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El «Lepenazo»


Andan las Galias y toda Europa sobresaltadas por la irrupción de Jean-Marie Le Pen en la segunda vuelta de las presidenciales francesas. Los medios de comunicación daban por descontado que el actual presidente Jacques Chirac y el primer ministro socialista Lionel Jospin protagonizarían la decisiva contienda electoral del 5 de mayo, que nada importante se jugaba en la primera vuelta del domingo pasado, que las redacciones podían seguir amodorradas tramitando cansinamente los teletipos, cuando el intruso Le Pen, el ogro de la caverna fascista, racista y nacionalista, se ha colado en las papeletas electorales.



Prepárense ustedes y elijan sitio, porque tras el ridículo de los medios occidentales con el affaire Chávez en Venezuela, en las próximas semanas viviremos en el vértigo del sube y baja mediático, de los expertos creadores de fantasmas, de los analistas apocalípticos que dirán -como ya han dicho- que los franceses han lanzado la democracia por la borda, que toda Europa está en peligro.



La tradición dice que los franceses votan con el corazón en la primera vuelta y con la cabeza en la segunda. Pero nadie imaginaba que el corte de mangas habitual de la primera ronda -los franceses son muy suyos para estas cosas- iba a descabalgar a un primer ministro acreditado como Jospin.



Basta mirar los resultados electorales para ver de qué burlona manera los citoyens han manifestado su cansancio con los políticos tradicionales. Los tres candidatos trotstkistas han obtenido más del 10 por ciento de los votos; los ecologistas, más del 5 por ciento; los socialistas soberanistas de Chevčnement, más de un 5 por ciento; los comunistas, un 3.4 por ciento; otro independiente de izquierda, un 2 por ciento.



La guinda la puso la candidatura de Jean Sain-Josse, abanderado del partido Caza, Pesca, Naturaleza y Tradición, que obtuvo un sorprendente 4,31 por ciento.



Es decir, los nostálgicos de la IV Internacional, los verdes y los cazadores de perdices le han hecho la faena a la socialdemocracia francesa. Cabe preguntarse: ¿hay tantos cazadores y pescadores en Francia? ¿Hay tantos obreros galos dispuestos a echarse a las barricadas, decapitar a los propietarios y autogestionar las empresas?



Sospecho que a los citoyens se les ha pasado la mano con el corte de mangas a la política tradicional y ha ocurrido esa cosa tan propia de la historia de Francia que es pasar con gran facilidad de la frivolité a la tragédie.



Hoy, media Francia se ha levantado avergonzada con la irrupción de Le Pen en la final presidencial. Media Europa, además, saca cuentas trágicas sobre el futuro (a Le Pen no le gusta el euro ni la Unión Europea), sobre el funcionamiento de la democracia (a Le Pen le gusta el «ordeno y mando»), sobre el problema de la inmigración (a Le Pen no le gustan los inmigrantes) y sobre la inseguridad ciudadana (Le Pen quiere «tolerancia cero»). Todos hablan como si Le Pen ya hubiera tomado todo el poder, cosa que es muy díficil que ocurra.



Lo peor es que los analistas mediatizan sus comentarios intentando llevar agua a su molino. En España se dice que hay que abordar el tema de la inmigración con rotundidad, porque más del 80 por ciento de los delincuentes encarcelados en lo que va de año son extranjeros. Claro, o abordamos el problema ahora o más tarde vendrá un Le Pen, como en Francia. Así que es mejor hacer ahora lo que haría la ultraderecha, para segarle la hierba bajo los pies a cualquiera que desee emularlo.



Se olvidan, claro, que los problemas de inmigración e inseguridad en Francia no están tan íntimamente relacionados como ocurre en España.



Y qué se puede decir de las críticas a la democracia, precisamente cuando está funcionando plenamente. Gracias a ella, una mayoría consistente de republicanos y demócratas podrá impedir que Le Pen sea presidente en la segunda vuelta con su 17 por ciento de los votos, muy cerca de su techo electoral.



El lepenazo guarda increíbles similitudes con nuestro naranjazo, esa elección complementaria que distorsionó los cálculos electorales de la derecha y le permitió a Eduardo Frei Montalva ser presidente con una amplia mayoría de votos por mor de la consigna de que era «el mal menor».



Gracias a Le Pen, Chirac, quien no se merecía repetir en la presidencia (aunque era el menos malo de los candidatos), ocupará por cinco años más el palacio del Elíseo y posiblemente se libre de las investigaciones judiciales que estaban acercándosele peligrosamente. Gracias a Le Pen, muchos gobiernos europeos adoptarán nuevas medidas represivas contra los inmigrantes o contra los partidos políticos que no les gustan. Gracias a Le Pen, los citoyens se están llevando hoy una reprimenda de padre y señor mío por parte de los intelectuales franceses por jugar con la democracia a decir lo que sienten de verdad aunque sea una vez cada siete años.



Muchos han alabado la rapidez de reflejos de Lionel Jospin para despedirse de la política tras su derrota. Hoy, cuando se le haya pasado la resaca y el ataque de celos electorales que tuvo en la noche del domingo, Jospin se habrá dado cuenta de que ha cometido un gran error y una gran irresponsabilidad. Ha dejado huérfano de liderazgo al Partido Socialista Francés (PSF) precisamente de cara a unas elecciones legislativas a dos vueltas previstas para el 9 y 16 de junio próximos.



Jospin ha preferido salvar su vanidad en lugar de descubrir la oportunidad que había oculta en la derrota: hoy podría haber capitaneado el gran frente amplio de la izquierda para frenar a Le Pen en la Asamblea Nacional, podría haber recapacitado sobre la boutade de los citoyens y haber dicho que comprendía el mensaje, podría haber metido en cintura a todos esos trotskistas y cazadores de perdices y transformarlos en una mayoría legislativa que le hubiese garantizado una nueva gestión pese a la cohabitación.



Pero Jospin no es como Napoleón, que convertía derrotas en victorias, sino como De Gaulle, que cuando no sacaba el 70 por ciento de los votos se iba para la casa ofendido porque Francia le había dado la espalda. Ha sido presa del síndrome imperial que le viene a los candidatos que creen haber tocado la presidencia de Francia y del que Mitterrand fue el máximo exponente.



Y ahí está Le Pen, con un 17 por ciento de los votos, ocupando más metros de papel periódico, más minutos de radio y televisión y más megas en el ciberespacio que si hubiese obtenido una mayoría absoluta. A veces me entran dudas de si los que se toman a broma la democracia son los citoyens o somos los journalistes.



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