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La crisis Argentina y el fin de una utopía


Sin embargo, hay un aspecto de esta crisis, particularmente en el ámbito económico y financiero que trasciende sus fronteras. En efecto, durante buena parte de la década recién pasada el neoliberalismo y especialmente el mundo financiero promovió la estrategia seguida por la economía Argentina y la puso como modelo a seguir.



Esta estrategia tiene como sostén la denominada «Caja de Convertibilidad» (Currency Board) que acaba de colapsar después de diez años de aplicación. Ella forma parte de las ideas extravagantes del neoliberalismo.



Los tres pilares de la Caja de Convertibilidad



La «Caja de Convertibilidad» introducida en 1991 por Domingo Cavallo, entonces ministro de economía de Carlos Menem, está basada en principios muy simples.



a) la moneda nacional (el peso) es fijada por vía legal al dólar a la tasa de 1 por 1 , y esta moneda es libremente convertible.



b) la obligación de conservar en contrapartida de la moneda emitida un volumen de reservas en divisas al menos igual al 100% de la masa monetaria así creada. De este modo por cada peso emitido, es necesario que un dólar suplementario entre en las reservas; por el contrario si salen de Argentina más dólares de los que entran, el banco central se ve en la obligación de reducir en proporción el número de pesos en circulación en el país. En consecuencia la liquidez del mercado domestico depende del saldo de la balanza de pagos, es decir, del saldo en la balanza comercial, de los flujos de capitales externos y de las condiciones de préstamos sobre el mercado internacional; en este contexto las tasas de interés internas son estrechamente dependientes de las del mercado internacional.



c) Por las definiciones precedentes, el financiamiento monetario del déficit público queda excluido. De existir tal déficit este sólo puede ser financiado a través del mercado por la vía de la emisión de bonos de deuda a ser aceptados por el sector privado nacional o internacional, o bien por medio de privatizaciones.



De la utopía



La puesta en práctica de este sistema hace desaparecer por una parte, la política monetaria es decir, el uso de la tasa de interés interna como elemento de regulación del ciclo, y por otra la propia institución del banco central que por ley abandona sus funciones de administrador de la moneda nacional y de prestamista de última instancia. La política presupuestaria queda circunscrita a los límites ya indicados.



De este modo, el uso de la «Caja de Convertibilidad» supone que la economía, en este caso la de la Argentina, quedaría solo sujeta a la «magia» de los mercados y los «humores» de los movimientos de capitales externos. Cualquier desafecto de estos últimos comprime la cantidad de dinero y aumenta la tasa de interés doméstica por arriba de la tasa de interés internacional lo que automáticamente volvería a atraer estos capitales.



Cualquier shock externo que comprometa la competitividad-precio de la economía será el mercado el encargado de arreglarla automáticamente por la vía de una compresión de precios (márgenes) y salarios y así reestablecer el pleno empleo. Hasta aquí la explicación de texto y la ideología ultraliberal que trasunta. Veamos como se comporta la realidad frente a esta utopía.



De las bondades y perversidades del sistema.



El sistema del «Currency Board» fue concebido para estabilizar las variables nominales y devolver la confianza en la moneda nacional y por esa razón se le utilizó en Argentina, cuando la hiperinflación (5000% en 1989) y la fuga de capitales habían llegado a su máximo. Justo es reconocer que de acuerdo a los indicadores tradicionales usado por el sector financiero, este sistema tuvo su periodo de gloria durante los años 1991-94.



El crecimiento fue de 8% promedio anual, la tasa de inversión pasó de un 14% a 20%, la inflación se redujo a 4,2%, el fisco que benefició de mayores ingresos derivado del crecimiento y las privatizaciones, se mantuvo bajo control, la entrada de capitales se acrecentó bordeando el 5% del PIB contra 2% de los años 80.



Sin embargo, ya en este período de euforia, aparecen tres hechos problemáticos. El primero es la perdida de competitividad -precio de la economía Argentina causada entre otras cosas por la apreciación del dólar; en efecto, a dos años de iniciado el sistema, aumentan en 15% los precios argentinos respecto a los precios de los países competidores expresados en la misma moneda. Para compensar esta pérdida de competitividad, las empresas han debido hacer una gestión más apretada de sus costos acelerando las ganancias de productividad al mismo tiempo que la tasa de desempleo se duplicaba. Es decir es el factor trabajo que recibe todo el peso del ajuste.



Segundo, no obstante la apertura financiera, el acceso al mercado mundial de capitales siguió siendo costoso para la Argentina, con lo cual se introduce un elemento contractivo permanente, que la magia de los mercados no dan cuenta. En efecto, en los mejores momentos en que se registra un entrada importante de capitales externos en Argentina la tasa de interés real sobre los préstamos en dólares a las más grandes empresas del sector privado se situó en torno al 10%., es decir 4 a 6 puntos por arriba de lo que se cobraba en EEUU. Con esto el sistema de convertibilidad mantiene sustancialmente el «riesgo-país» que estructuralmente tiene la economía Argentina, y a pesar de ser el mejor alumno de la escuela neoliberal.



Por último, el modelo Argentino mostró la extraordinaria fragilidad y vulnerabilidad a la volatilidad de los flujos financieros externos, su primera prueba fue la crisis mexicana, conocida como el tequilazo(1995) que significó una caída importante en la entrada de capitales externos de Argentina ( 5% de PIB a 2,8%) y serio déficit de balanza de pagos que repercutió finalmente con una caída del PIB de 2,7% en 1995.



Las limitaciones y conflictos potenciales que señalaban los hechos recién indicados podrían, en honor a un mayor pragmatismo, haber inducido algún cambio al sistema de libre convertibilidad. Pero la verdad es que los privilegios que se fueron anudando en torno a este sistema (especialmente del sector financiero y el capital extranjero), impidieron el cambio, y se continuó con la experiencia hasta su colapso a fines de la década.



Así, las perdidas de competitividad-precio derivadas de la valorización del dólar, continuaron recayendo en el factor trabajo, registrándose una baja del costo unitario relativo del trabajo en el sector transable de 40% entre 1993 y 1998, y una exigencia cada vez más perentoria de reducción del salario nominal en el sector público. Todo ello acompañado de un elevado nivel de desempleo (15% promedio), creándose un fractura en la cohesión social de envergadura.



No obstante lo anterior Argentina transformó su excedente de comercio exterior de los años 80 en un déficit crónico de más de 3% del PIB en promedio en el período 1991-98.



Durante los años 1999-2001, la entrada neta de capitales comienza a disminuir y la economía Argentina entra en recesión, reflejando con mayor profundidad su vulnerabilidad a los shock externos y «humores» del mercado mundial de capitales (crisis Rusa, Asiática, devaluación de Brasil), pero esta vez con el agravante de un importante caída de la recaudación fiscal que acrecentó el déficit publico. Este último fue financiado con mayor deuda externa.



Cierto es que el déficit fiscal comenzó a gestarse antes de este período y una vez terminada las principales privatizaciones. Sin duda en torno a este déficit hay despilfarro y corrupción. Como es sabido, la lógica del endeudamiento conlleva sus propias contradicciones pues el excedente presupuestario primario del gobierno se hace cada vez mas limitado para cubrir la carga de intereses crecientes, y las exigencias de un déficit cero tienen un carácter pro cíclico, que amplifica la recesión y la reducción de los ingresos fiscales. Pero la indisciplina fiscal aparece seriamente cuando el sistema de convertibilidad había mostrado ya todas sus limitaciones.



Conclusiones



La aplicación de un tipo de cambio fijo bajo las modalidades de la «Caja de Convertibilidad» en la economía Argentina mostró que la teoría no se compadece con la realidad. La magia de los mercados no opera según la teoría y tampoco lo hace en forma simétrica.



Cuando se da un shock externo causado por una salida de capitales o una revalorización del dólar frente a otras monedas, no se produce una deflación de los precios internos con respecto a los precios mundiales y una vuelta a una mejor competitividad de las exportaciones. Más bien lo que ocurre es una disminución del costo unitario de los salarios acompañado de un elevado desempleo que ayuda a mantener, en el mejor de los casos , los salarios reales constantes ; de tal suerte que los aumentos de productividad los captura completamente el capital, con serias consecuencias sobre la distribución del ingreso.



La «Caja de Convertibilidad» se transforma en una camisa de fuerza para el sector exportador y la actividad económica interna que debe acostumbrarse a trabajar con elevadas tasas de interés real y con grandes dificultades para absorber los shocks externos. En este contexto el endeudamiento externo del sector público no tiene bases económicas reales donde apoyarse, y su salida es una demanda creciente por un plan de rescate financiero.



Para los epígonos del neoliberalismo, la «Caja de Convertibilidad» no ha fracasado, como siempre para ellos es la realidad la que se equivoca, no la teoría, pues de no haberse dado los excesos de gasto público, déficit fiscal y corrupción dicho modelo habría funcionado muy bien. «Dogmatisme oblige».



Paradojalmente, a la salida de la «libre convertibilidad» nos encontramos con una situación muy similar a la de la entrada: una espectacular fuga de capitales (se estima en 120.000 millones de dólares los depósitos de argentinos puestos en el exterior) y la amenaza de una hiperinflación que podría desencadenar la devaluación en curso del peso. Diez años perdidos y cien más si no se aprende la lección.



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Alexis Guardia B. es director de Estudios de la Dirección de Relaciones Económicas Internacionales (Direcon) la Cancillería.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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