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“La demora”, nueva obra maestra del cine uruguayo Nota periodística inspiró un cuento que terminó siendo película

“La demora”, nueva obra maestra del cine uruguayo

Esta profunda cinta minimalista aborda las complejidades que suscita, en una familia de clase media baja, el progresivo deterioro físico y mental del padre de la jefa de hogar. La película viene a confirmar el curioso caso del cine uruguayo: los directores orientales son pocos, pero buenos.


Es extraño el caso del cine uruguayo, pues así como ocurre con los equipos de fútbol de ese país –el Nacional, el Peñarol, y su selección, la Celeste–, los directores orientales son pocos, pero buenos. De hecho, hace unos meses, la película Whisky (2004), de Pablo Stoll y el desaparecido Juan Pablo Rebella, fue escogida como la mejor cinta rodada en América Latina durante los últimos 20 años. La elección se debe al resultado de una encuesta realizada a los programadores de los principales festivales del rubro en esta parte del mundo.

En esa senda victoriosa y de grandes largometrajes, es que se inscribe La demora (2012), el tercer filme del director montevideano Rodrigo Plá (1968), quien se encuentra radicado en México desde que inició su carrera cinematográfica a principios de la década de 1990.

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La demora

La demora entra en la categoría de obra mayor del celuloide que se filma, se escucha y se habla por estos días en castellano. Basada en un cuento de la escritora y guionista Laura Santullo (esposa de Plá) –la que a su vez se inspiró en una nota aparecida en la prensa uruguaya–, esta profunda película minimalista aborda las complejidades que suscita, en una familia de clase media baja, el progresivo deterioro físico y mental del padre de la jefa de hogar.

María –en un rol interpretado por la actriz Roxana Blanco– es una mujer que bordea los 40 años, trabaja como costurera en una fábrica textil y está a cargo de sus tres hijos y de Agustín, su anciano progenitor. Para darle vida al octogenario personaje, Rodrigo Plá hizo un casting, apenas aterrizó en la capital uruguaya, que incluyó a interesados que no eran actores. De ese puñado de postulantes, el realizador le entregó la responsabilidad al debutante Carlos Vallarino –un jubilado arquitecto rioplatense, sin mayor experiencia frente a las cámaras– de encarnar al hombre que comienza a perder la memoria y sus facultades esenciales.

El guión omite señal alguna en torno al paradero del esposo o pareja, con quien María engendró a sus tres niños, una adolescente y dos varoncitos. La obrera está sola, como única cabeza del complejo grupo familiar, una realidad que al parecer cruza dolorosa desde los Andes hasta el Atlántico. Pero la protagonista se halla agobiada y cansada de bregar ante tamañas adversidades. Le faltan el dinero, las fuerzas y la felicidad; en cambio, le sobran las obligaciones y las estrecheces. Tiene una hermana, la que poco le ayuda con los cuidados que significan velar por la dignidad del viudo Agustín, al que se debe bañar –con las dificultades que esto implica–, y cambiar los pantalones cuando se orina encima.

Un frío otoño pregona el invierno cercano a descender sobre la Banda Oriental, y el conflicto alcanza su Leitmotiv. El anciano, en una metáfora existencial que representa algo así como un negarse a perder su identidad, sus recuerdos y la propiedad espiritual de sí mismo, una mañana sale de la sencilla vivienda que comparte con María para buscar el antiguo barrio en el que crió a sus hijas y respiró la plenitud junto a su esposa muerta. Su pálida memoria, no obstante, le impide reconocer el emplazamiento exacto de esa morada extraviada: se pierde.

Ese inesperado evento, que termina por descomponer sus ya alterados nervios, convence a María de la necesidad de internar a Agustín en una casa de reposo para indigentes de la tercera edad. Con esa idea, lleva a su padre, bajo engaño, a inscribirse en uno de estos centros. En el lugar, empero, le comunican a la costurera que por los módicos ingresos monetarios que recibe, pero dinero al fin y al cabo, se halla imposibilitada de adquirir los beneficios que implicarían el ingresar a su progenitor en el recinto de acogida.

Desesperada, la mujer maquina un insensible plan alternativo. Mientras recorre el camino de regreso a su domicilio, y con la excusa de ir a comprarle una botella de agua mineral para que se refresque, María deja a Agustín sentado en un banco, con la advertencia de ir a buscarle en el corto plazo. Es un mediodía otoñal, donde sacude la brisa marina, en el barrio capitalino de Buceo. En el fondo, unos edificios muy parecidos a los de la Villa Portales de Santiago: esa es la bella fotografía que registra la cámara de Plá.

La estrategia prosigue en que María llama por teléfono a la asistencia pública, aparentando ser una vecina que denuncia al hombre viejo, desvalido, sin medios y perdido, a fin de que lo cobijen en un albergue fiscal. Por un camino inmisericorde, intenta lograr el objetivo que le negaron las reglas de la burocracia social, tan sólo unas horas atrás.

Pasan los minutos y arrecia el viento helado. Agustín, sin embargo, se niega a desobedecer “las instrucciones” que le dirigió su hija, antes de acudir a un almacén colindante. Llegan la ambulancia, los paramédicos y una lugareña preocupada, la que le  proporciona comida, café y una frazada al anciano. Pero pierden el tiempo, pues el jubilado, de ninguna manera, se moverá del puesto en donde María prometió recogerle, luego del trámite en el boliche. Es conmovedora la fe del hombre en la costurera.

Tercera etapa de la “maniobra”. Ya es de noche, y la calculadora hija concurre al refugio más próximo del punto en el que se desentendió de Agustín, y éste no se halla ahí, ni en los siguientes albergues a los cuales acude para preguntar por su padre. La invaden el temor y el remordimiento, se activa su brutalizada conciencia. Pide ayuda a un amigo de la familia y, juntos, recorren los demás establecimientos de ese tipo en la ciudad.

Hasta que… María decide regresar a ver, si en una de esas, Agustín todavía está en esa solitaria plaza de Buceo… La demora reflexiona, en 84 minutos de imágenes hermosas e intensas por su precisión –que se sirven de un sobrio lenguaje cinematográfico– acerca del grado en que las urgencias y las necesidades de la vida contemporánea aniquilan los afectos humanos más sencillos y fundamentales frente al peso de la vejez, en un entorno carente y escaso de medios materiales.

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