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Concentración económica: el tema tabú Opinión

Concentración económica: el tema tabú

El modelo chileno confió demasiado en la locomotora de los grupos económicos dominantes de mercados y ya parece que se cumplió su tiempo útil y ahora la gran tarea va a ser cómo desconcentramos el poder económico, en una política gradual y equilibrada, que sea compatible con los derechos adquiridos, pero que compatibilice aquello con la consideración de que el mercado, más allá de una simple formulación económica, es un bien común de alto contenido ético y social.


Chile Concentrado, editado como libro, es una investigación efectuada por ingenieros y abogados. Fue un foro abierto sin prejuicios sobre la estructura de nuestros mercados. Para nosotros, una interesante experiencia interdisciplinaria.

El objetivo era ver qué nivel de concentración existía y qué medidas se podían adoptar. He aquí un resumen de sus conclusiones:

La investigación no se propuso, ni fue su objetivo, establecer mecanismos sustitutivos a los términos generales que configuran el llamado modelo capitalista o en su versión denominada economía social de mercado. Los investigadores coincidimos en que el mercado ha introducido un elemento difícil de sustituir en las relaciones económicas y que, en general, desde el siglo XIX a la fecha, ha mejorado las relaciones entre los diversos participantes de la economía, aunque hemos pagado caros sus defectos o errores y abusos.

Las simples correcciones a las demasías en los mercados no son suficientes para resolver los diversos problemas que se ven a diario y por ello afirmamos que la sola libre competencia, la intervención estatal y la mejor educación no parecen ser los únicos mecanismos eficientes para estructurar un nuevo orden.

Consideramos, sin embargo, que el solo control estadístico-informativo de la historia económica no es suficiente, como se ha legislado en el último proyecto de ley sobre libre competencia, y por eso se propone que el legislador determine un límite general de concentración en los mercados y que sea el órgano de control el que en su caso pueda autorizar, por razones inevitables, que se excedan los límites legales por tiempos prudenciales para generar la mayor competencia.

Nos pareció ineludible establecer regulación sobre cascadas o pirámides accionarias que encubren la realidad económica y aumentan el poder ya concentrado en la forma en que analizamos que ha ocurrido en Israel, ya que una reciente ley dictada aborda el tema y en la investigación se analiza.

Cada sector económico tiene su propia dinámica, por lo que debe ser analizado acuciosamente, combinando los beneficios de un mayor número de actores relevantes en cada sector, con las economías de escala comprobables que se logran con el aumento de tamaño y consolidación de las empresas. La concentración debe ser mirada no solo en una dimensión nacional, sino también en sus dimensiones global, regional y local, procurando siempre maximizar las opciones para los ciudadanos de optar a bienes y servicios de calidad a precio justo en su entorno, evitando la existencia de monopolios u oligopolios que capturen excedentes a costas de los consumidores.

Consideramos justa la aplicación de un impuesto especial a la concentración que se agregue al Impuesto a la Renta, con carácter progresivo, de forma que se desincentive la concentración de los mercados. Sería la contraparte de rebajas a las pequeñas empresas.

Así se hará mejor justicia tributaria, facilidades a las pymes, que debieron tener tasas menores, y los grandes controladores de mercados pagar más.

Estas propuestas parecerán, a los mal llamados partidarios de los mercados libres, una intervención peligrosa; y a los partidarios de economías estatistas, insuficientes, pero debemos recordar que es imposible quedarse impávido ante lo que estamos observando y que estas medidas muchas veces parecen en sus inicios audaces o incluso impracticables y para ello basta recordar que el impuesto a la renta progresivo y de nivel alto y el impuesto a la herencia llevan operando en las economías occidentales hace apenas unos 100 años.

La introducción de estas medidas redundará en una mejor competencia, seguramente obligará a los empresarios de todos los niveles a darle más importancia a la gestión que a la comodidad de una renta mono u oligopólica, que termina por esclerotizar la innovación, el riesgo y, en general, los factores de la inteligencia humana y técnica que pueden producir cuando hay que luchar duramente en los mercados.

Admitir una concentración sin límites resulta autodestructivo con efectos graves, no solo para la propiedad de los incumbentes sino también para el entorno social. Una economía más desconcentrada asegura mayor estabilidad y menores riesgos en los casos de fracaso y dificulta la captura del Estado. La concentración de poderes en los mercados se refleja en toda la economía por la interacción de los precios y también facilita la concentración de poderes en pocas personas, máxime cuando ya no es necesaria más que una porción del control accionario para manejar las decisiones de todo un mercado. La concentración, en cierto modo, en los mercados iguala al oligopolista con el rentista, lo que sin duda es una deviación grave de un sistema de competencia.

Estamos conscientes que aun de lograrse una competencia perfecta, ello no sería suficiente para eliminar la desigualdad. Los investigadores tuvimos presente que no existe la competencia perfecta, pero ello no significa que desestimemos su importancia. Las correcciones que hay que hacer son de suyo complejas, exorbitan las puras consideraciones económicas, ya que el tema estudiado es evidentemente político, de auténtica Política Económica.

Lo anterior resuelta evidente, si se admite con nosotros que un mercado razonablemente libre y competitivo, deseable para la marcha de la economía, no va a operar por arte de magia y que es imprescindible que la comunidad se otorgue reales normas que regulen la actividad económica significativa, porque el mercado es un bien público y no solo una mera herramienta de asignación y, por lo tanto, sujeto a una orientación general que nos refiere a un orden público económico compatible y consustancial con una democracia equitativa y moderna. Existe bastante consenso en la literatura en cuanto a que las meras democracias políticas, por perfectas que parezcan, que no es el caso de Chile, si no democratizan su sistema económico se tornan inevitablemente inestables. Por ello el orden público referente a los mercados tiene un componente ético que ha sido ampliamente reconocido en la doctrina.

La evidencia exhibida en la investigación, obliga a analizar los reales efectos de la concentración de mercado para la productividad nacional, su efecto en la pérdida de relevancia de las Pymes; la falta de innovación para agregar valor a la oferta de la economía chilena y la creciente centralización de la actividad económica, el empleo y la toma de decisiones, en un marco institucional claro y proactivo.

El fracaso de las economías centralizadas ha sido evidente, como la de la Unión Soviética y sus satélites, que creyeron encontrar la solución eliminando los réditos privados de capital y concentraron prácticamente toda la actividad económica en el Estado. Ese es un caso extremo de concentración en sentido inverso, que tuvo ni más ni menos como resultado que, al eliminar la función de la propiedad privada y de los mercados, terminaron dominando a sus conciudadanos que no tenían más que su trabajo como bien propio, y el intento de reemplazarlos mediante una coordinación desde arriba, planificada por burócratas, terminó en un desastre completo.

No se necesita una gran erudición para concluir que la concentración absoluta es incompatible con un mejor desarrollo y libertad, pero no se ha dicho con tanta fuerza que también es contraria a una productividad total de los factores. Lo que ha llevado, por ejemplo, a China a intentar un modelo de autoritarismo de mercado, cuyos resultados iniciales parecían exitosos, pero cuyo final aún está en duda.

Concluimos que el “capital virtual” que se erige como “poder de mercado” es distinto al agrícola, urbano y financiero de siglos pasados, goza de un carácter rentista y tiende a un proceso que, por su naturaleza, lleva a la inminente concentración total y es despiadado en la lucha por imponer sus condiciones, coludiéndose cuando es necesario y también capturando al Estado regulador.

El modelo chileno confió demasiado en la locomotora de los grupos económicos dominantes de mercados y ya parece que se cumplió su tiempo útil y ahora la gran tarea va a ser cómo desconcentramos el poder económico, en una política gradual y equilibrada, que sea compatible con los derechos adquiridos, pero que compatibilice aquello con la consideración de que el mercado, más allá de una simple formulación económica, es un bien común de alto contenido ético y social.

Crucial resulta el desarrollo de las pymes, a tal nivel que su desarrollo sea una opción concreta para actuales y futuras generaciones de profesionales y técnicos formados últimamente. La apertura de espacios reales al emprendimiento es fundamental para sacar provecho a estas “inversiones”. Entendemos lo anterior como parte de un nuevo eje para desarrollar una política estructural que nos asemeje a otros países estudiados, como el caso de Alemania.

A modo de resumen, consideramos que la situación de los mercados de Chile no permite sostener que estemos frente a una economía propiamente de mercado, aunque tiene muchos elementos de esta y que, por lo mismo, nos alejamos del modelo de economía social de mercado, incluso también del modelo norteamericano, donde existen más restricciones a la concentración que en Chile y sanciones más duras y eficientes.

El estado actual de la estructura económica nos permite arribar a la conclusión de que nuestra economía es una economía de mercado oligopolizada con una mediana regulación del Estado sobre los mercados y con una profusa actividad asistencial del Estado, que permite resolver problemas de muy corto plazo de la población, pero que no son los caminos apropiados atendido el PIB que el país exhibe para un desarrollo económico a mediano y largo plazos, equilibrado, dinámico y socialmente sustentable.

Por si fuera poco, el país sufre una notable concentración económica geográfica, que aísla a las regiones y las confina a un subordinamiento que afecta a la producción total, a la mejor utilización de los factores para la actividad económica.

El libro, que toca muchos temas del modelo, tiene una particular visión sobre los efectos de la concentración económica en los mercados sobre la productividad total de los factores. El estudio apunta, luego de revisar datos desde 1960, que la mayor concentración, sea en manos del Estado o privada, tiene efectos adversos estructurales sobre el desarrollo económico.

Revisen los programas de los candidatos y verán que este tema es tabú, ¿no les parece un poco raro?

La economía chilena, según organismos como Icare y Clapes, lleva 12 trimestres en caída, es decir, varios años. Abundan explicaciones relacionadas con políticas internas y externas, pero ninguna explicación se refiere a la influencia de la estructura de la economía chilena, de su concentración en los mercados. Es algo extraordinariamente raro que no se vea lo que está a la vista.

Este artículo agradece a los economistas que fueron piedras angulares del trabajo de investigación: Rodrigo Bravo, Cristián Briones, Sebastián Fernández, Gerardo Puelles y Arturo Fuentes.

Ramon Briones Espinosa
Hernán Bosselin Correa

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