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La otra agenda

La receta no puede ser la que en su momento dijera Enrique Correa: «desregular los mercados, incentivar inversiones y privatizar empresas públicas». Necesitamos creatividad y no solo repetir las recetas que la derecha viene desarrollando desde hace 20 años.


Quienes de verdad participamos en las campañas en las últimas parlamentarias tuvimos el privilegio del contacto directo con la gente; allí pudimos comprobar el estado de ánimo de la población en la que hay sentimientos encontrados: frustración mezclada con expectativas y esperanzas.



Pudimos escuchar una y otra vez los deseos que las cosas cambien, no el cambio que ofrecen Lavín y la derecha, sino el que permita a las personas tener más certezas sobre el presente, alcanzar mayores grados de justicia y equidad, más oportunidades, menos discriminación y también volver a creer en la política y en los políticos.



Muchas fueron las personas que nos dijeron que ésta era la última vez que votaban Concertación, y que lo hacían solo para que no ganara la derecha.

La elección nos muestra con claridad que quienes han hecho bien las cosas, mantienen cercanía con sus electores, se preocupan de los problemas concretos y tienen una visión de cambio más global son premiados por los electores. En este terreno, hay que recordar que las primeras cinco mayorías fueron de la Concertación, y que entre los diez candidatos más votados la derecha tiene sólo tres.



Creo necesario reflexionar por qué Guido Girardi, Juan Pablo Letelier, Antonio Leal, Carlos Montes y Alejandro Navarro son los cinco diputados más respaldados a nivel nacional. Tienen estilos diferentes, diversas preocupaciones temáticas, roles políticos disímiles y distintos acercamientos con los medios de comunicación. Pero tienen en común una fuerte inserción en sus distritos y un inquebrantable compromiso social (ciudadano, progresista o como se lo quiera llamar).



Si la Concertación profundiza este estilo, vocación y compromiso de sus parlamentarios, si algo similar se instala entre los funcionarios de gobierno y en los partidos, no cabe la menor duda que los resultados serán mejores.



En la última elección se ha instalado un nuevo clima político: tanto los candidatos como los equipos de campaña observan que se aleja el fatalismo de un Lavín el 2005 y están dadas las condiciones para mirar el futuro con cierto optimismo.



Depende de nosotros lo que ocurra en los próximos años. No es sólo problema de «un acto de gran decisión y coraje político» como dice José Joaquín Brunner. Es cierto que se requiere de ello, pero por sobre todo de convicción, principios, voluntad política y de ponerse manos a la obra.



En estos días algunos vuelven a la carga con su propuesta de agenda centrada exclusivamente en el crecimiento. Pareciera que se les olvida que no basta con crecer, ya que, como muestra la experiencia, el crecimiento por si mismo no corrige las desigualdades, sino que las profundiza.



No olvidemos que la Concertación empezó a ser castigada por los electores (en las parlamentarias de 1997) cuando la economía crecía a todo vapor. La gente comenzó a darle la espalda a la alianza de gobierno al comprobar que ciertos cambios prometidos no se materializaban, y al constatar que los que tenían más se seguían beneficiando a costa de la marginación y pobreza de muchos.



Es cierto que el Ejecutivo fue capaz de disminuir la pobreza, pero también tenemos que reconocer que al alero de nuestros gobiernos la riqueza se acrecentó y concentró aún más.



Tampoco fuimos capaces, como la mayoría del país esperaba, de terminar con la institucionalidad que nos dejó la dictadura. Sin contar que adicionalmente nos apoltronamos, pasando a ser un objetivo en sí mismo ser funcionario de gobierno o tener una cuota de poder en los partidos. En este cuadro, que seguramente alguno llamará autoflagelante, hay que decir que la gente ha tenido paciencia con nosotros y volvió a darnos una nueva oportunidad.



Hoy se levanta una nueva y moderna versión de la «teoría del chorreo» o de la que formuló un viejo capitán general en algún momento de grandeza, cuando decía «cuidemos a los ricos, ya que la suerte de los pobres depende como les vaya». Bajo novedosas formulaciones se nos quiere decir algo muy parecido a lo que escuchamos en la década del ’80.



Los medios de prensa están inundados por columnas o entrevistas a personajes que nos dicen que la única manera que la vaya bien al gobierno es que se dedique por completo a garantizar el crecimiento, que se olvide de toda preocupación ciudadana, social o de protección y que no se le vaya ocurrir poner oído a unos que andan hablando de redistribución. Se ha llegado tan lejos que incluso algún osado senador designado ha notificado al Presidente que rechazará la reforma de salud si contiene el famoso Fondo Solidario (peligroso resabio estatista).



Tampoco han faltado los enconados opositores que en estos días se visten de buenos y anuncian su total disposición a colaborar si se camina en la dirección de fortalecer única y exclusivamente las condiciones para la inversión (al fin y al cabo hay que sacar provecho a los gastos de campañas).



Algunos autocomplacientes se construyen fantasmas sobre los supuestos sectores de la Concertación que estarían contra el crecimiento y que no quieren resolver el desempleo. Lo que ellos no entienden es que la gente quiere más, necesita más, tienen derechos, tiene derecho a más: empleo y salud, mejores salarios y educación, estabilidad laboral y seguridad social, derechos en el trabajo y justicia, oportunidades y libertades, votar y participar, estabilidad política y más democracia, menos delincuencia y convivencia comunitaria, dignidad y no-discriminación.



Queremos que el país crezca, lo más posible. Que se creen muchos miles de empleos, primero para que vuelvan a encontrar trabajo las 150 mil personas que fueron despedidas por los empresarios entre la aprobación de las reformas laborales y el día anterior a su entrada en vigencia y para absorber gran parte de los desocupados.



Necesitamos un crecimiento económico que amplié su base productiva, que aproveche las potencialidades específicas de los distintos territorios, que permita el acceso a la actividad creadora a nuevos sectores. Volvamos a creer en que al modelo chileno le falta la segunda fase exportadora; tenemos muchas más posibilidades que seguir explotando sólo materias primas.



Por lo anterior la receta no puede ser la que en su momento dijera Enrique Correa: «desregular los mercados, incentivar inversiones y privatizar empresas públicas». Necesitamos creatividad y no solo repetir las recetas que la derecha viene desarrollando desde hace 20 años.



Junto al crecimiento y el empleo, también queremos reforma de salud, cambios al sistema previsional donde los trabajadores temporeros tengan derechos, acelerar la puesta en marcha de la Jornada Escolar Completa (JEC) para todos los niños, establecer la defensa efectiva de los consumidores y una oportuna justicia del trabajo, fortalecer la red de protección social de los niños, jóvenes, jefas de hogar, adultos mayores, dar más autonomía y recursos para los gobiernos regionales y comunales, y promover las organizaciones sociales de base y las formas colectivas de acción social.



Están dadas las condiciones para avanzar en cambios políticos. Tenemos que volver a conectarnos con nuestra historia; los pensamientos socialcristiano, social de izquierda o socialdemócrata se instalaron en la sociedad para trabajar por mayores espacios de libertad, participación y democracia.



La dictadura, palabra que parece herir ciertas sensibilidades más refinadas, nos dejó una pesada carga que no hemos podido remover, pero los acontecimientos derivados de las recientes elecciones nos abren un espacio para acelerar los cambios. Tampoco se puede hacer oídos sordos a la demanda por mayor autonomía y libertad de las personas.



Por cierto, ésta es otra agenda, la que nos permite ser optimistas, hacer del presente un momento entusiasmante. Si avanzamos simultáneamente en crecimiento, protección social, libertadas y democratización, se debe tener la certeza que al Presidente Lagos le va ir muy bien. Con una agenda en este sentido es posible ver en el horizonte la proyección de la Concertación y sobre todo le estaremos respondiendo a millones de compatriotas que esperan un mejor futuro.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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