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Crítica Gourmet: El Palacio del Poroto con Rienda, la real picada Más que ollas y sartenes

Crítica Gourmet: El Palacio del Poroto con Rienda, la real picada

Efectivo, popular, sabroso; un trío de adjetivos que lucen bien al describir este restaurante que desde 1962 tiene entre ceja y ceja el tradicional plato criollo como su estandarte. Uno que pulen a diario con estilo y sazón.


En Chile y más en una ciudad con tan poco tiempo y paciencia como es Santiago, salir de casa a comer porotos, para muchos puede parecer una rareza más grande que conseguir otro producto más exótico en cualquier restaurante de la oficialidad gastronómica (llámese desde Santiago Centro hacia el Oriente).

Los Porotos con riendas, si no aparecen en los salvadores comedores de mercados tipo Franklin o La Vega, son de casa, íntimos. De esas cosas que suelen quedar como secretos de familia, en parte por creer que no son dignos de una comida con clase. Y esa idea, errónea, quizá aumenta el atractivo del Palacio del Poroto con Rienda. Pocas veces toca encontrarse con un sitio que distingue a un plato chileno de manera tan efectiva y entrañable. Algo tan entendible por todos sus clientes, que hace recomendable llegar temprano a esa picada como pocas.

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Se nota que nació espontáneamente. La calle General Amengual es de vereda angosta y no permite demasiados autos para estacionarse. Luego es evidente que poco a poco, el local fue creciendo desde sus inicios en 1962, hasta convertir cada rincón de esa casa de fachada continua y parrón, en un ente consagrado a este plato estrella, con algunos satélites anexos (eso sí, ojo con el orden después de que se va una mesa). Por sólo $ 1.800 se puede conseguir una porción inicial. De ahí en más aparecen agregados que van desde la chuleta ($ 2.600) al doble costillar ($ 4.500), aparte de variantes tipo Pancho Villa (longaniza, chuleta y huevo) que se completan con un compendio pop consistente en cazuelas, pescados fritos y carnes a lo pobre. Los porotos tienen la cocción precisa, con un poco de soltura para que resalte esa textura que le da consistencia al caldo. Los tallarines también aportan un poco a esa sensación de fuerza al gusto y lo más rico es que se nota que tienen reposo; que no están hechos al momento así nomás, sino que se dejan querer hasta que agarran todo el sabor. Si se acompañan con una longaniza, por suave que sea, cabe todo el centro de Chile en una sola cucharada.

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Quizá no sea buena idea salirse de la lógica del plato ancla. Eso, porque el Lomo a lo pobre ($ 4.900) venía bastante destartalado en el plato y los excesos de aceite le hicieron perder prestancia. La atención fue rápida, expedita y decidida a la hora de mover pedidos y adaptarse a los imprevistos que un local lleno puede entregar: “no tengo vasos para la cañas de vino ($ 1.000) porque estamos apanados, pero sí un botellín ($ 1.200)”. Cierto o no, el garzón lo hizo con gracia y eso dentro de la lógica de la experiencia y de un medio tan falto de buen servicio, se agradece. Hay buenos precios, estilo propio y sabor; todo lo que necesita cualquier palacio para ganarse un origen noble.

General Amengual 494, Estación Central.

Tel. 2779 8017

 

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