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Imágenes de la resistencia: el crudo relato del fotógrafo del Fortín Mapocho Trabajo de Juan Carlos Cáceres será mostrado con motivo del Día de la Fotografía

Imágenes de la resistencia: el crudo relato del fotógrafo del Fortín Mapocho

Los registros de este fotógrafo superan ampliamente las tres mil imágenes. Para esta entrevista hemos seleccionado 40 fotos de su impresionante archivo, entre las cuales destacan la represión militar y policial, las multitudinarias manifestaciones públicas como las del Movimiento contra la Tortura de Sebastián Acevedo, y las celebraciones de los adherentes al régimen, entre otras.


En el marco del día nacional de la fotografía —que celebra el Museo Histórico Nacional y cuyo tema es reflexionar sobre las fotografías de los últimos 40 años mediante charlas de tres destacados fotógrafos del período de dictadura—, conversamos con uno de ellos: Juan Carlos Cáceres, fotógrafo chileno que durante la década del 80 trabajó de manera independiente en distintos medios periodísticos nacionales e internacionales y que fue reportero gráfico del periódico más emblemático de la época: el Fortín Mapocho. Desde 1981 hasta 1991, Cáceres participó como actor y testigo, registrando la violenta cotidianidad desde una posición política bien definida para legarnos gran parte de los acontecimientos políticos de la época.

El archivo de Cáceres contiene tres mil negativos inéditos (y dice tener más material guardado que por falta de medios aún no puede digitalizar), los cuales registran un importante periodo de nuestra memoria histórica reciente. En su convicción de que este registro le pertenece también a la sociedad, llevó adelante un proyecto fotográfico de rescate y difusión, titulado “Imágenes de la resistencia”, el cual está disponible en su página web (http://www.imagenesdelaresistencia.cl/index.html) y que permitirá a todos los chilenos —sobre todo a quienes no vivieron ese período— compartir visualmente su experiencia  y refrescar la memoria.

En sus impresionantes fotos desfilan diversos actores y sectores sociales participando en los principales sucesos de nuestra «entrañable década de los 80», tales como las protestas nacionales, la represión militar y policial, las multitudinarias manifestaciones públicas como las del Movimiento contra la Tortura de Sebastián Acevedo, los funerales de Rodrigo Rojas, de André Jarlan, de Ronald Wood, de José Carrasco, de Parada y Guerrero, manifestaciones de pinochetistas en apoyo al gobierno, la visita del Papa, el plebiscito de 1988, la repatriación de los restos de Allende y el triunfo del No.

Juan Carlos CáceresFoto: Javier Liaño

Juan Carlos Cáceres
Foto: Javier Liaño

—¿Cómo se gestó el proyecto «Imágenes de la resistencia»?, ¿cómo nació la idea?
—Esta idea fue dándose en el tiempo. De muchos años que estuve pensando qué hacer con mis archivos. De vez en cuando iba revisando mis negativos y miraba y me decía: “Tanta cosa que hay aquí y está perdida”. Yo de alguna forma toqué con este proyecto muchas puertas y quise hacer un libro y nunca nadie se interesó. Y es más, en algunos casos me dijeron: “Para qué vas a hacer eso, si esa historia está olvidada, no tenía sentido, había pasado el tiempo. Eso ya fue una parte y estamos en otra”

—Tú estuviste desde el principio, ¿cómo fue fotografiar las primeras protestas contra la dictadura?
—En mi caso, yo me atreví a salir a la calle a tomar fotos después de haber visto fotos de la primera protesta. En la primera protesta yo no salí a tomar fotos porque realmente no pensé que podía ser de esa magnitud. Recuerdo haber visto en una revista, no me acuerdo en cuál, fotos de esa primera protesta. Encontré que era algo extraordinario, que nunca pensé que se iba a mostrar esas imágenes y al mismo tiempo nunca pensé que la gente se iba a atrever a hacer todo eso, porque todo el mundo tenía miedo, y vivió durante diez años hablando de forma silenciosa…Ver en una revista que la gente salió a las calles y protestó, para mí fue admirable. Así que me dije, no, para la próxima protesta yo salgo a la calle. Y empecé a salir a la calle a la segunda protesta y después no paré… porque yo quería decir: ésta es la verdad, y no la que sale en los medios oficialistas proclives a la dictadura.

—Ustedes los fotógrafos fueron el registro en primera persona de la violencia que estaba pasando en este país.
—Bueno, nosotros éramos testigos del combate. No sé cómo decirlo…. Estábamos en el medio del combate, en el fuego cruzado, llamémosle así. Claro que unos tenían el fuego nomás y los otros tenían piedras (risas).

—La cámara fotográfica era su arma, un arma de registro.
—Era un arma, pero un arma de testimonio. Nosotros, siempre digo, somos testigos de la historia y gracias a ese testimonio, o que uno en esas circunstancias se convierte en testigo, es cómo se conoce y se sabe un poco lo que pasó. A través de esas imágenes la gente se puede dar cuenta de la magnitud o cómo sucedieron las cosas. Claro, estábamos en medio del peligro, también nos tocaba recibir palos, también nos tocó estar detenidos. Algunos de mis colegas incluso estuvieron no solamente detenidos sino también presos: una cosa es estar detenido en una comisaría y otra es que te lleven a una cárcel. Entonces a algunos los pasaron por la cárcel acusándole de agitadores y un montón de cuestiones que en definitiva no éramos tales, si nosotros estábamos registrando los acontecimientos.

—¿Cuál fue el momento duro de la represión que documentaste?
—La cuarta protesta del 11 de agosto del año 83, convocada por el Comando Nacional de Trabajadores. Ahí la dictadura estaba un poco, no sé, preocupada. Sacaron 18 mil, fíjate, 18 mil hombres armados a las calles en todo el país. Y en esta protesta se produjo la mayor cantidad de muertos: 26 civiles —porque si hablamos de enfrentamiento, de guerra, podrían haber habido muertos del otro lado—, y ésos son personajes comunes y corrientes que se atrevieron a protestar y que recibieron una bala. Y entre esos civiles hubo tres niños muertos, más de cien personas heridas y como mil detenidos, por darte un dato. Ésa es la gente, ése es el pueblo que se arriesgó, y yo creo que eso es lo que habría que también rescatar de toda esta memoria. No solamente la labor de un fotógrafo o no solamente la labor de un testigo que muestra las imágenes, hay que decir que fueron las personas, el pueblo, los que se atrevieron, y eso debiera valorarse. El Comando Nacional de Trabajadores fue el primero en convocar a las protestas. Hicieron levantarse a este país. Todo esto que hoy día puede salir a la luz y que es parte de la historia, me gustaría que fuera un homenaje a todas esa personas anónimas que se la jugaron, que arriesgaron y muchos que perdieron su vida en esta lucha. Después de la primera protesta que tuvo éxito, la gente salió a las calles, y después convocaron a la segunda, y así fueron mes a mes hasta que las protestas no pararon más.

Pero hay una cosa que me gustaría dejar muy en claro.

—Dale

—Fue el pueblo el que se arriesgó. Con el tiempo empezaron después a entrar personajes, a entrar los políticos, y los políticos empezaron a llevarse la gloria, pero no fueron ellos lo que llamaron a sublevarse, sino que fue algo del propio pueblo, de los trabajadores. Ahora respecto al registro de la memoria, es cierto que nosotros como fotógrafos fuimos los testigos, es importante que se valore ese trabajo, pero hay que valorar lo que hizo la gente: todos los que perdieron la vida, perdieron familiares, cuánta gente herida, algunos que quedaron con secuelas para toda su vida después de haber participado en una protesta… Porque de repente las flores,  los elogios se los llevan los cineastas, los fotógrafos, que está bien, pero yo digo, y la gente… quién le hace un reconocimiento general al pueblo que salió a la calle, a toda esa presencia callejera que sin ella la historia de Chile no habría cambiado.

—¿Cómo valoraba la gente el trabajo que hacían ustedes en la calle?
—Para ellos era importante nuestra labor. Nos contactaban antes y nos decían en tal parte vamos a estar, vamos a estar tanto rato. Nos rogaban que no llegáramos atrasados porque las cosas empezaban a tiempo y terminaban a una hora determinada. Yo destaco al Movimiento contra la Tortura Sebastián Acevedo, que yo traté de seguir lo que más pude, porque era un movimiento de personas que sin usar la violencia denunciaban la violencia. Entonces empecé a seguirlos. Cada vez que yo sabía que había una protesta, o sea, una acción, así le llamaban ellos, yo trataba de estar ahí. Y con ellos pasaba eso: ellos nos daban los datos; ellos tenían ya una forma de contactarnos y nos decían: tal día, tal hora, tal lugar, vamos a hacer tal acción y ahí había que estar a la hora, porque ellos normalmente sus acciones duraban cinco minutos. También estaban los familiares de detenidos desaparecidos o familiares de presos políticos: ellos siempre estaban dándonos datos de dónde iban a hacer acciones: encadenamientos que hacían y que a ellos les gustaba que nosotros los registráramos, porque así se conocía lo que estaban haciendo. Sabían que estando nosotros y los periodistas su reclamo se iba a conocer, no solamente acá, sino afuera, porque había muchos fotógrafos que mandaban sus fotos al exterior. Eso contribuía a que se conociera lo que estaba pasando.

—Y cómo lo hacías con el miedo…
—Mira… yo cada vez que salía de mi casa, cuando había manifestación, protesta, ya fuera violenta o pacífica, lo que fuera, yo salía de mi casa con una especie de nudo en la guata, no sé cómo explicarlo, pero era un miedo y… siempre salía con miedo, siempre pensaba que algo me iba a pasar, que me iba a quedar en un hospital o no iba a volver. Y cuando llegaba a los lugares donde iban a ser las protestas, lo único que quería era que empezaran luego porque cuando empezaban las protestas o cuando empezaba la manifestación, el miedo se me acababa y empezaba otro tipo de adrenalina a funcionar en el cuerpo. Empezaba a tomar foto y el miedo se me acababa. Eso me pasó siempre. Desde que empecé a fotografía hasta que terminé ese período de la historia de Chile. El miedo, yo creo que lo tuvimos muchos fotógrafos, y pienso que la mayoría de la gente que salía a protestar también lo tenía, pero pienso que había algo más trascendental, más importante que hacer y así se vencía al miedo…

—¿Y qué te pasaba al terminar la protesta? Te ibas a casa y colgabas la cámara…
—Y a veces me pasaba que al final del día, después de haber visto mucho apaleo, mucha represión… yo llegaba a la casa y lo primero que hacía, porque yo era un poco ansioso, era revelar, revelar inmediatamente la película que tenía y ver cómo me habían quedados las fotos: si era lo que yo quería, si era lo había pensado. Después de eso, veía que todo estaba bien expuesto, colgaba el negativo. Al día siguiente copiaba y después de eso descansaba, me iba a acostar, y una cuestión increíble, cerraba mis ojos y empezaba mi mente, mi retina, puede ser, empezaba a ver todo lo que había visto: veía correr gente, gente apaleada, todo eso veía. Y después soñaba, varias veces soñé que los pacos me perseguían a mí (risas), y yo arrancando de los pacos que venían a pegarme. Después cuando despertaba me daba risa. Después de tanto ver cuestiones uno queda medio traumado, a pesar de, como te digo, nosotros de alguna forma estábamos protegidos, no sufríamos tanto como sufría el manifestante…

—Pero más de alguna tuviste que verlas negras…
—Mira, yo no sé si temí por mi vida, pero andábamos reporteando represión militar contra los pobladores en una protesta en Peñalolén, y andaban unos milicos de éstos con la cara pintada; entonces cuando se acercaron los milicos, partimos a un negocio a escondernos. Y cuando iban pasando, un fotógrafo no resistió la tentación y se puso a sacarles fotos. Y uno de ellos se dio cuenta. Se metieron para adentro y nos sacaron a todos. Empezaron a agarrar a culatazos a los que iban primero y empezaron a requisar el material fotográfico. Entonces el primer fotógrafo que se negó, le volvieron a pegar y ahí, puta dije yo, ahí empecé a sentir miedo. Aquí nos nos van a pegar, nos van a subir al camión de estos milicos, eso me imaginé yo, y quizá pa’ dónde nos van a llevar. Entonces, a todos los fotógrafos que estábamos ahí nos empezaron a quitar las películas y yo dije, ya, jodí nomás. Y es la única vez que he estado más en situación de peligro y que tuve que hacer algo que no me gustaba: haber perdido mi material fotográfico, que era cuando ellos iban disparando balas al aire y de repente llegaban a una esquina y disparaban en forma recta. Y cada vez que disparaban decía yo: “Si encuentran a alguien en la calle le va a llegar el balazo.

—¿Disparaban al montón?
—Andaban con unas balas que se llamaban trazadoras, de ésas que se ven y salen como chispas, salen prendidas las balas. Entonces los tipos disparaban y uno veía cómo las chispas que volaban por el aire, y eran esas balas. Cuando terminamos todos los fotógrafos de entregar el material, ya los milicos vieron que ninguno se quedó con película en la cámara, nos soltaron. Y dijeron: “Tienen dos minutos para salir, mierda”. Y nosotros lo más rápido que pudimos arrancamos donde teníamos los autos estacionados, porque andábamos esa vez en caravana. A todos los lugares que íbamos era en caravana. Porque siempre andábamos juntos: fotógrafo que andaba solo estaba perdido, era un peligro. Y mientras íbamos corriendo hacia nuestros vehículos, vimos pasar por arriba de nuestras cabezas esas balas trazadoras. La otra fue con militares el 1° de mayo del 86. En la plaza de Los Héroes. Llegaron los milicos y fue más o menos la misma tónica: empezaron a pegar y a quitar películas. Recuerdo que alcancé a tomar un par de fotos, cuando me di cuenta que un milico vio que yo había hecho fotos. Entonces me doy la media vuelta para arrancar cuando siento un milico detrás mío que me decía: “La cámara, la cámara…”, pero cuando lo escuché hablar, su voz era temblorosa, era de nerviosismo total. Entonces me dije: “Éste hueon viene más miedoso que yo”. Puta y me doy vuelta y le veo la cara y era un cabrito. Era un cabro, un conscripto, incluso care cabro chico, 18 años debe haber tenido, yo creo que recién estaba haciendo el servicio militar; entonces estaba cumpliendo una orden que a lo mejor él no quería hacer o simplemente le daba miedo hacer. Y ahí me di cuenta de esa situación y arranqué más fuerte y no me pilló… Y ahí también nos apuntaron directamente con fusiles.

—Hubo un tiempo en que  las revistas salieron sin imágenes.
—Sí, eso era un poco pa’ la risa, tragicómico, llamémoslo así; no debería haber sido… Mira, eso reflejaba una cosa: que nosotros los fotógrafos de alguna forma le hacíamos daño a la dictadura… Y aparte de eso, en muchos casos servíamos para desmentir la cuestión oficial; cuando decían que acá no pasaba nada, que acá se trataba bien a la gente y no había represión, un montón de mentiras que decían. Las fotos iban hablando por sí solas. Yo creo que eso fue motivo para que la censuraran. Y yo pienso que la censuraban también porque también a la gente que leía y veía también para ellos podía ser un testimonio y también podía significar una forma de atreverse a salir. Tenía todos esos sentidos. Apagar un poco la verdad y lo otro es que eso mismo podía incentivar a personas a unirse al movimiento que había en contra de la dictadura.

—¿Qué significó para ti trabajar en el Fortín Mapocho?
—Como el diario era de oposición y mostraba también la realidad de lo que no se mostraba en los medios oficialistas, eso implicaba también que de alguna forma nosotros tuviéramos acceso a lugares que los demás no llegaban. Me pasaron cosas hasta cómicas. Por ejemplo, una vez llegué a una población, no me acuerdo qué problema había ahí que nos llamaron, y entonces cuando llegamos ahí con el periodista y dijimos: “Somos del Fortín Mapocho”, la gente nos empezó a aplaudir. Entonces yo decía, oye si nosotros no merecemos esto, nosotros íbamos a reportear, a ver un problema que tenían ellos para que saliera publicado… El tan solo hecho de llegar, y saber ellos que nosotros habíamos acudido a su llamado, y que éramos el Fortín Mapocho, era pa’ ellos un motivo de alegría. Tenía todas esas cosas el trabajar en el diario, porque igual seguían los peligros de andar en la calle, en las protestas, los peligros de que la misma represión nos tocaran a nosotros, pero también teníamos esa otra parte: la gente, el pueblo nos quería, pues de alguna forma se sentía identificado con lo que salía en el diario. Por eso trabajar en el diario tenía esas dos partes: vivir el peligro estando en las cosas peligrosas, y por otro lado sentir el cariño y sentir la simpatía de la gente, que la gente nos apoyara.

—Y qué piensas de la desaparición del Fortín y de otros tantos medios…
—Que es una tristeza nomás y también, no sé cómo calificarlo, pero también hay ahí algo que no debieran haber hecho. El nuevo gobierno que vino después de la dictadura de alguna forma podría haberlo mantenido. Bastaba con que tuvieran publicidad de organismos estatales para que se hubieran mantenido, y listo. Pero yo pienso que fue una decisión que no querían prensa independiente y realmente las dejaron morir. No les importó que todos esos medios de comunicación les hayan permitido y les haya ayudado a que ellos estuvieran en el poder, porque al final de cuentas así fue. Un pueblo entero se levantó, se movilizó y después que este pueblo entero se movilizó y salió a la calle, no sé cuántos años después empezaron a funcionar los políticos como parte del encabezamiento de las movilizaciones, terminó en que ellos también fueron elegidos por el pueblo, y de alguna forma se olvidaron de esos medios de comunicación que los ayudó y les permitió llegar al poder. Entonces es una tristeza grande que hayan dejado de lado o no se hayan preocupado por mantener esos medios. También fue muy malo para nosotros porque quedamos cesantes toda la gente que estuvo ahí y también fue muy difícil volver a encontrar pega porque de alguna forma quedamos con el estigma de haber estado en un medio de comunicación contrario a la dictadura, en circunstancias que todo lo que quedaba para trabajar eran medios que habían sido proclives a la dictadura.

—¿Entonces fueron borrados del mapa?
—Yo creo que los cerraron directamente… En realidad yo leí algunas cosas de Juan Pablo Cárdenas y él dice, y creo eso, que la orden de que se acabaran todos esos diarios surgió de la propia Moneda, de adentro. No querían prensa independiente, porque el gobierno se acomodó o hizo acuerdos con la prensa que había sido oficialista y que de alguna forma para que no los molestaran, para que no fueran prensa de oposición, se acomodaron con ellos y dejaron a un lado los demás. Pienso que eso pasó. No querían prensa independiente porque así ellos podían gobernar de la forma que quieran y si querían ocultar cosas las iban a ocultar, y eso pasó. Pienso que esa estrategia fue del principio, desde que asumió el primer gobierno democrático se acomodó a los poderes que había y no quiso irse contra ellos… Dejaron olvidados o dejaron que murieran o sencillamente dieron la orden de que se cerraran y no querían prensa independiente. incluso de un gobierno de Noruega, no me acuerdo bien qué país de ese lado, habían querido financiar las revistas, e incluso el Fortín Mapocho, y dice él que desde la misma Moneda hubo un reclamo hacia ese gobierno respecto a que si ellos hacían eso, se estaban entrometiendo en cosas internas del país y que ellos no lo iban a permitir… Entonces ahí se coartó ese tipo de ayuda. De alguna forma decidieron oficialmente que los medios opositores a la dictadura y que les ayudaron a ellos a llegar al poder, sencillamente los dejaron a un lado. Porque yo creo, que dijeron: Estamos listos, estamos arriba”, y no les interesó nada más.

 

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