viudo a los treinta y tantos, y nos crió solo. Pudo haber sido más edípico, pero cuando yo tenía 14 años se enfermó y estuvo dos años internado, entonces le perdí un poco tanta adoración. Pero fue muy buen papá. Yo lo admiraba mucho intelectualmente, y era la más discutidora, le preguntaba todo, le pedía razones. Era la única que le llevaba la contra. Y era un reto para mí.



Nunca fui superdotada para el dibujo



Llevando la contra, se casó cuando todavía era adolescente, con 16 años; poco tiempo después, y ya con dos hijos, se separó, aunque mantiene hasta hoy la relación de amistado con su ex marido. Enamorada del arte en todas sus ramas, se dedicó a pintar por un tema práctico.




– Usted partió por la pintura, pero después se diversificó.
– La verdad es que terminé pintando. Yo no soy una pintora típica. Habría preferido ser bailarina o hacer teatro. He hecho teatro: he dirigido y actuado. En Ecuador trabajé en "La ópera de los tres centavos, de Brecht".



-¿Qué papel hizo en esa obra?
– La jefa de la casa de putas (risas). Bueno, pero aparte del teatro, me gusta mucho la música, mis hijos eran músicos. Yo no tengo voz. O sea que la pintura la escogí porque, como tenía hijos chicos, era lo único que podía hacer sin salir de la casa. La pintura es casi masoquismo, porque nunca fui superdotada para el dibujo.



¿Y cómo se explica tanto éxito en ese ámbito?
-De puro testaruda que soy. Y estudiosa.



Tuvo buenos maestros. Matta, Jodorowsky…
-Yo me los buscaba. Trabajé mucho con Jodorowsky, y veía muchos ensayos. Y después, en Francia iba a ver todos los ensayos que podía. Nunca he estudiado nada formalmente. Al Matta lo conocí la segunda vez que fui a Francia. El Matta tenía una niñita que se negaba a hablar, porque la mamá hablaba inglés, vivían en Francia y el papá hablaba en castellano. Yo hablaba bien los tres idiomas. Me pagaban salvaje para que me quedara con ella cuando salían a comer. Todos los demás lo pelaban y le decían ‘pero es una pintora famosa, ayúdala’, pero a mí me servía y me encantan los niños. Como compensación, el Matta invitaba a algunos artistas que me encantaban, y él cocinaba.



-¿Y la primera vez que fue hizo los contactos?
-La primera vez fui casi a tirarme al Sena, porque estaba separada, con hijos chicos. Y decidí irme, a ver si me la podía. Eso tuvo mucho que ver con la muerte de Carlos Faz, que era un tipo talentosísimo en la pintura. Es lo más genial que ha existido en Chile, y se murió a los 22 años. Pensé que si alguien brillante se moría a esa edad en un accidente idiota, yo tenía que jugármela por algo, y que si iba pintar, iba a pintar en serio. Me fui a París, pero pasé todo el tiempo dibujando y llorando. Hice una especie de diario de vida dibujando. Después volví a Chile con estos dibujos, los mandé a enmarcar, y se vendieron todos. Pasé a ser la sensación femenina de la pintura.



Política, exiliada, trabajadora en las poblaciones, pintora, profesora de teatro, no tiene deudas con su existencia. Cuando joven decía que sólo viviría hasta los 30 ó 40. Todo lo demás, dice, ha sido extra. "Yo no vivo ni para mañana ni para atrás. Trato de hacer lo mejor que puedo día a día, y si me muero en la noche, no importa, porque me lo he vivido todo."



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