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Novela “La hierba de las noches” de Patrick Modiano Imperdible

Novela “La hierba de las noches” de Patrick Modiano

Quizás, se trate del escritor francés vivo más importante de estos días, junto al Premio Nobel de Literatura 2008, Jean-Marie Gustave Le Clézio y a los inclasificables Emmanuel Carrère y Pierre Michon. Con este libro, el último de los suyos que acaba de editarse en castellano – vía Editorial Anagrama- y de reciente llegada a Chile, el autor de la “Trilogía de la ocupación” prosigue con la búsqueda de sus recuerdos más esenciales, moviéndose en la urbanidad de un París poético y espectral: la ciudad y los afectos inventados por una memoria febril.


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Poesía en prosa, palabras urdidas con belleza estética, heridas por la demente presencia del pasado; la imagen evanescente de lo que alguna vez amamos, lo que nos fue negado querer, y en fin, la figura de quien ya no podemos ser. Esa es la mejor manera de definir la singular bibliografía del novelista galo Patrick Modiano (Boulogne-Billancourt, 1945). Uno de los narradores favoritos del célebre Enrique Vila-Matas y de la genial y admirada cineasta catalana, Isabel Coixet.

Continuando la senda de un Marcel Proust de provincias, al autor de En el café de la juventud perdida (2007), lo ha perturbado a lo largo de su trabajo ficcionador, el problema del origen, el de la conformación de la identidad, la pregunta existencialista por lo que realmente fuimos y sobre el hombre o mujer que verdaderamente llegamos a ser.

Modiano no deja de plantearse la interrogante acerca de la nebulosa en que parecen transitar las ternuras más profundas y los vínculos en apariencia indestructibles que se establecen en el transcurso de una vida. También, por el rostro difuso de esas caras con las que mantenemos lazos durante las distintas etapas del viaje individual.

Así, en La hierba de las noches (L’herbe des nuits, 2012), el escritor prosigue con ese cuestionamiento incesante por la esencia de las cosas. “Pues no lo soñé. A veces me sorprendo diciendo esta frase por la calle, como si oyese la voz de otro. Una voz sin matices. Nombres que me vuelven a la cabeza, algunos rostros, algunos detalles. Y nadie ya con quien hablar de ellos. Sí que deben de quedar dos o tres testigos que están todavía vivos. Pero seguramente se les habrá olvidado todo. Y, además, uno acaba por preguntarse si hubo de verdad testigos”, comienza el arranque de esta novela.

De inmediato, Modiano deja planteada la duda: ¿Existe acaso la mentada “objetividad”, para referirnos a los hechos que constituyen a una persona, a sus actos, a sus circunstancias, y a una situación determinada?

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Patrick Modiano

Entonces, el joven Jean (un alter ego de Patrick), comienza el recorrido por Montparnasse, la Facultad de Censier y la Ciudad Universitaria del bulevar de Jourdan, escenas de los turbulentos años ‘60. El hombre del presente, revisa las anotaciones hechas a lápiz por el veinteañero en una libreta negra. Premunido de esas observaciones y de sus recuerdos, empieza la labor de reconstruir el tiempo dilapidado por el voyeur.

Aparece una mujer, la vocación de inventor de cuentos y mentiras, un crimen tenebroso por resolver, los vagabundeos por la ciudad –sin excusas y simplemente porque sí-, y los diálogos de la torcida ocupación alemana, mientras la Segunda Guerra Mundial. Dannie se llama esa pasión femenina.

“La conocí en la cafetería donde iba yo a menudo a buscar refugio. Escribí ‘Dany’ en la libreta. Y corrigió personalmente, con mi bolígrafo, la ortografía exacta de su nombre: Dannie. Más adelante me enteré de que ese nombre, ‘Dannie’, era el título del poema de un escritor a quien admiraba yo por aquel entonces y a quien veía a veces, en el bulevar de Saint-Germain, saliendo del hotel Taranne. A veces se dan curiosas coincidencias”, resume el narrador.

Debemos realizar una advertencia. Modiano es un solitario, que escribe para otros de su raza, para otros tránsfugas y disidentes. En estas páginas, la vida es compleja y sencilla a la vez. Sus protagonistas no tienen muchos seres a su lado de quien preocuparse. Ese rasgo en ocasiones los alivia, pero asimismo les atormenta. Surgen los laberintos, la indagatoria por los escondrijos de la memoria. Se escribe para resolver esos acertijos: nunca llegamos a una respuesta satisfactoria, aunque sí a un estado semejante a “la paz”.

Jean, cumpliendo las instrucciones de Antón Chéjov, apunta todo lo que observa en papeles: patronímicos, detalles, apodos, nombres de cafés, calles y restaurantes, gente a la que atisba y a la que conoce por casualidad. En esta prosa, la norma corresponde a la sutileza. La verdad y las personalidades de sus creaciones sólo se intuyen, emergen con la fuerza de lo efímero, y luego, desaparecen en una imprecisión, al interior de las cuales, se confunden el presente y el pasado. ¿El futuro?, una quimera.

La existencia se llena de pequeños momentos, y la nostalgia, la luz, el sentimiento predominante.

“Dannie quería que paséasemos por el barrio antes de que cayese la noche. Pero teníamos por delante muchísimo tiempo. Gracias a la hora de verano, a las diez de la noche aún sería de día. Y yo pensaba incluso que iba a ser una noche blanca”.

Los sueños se acabaron, los astros son eternos, la inclinación por el tiempo discurrido: la visión de la inmensidad. Las horas que se extinguieron son misteriosas. El destino es caprichoso. El amor, la compañía de un instante. La ciudad, una geografía de equivocaciones. Los seres adorados, unos fantasmas de carne y hueso, pero inexistentes, inasibles y ausentes. En las casualidades parecen estar las señales. No hay que culpar al destino, nosotros erramos en apuestas y decisiones sin sentido. Esto de ser un cazador en el vacío, siempre tiene sus complicaciones, lo dicho no es nada nuevo, y sin embargo, siempre olvidamos su significado.

Escribir, los fragmentos del olvido y del recuerdo. Una carta, un cuaderno negro, terminan por constituir lo único cierto, el mapa con el cual desciframos los innumerables enigmas de una biografía, de unos acontecimientos extraños y sin centro ni gravedad. ¿Y si hasta Dannie era una cruel mentira, sólo un deseo creado por la soledad, la desesperación y la necesidad de amor de Jean?

“Una mañana, me encontré un sobre que habían metido por debajo de la puerta de mi habitación:

Jean:

Me voy, y esta vez es probable que no volvamos a vernos hasta dentro de mucho. No te digo adónde voy porque no lo sé ni yo. No me encontrarás en ese sitio al que me voy. Estaré muy lejos y, en cualquier caso, no estaré en París. Si me voy es porque no quería meterte en líos.

P. S. Te dije una mentirijilla que me pesa en la conciencia. No tengo veintiún años, como te dije. Tengo veinticuatro. Ya vez, dentro de poco será vieja”.

Con una confesión de ese tipo, concluye esta novela bella, infame, triste y magistral: La hierba de las noches, de Patrick Modiano.

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