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Terrorismo y sistema internacional

Gracias a nuevos armamentos, nuevas tácticas, nuevas estrategias (que tenemos que analizar con precisión), se están preparando además, a nivel transnacional del mundo de la posguerra del Golfo, alianzas sin enemigos, coaliciones sin acuerdos políticos, represiones sin muertos de un lado, genocidios selectivos.


Una guerra del Sistema Internacional en contra del terrorismo fue declarada por Estados Unidos, y se agregó a ella una coalición irregular de estados del gran Medio Oriente, mayoritariamente en crisis política grave.



¿Es este tipo de guerra un objeto pensable? Si fuera la guerra antiterrorismo una guerra verdadera, en el sentido clausewitziano, tendría como meta política (Zweck) no sólo poner fin a todos los actos terroristas, lo que sería sólo su objetivo (Ziel) militar, sino también de terminar con el fenómeno político del terrorismo.



Así, tendría que dar un tratamiento a las causas sociopolíticas y no únicamente a los efectos destructivos de los distintos niveles y formas distintas de violencia política semialeatoria que se agrupa generalmente bajo la denominación del terrorismo.



Habría que distinguir por lo menos tres niveles: terrorismo de movimientos de liberación nacional, terrorismo de redes y organizaciones mafiosas y terrorismo de milicias paramilitares. Habría hasta un cuarto nivel, el del Bin Ladenismo: terrorismo de secta religiosa megalómana, un tiempo aliada al sistema de poder de los servicios especiales norteamericanos.



La acción bélica actual no está dominada por un tratamiento de las causas, ni del lado de los Estados Unidos ni del lado de la Unión Europea, la pareja el núcleo de la «economía-mundo o del imperio-mundo».



Queda todavía por determinar si lo esencial del poder mundial yace en lo económico o más bien en lo militar; o mejor dicho, en qué tipo de relación las dos maneras, la producción y la destrucción, se están organizando o articulando una con otra de cada lado del Atlántico, admitiendo que rigen modos diferentes en EE.UU. y la UE (dejando de lado por el momento el caso de China).



De todos modos, una guerra de verdad en contra del terrorismo tendría que apoyarse en una política hostil al desarrollo desigual y al dominio de la economía de rentas, lo que se opondría directamente a la debilidad permanente de los Estados frente a las lógicas transnacionales de las empresas.



Una guerra no violenta que ataca las causas de la dualización global había empezado a desarrollarse como eje político en las opiniones públicas antes del 11 de septiembre (en Seattle, Génova, Durban). Espectacularmente, el atentado fascistoide de la secta Bin Laden, con la mímica de una guerra de religión (huntingtoniana) impide por un tiempo la toma de consciencia necesariamene clausewitziana que tiene que surgir, pues se trata de mantener en vida la noción hobbesiana de soberanía, definida como protección del pueblo: el concepto de soberanía popular como fuente de la democracia, todo eso al servicio de la paz y a pesar de la globalización.



Necesitamos no recaer por ningún motivo en la guerra de cruzada, sino al contrario : hay que apoyarse sobre todo lo que en la filiación o la genealogía del Estado de Derecho lo libera, desde Dante, Marsilius de Padova, Jean Bodin y Hobbes, de la cruzada y de las ofertas simoniáticas de los cleros o profetas, católicos, protestantes.



Dice Hobbes: es imposible que una República sobreviva donde otro que el Soberano tenga el poder de dar recompensas mayores que la vida (Paraíso) y castigos mayores que la muerte (Infierno).



EE.UU.: el modelo liberal-global



Estados Unidos se ubicó en el curso de la historia larga no en la coyuntura, sino en una cruzada de vías estratégicas a la cual atribuyó virtudes imaginarias, teóricamente válidas para el mundo entero : el libre mercado conlleva la prosperidad económica y la prosperidad económica induce la democracia.



El problema del aplastamiento del esclavismo y la necesidad de recurrir a la guerra civil como guerra total, la más violenta, para eliminar el poder de las oligarquías esclavistas en la guerra de Secesión, no es propiamente censurado, por la tradición histórica norteamericana. No obstante, el Sur aún militarmente vencido no fue totalmente «desesclavizado».



En este sentido, la victoria del libre mercado no fue total en Estados Unidos y aún hoy se puede ver que queda abierta a la cultura de la free enterprise sobre formas de explotación mafiosas violentas, próximas a la esclavitud.



Para enfrentarse con las causas políticas y sociales del terrorismo, la guerra anunciada por EE.UU. tendría que luchar en contra de la aparición de zonas de miseria moderna de carácter extremo, sean rurales o urbanas, y de un tipo de esclavismo de facto que surge en el conjunto del mundo subdesarrollado, y aún más, en el conjunto de las clases bajas y medias del mundo subdesarrollado.



El primer reflejo del Presidente Bush fue promover una cruzada mundial antiterrorista, lo que desde el punto de vista estratégico es un contrasentido tan grande como la proclamación del jihad global por Bin Laden, pues refuerza la imagen de un adversario de escala mundial aunque siempre este adversario es muy local, a pesar de su carácter diaspórico.



Europa: modelo «republicano»



Europa también se ubicó por la historia larga, en una cruzada de vías estratégicas cuyas virtudes imaginarias invadieron el mundo entero: la democracia es el poder del pueblo y ella surge de la insurrección revolucionaria que termina con la nobleza como casta, y fundamenta la República sobre la lucha de clases sociales, prácticamente sobre una guerra civil derecha/izquierda suspendida y controlada después (en el siglo XX) como pacto social (democracia cristiana o social-democracia).



El hecho que este abanico izquierda-derecha exista en Europa y en ciertos países latinoamericanos significa que el Estado acepta la definición de la democracia como guerra de clases suspendida, poder de la burguesía moderado por el derecho inalienable del pueblo a la insurrección defensiva contra la tiranía (derecho presente en la Déclaration des droits de l’Homme et du citoyen del año 1793).



Es una herencia común y siempre viva de las revoluciones democráticas europeas, anteriores, por supuesto, a la revolución rusa.



El bolchevismo fue un jacobinismo doblemente ofensivo, pues se daba la tarea de aplastar a la vez la nobleza y la burguesía y además (teóricamente) a la escala mundial. Su fracaso sangriento no puede eliminar los fundamentos del proyecto republicano.



Más modesta, la tradición republicana francesa y europea (o chilena y bolivariana) no busca crear la felicidad del mundo entero o en un solo país, pero trata de arreglar un modelo capaz de enmarcar la democracia en cada país a través de la gestión de la justicia social.



Busca un proceso de reparto equitativo de la riqueza que tienda a moderar el enriquecimiento de las clases ricas, y orientar hacia servicios públicos una parte de las inversiones para evitar su transformación en flujos especulativos.



La historia de esta búsqueda de la fraternidad social, a través y no a pesar de las relaciones de fuerza obliga a que se manejen sistemas delimitados, locales, de reparto equitativo de ingresos. Eso exige, en principio, la persistencia de las circunscripciones nacionales, que son también los lugares en donde se crean las democracias.



De ahí viene la dificultad hoy, pues la globalización, debilitando las soberanías nacionales, introduce desde todas partes la amenaza terrorista, como consecuencia de la desesperación social.



Y a pesar de eso, el espíritu humano en general y la conciencia cívica en particular no pueden retroceder hasta un medioevo electrónico. Habrá, pues, que imaginar la forma en que el proyecto republicano podrá saltar encima del obstáculo topológico de la globalización.



ONG, «sociedad civil» : insurrección popular no violenta para mantener una función de protección



Las soberanías populares se encuentran hoy disminuidas en el marco de los estados naciones, por la lógica transnacional que sigue creando un espacio concurrente, el de la soberanía de empresa que no tiene nada de democrático.



En este espacio se enfrentan poderes muchas veces superiores a los de los estados (con excepción de Estados Unidos). De ahí viene la importancia por el porvenir del mundo de la aparición de las ONG transnacionales, y también de zonas de resistencia constituidas por estados ricos o menos ricos que instituyeron su identidad sobre la definición «europea» del estado o sobre la defensa universal de los derechos humanos, de la igualdad hombre-mujer, de los derechos de los niños a la protección y la educación.



Estas sociedades (inclusive en Estados Unidos) siguen hasta ahora y por una generación por lo menos, compuestas por ciudadanos. Se puede pensar que es mejor que se organicen en el desorden; mejor esferas de la fraternidad republicana, con ciudadanos que se consideran parte del pueblo soberano, aun sin estado, que dejar triunfar tranquilamente el neofascismo sonriente de nuevas clases nobles transnacionales mandando a estados sin ciudadanos.



Terrorismo local y fuerzas armadas locales



El éxito de estas clases dominantes transnacionales en la expansión global de un neodarwinismo sin piedad es hoy la causa estructural del terrorismo. Su éxito es, desde hace diez años, suficientemente notable y avanzado para que uno pueda identificarlo sin problema como tal.



Gracias a nuevos armamentos, nuevas tácticas, nuevas estrategias (que tenemos que analizar con precisión), se están preparando además, a nivel transnacional del mundo de la posguerra del Golfo, alianzas sin enemigos, coaliciones sin acuerdos políticos, represiones sin muertos de un lado, genocidios selectivos.



Quedan controlados por observaciones satelitales y aviones sin pilotos, asesinatos individuales en estados descompuestos o democracias sin huesos, a quien el lidership mundial exige paradójicamente una good governance democrática sin soberanía sobre lo socioeconómico.



Hay que admitir también que la lucha preventiva contra el terrorismo podría tomar la forma de una represión de todos los movimientos sociales en la escala local y mundial. El terrorismo es el arma de los pobres y el terrorismo suicida, el arma de los desesperados.



La guerra puramente sintomática al terrorismo podría ser, entonces, la guerra a los pobres y los desesperados. Normalmente tal guerra no conduce a ningún resultado político. Este combate no es legítimo en las masas populares y tampoco puede movilizar a las élites modernas pauperizadas. Estas últimas, si no emigran, pueden orientarse hacia un populismo violento para compensar su exclusión de la nueva riqueza rentaria mundial.



Pueden, por ejemplo, orientarse hacia los tráficos ilícitos y las prácticas mafiosas para adquirir un nivel de ingreso comparable al nivel de las élites financieras.



Aquí hay que anotar que lo característico de las masas populares, de las semi élites pauperizadas, de las mafias, es que todos son siempre locales, y en un sentido nacionales.



Este rasgo caracteriza también a los ejércitos y a las policías que van a tener que enfrentarse con los terroristas.



De hecho, nunca hay terrorismo global. Aun si los voluntarios de la muerte viajan y migran, sus protestas sociales, sus redes y sus organizaciones mafiosas conservan raíces sociales, económicas y políticas muy localizadas, totalmente identificables con una cultura local.



Las causas del terrorismo son efectos locales de causas macroestratégicas. Eso es propiamente el caso de Bin Laden, quien tiene sus raíces entre la Arabia Saudita del petróleo, el Afganistán de los talibanes, el Pakistán de la droga, y en doctrinas que tienen su fuente en un islam sunní, wahabita, salafista, muy preciso, instrumentalizado contra los soviéticos.



La alianza de Estados Unidos con este petróleo, este islam y esta droga, durante la Guerra Fría es una de las fuentes del afán patológico de dominación mundial de la última versión del terrorismo, y no sólo el Islam.



¿Cómo poder controlar ahora esta doble perversión recíproca a partir de una visión más regional del consenso?



El caso latinoamericano



La percepción actual de la existencia de un terrorismo global viene del hecho de que se trata de un terrorismo de viajeros y de migrantes, pues el destino de los excluidos del tercer mundo -incluyendo sus clases técnicas modernas- es buscar fortuna emigrando para salvar su familia (a veces quedándose en el país).



Constituye esta categoría social potencialmente un enemigo externo y también un enemigo interno para los servicios de represión y de seguridad. Esta definición arruina la diferencia civilizada entre conciudadanos y extranjeros, y bajo el síndrome del racismo o de la xenofobia, puede contribuir a la pérdida de senso que flagela la pura remanencia del estado nación.



Existe la amenaza que para desviar las dificultades sociales, desembocarían de nuevo los conjuntos plurinacionales en zonas de conflictos identitarios fuertes en proporción misma de la significación nula del etnicismo en las configuraciones económicas globales. Lo que se ha visto en los Balcanes (en Serbia, Croacia y especialmente en Bosnia, donde todo el mundo hablaba el serbocroata), es también una posibilidad en América Latina.



Se está perfilando en el horizonte una nueva cultura de la represión, en la cual no se sabrá de qué se sirve, o más bien que tipo de soberanía se está tratando de defender o de proteger.



La nueva clase dominante que se está formando hoy es una especie de alta nobleza transnacional, un grupo predador que surfea sobe la ola de los flujos financieros y se autoproclama localmente irresponsable, es decir no soberano, siendo compuesta de no land’s men que viven en un no man’s land. El lugar de la principal incógnita en esta lucha transfronteriza quedará en la identidad en transición de las fuerzas armadas y de las policías nacionales, símbolos de la nación.



América Latina soportó la imposición más o menos violenta de la globalización comercial y financiera, a veces como un acompañamiento del regreso a la democracia que sucedió a la ola de dictaduras militares. Esta asociación tiene la apariencia de una sucess story clintoniana, conforme al modelo neoliberal. Pero las consecuencias de este movimiento empieza a configurar una serie de fracasos socio-económico-políticos de caricatura (Venezuela, Ecuador, Colombia, Bolivia y Argentina).



Las degradaciones societales y las reacciones políticas, evidentemente, en este continente no tienen nada que ver con el Islam. Pero algunas crisis podrían desembocar en terrorismos y contraterrorismos, otras en configuraciones de automasacres de tipo argelino y colombiano, otras en un neopopulismo militar.



Es mi juicio o mi esperanza de que Europa sea capaz de jugar un papel para orientar el control de las crisis sociales hacia una lucha soberana contras las causas de la injusticia creciente, y no una técnica global de limpieza social.





* Director de estudios de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, París.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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