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La Alianza por Chile y las corbatas rojas

La existencia de una Constitución Política democrática ampliamente consensuada, acuerdo al que Piñera se allana y la UDI se resiste, constituye una condición insalvable para transitar hacia un desarrollo económico y social sostenido.


La imagen televisiva de los tres dirigentes de la Alianza por Chile saliendo del Chez Henry daba para hacer un chiste-adivinanza del tipo «¿En qué se parecen un alemán, un francés y un chileno?». Lo cierto es que en nada, pero manipulando las palabras se encuentra la relación y sale el chiste. En este caso, la respuesta era fácil: los tres usan corbatas rojas.



Pero a diferencia del comercial de Sprite, donde «la sed es todo, la imagen es nada», insinuando a través de las imágenes lo contrario, en política sí es cierto que las ideas, proyectos y estilos son todo y la imagen es (o debiera ser) nada.



Es en este plano, el de la política en grande, en donde falla la foto. La verdad es que estos tres dirigentes políticos presentan a la luz de sus trayectorias más divergencias que convergencias.



Repasemos algunas de ellas, las más evidentes.



Mientras Longueira y Lavín representan la opción electoral mayoritaria de la derecha, constituida por la herencia del pinochetismo, Piñera representa la posibilidad de una centroderecha democrática en Chile que es minoritaria, inclusive, al interior de su propio partido. Si queremos ser serios, tendremos que reconocer que al interior de la Concertación hay más masa crítica para la construcción de una centroderecha liberal que la que existe dentro de Renovación Nacional.



En ese sentido, no debiera resultar ni malo ni traumático para la sociedad chilena que el cuadro político se sincerara en la dirección de decantar estas opciones. Ello podría reconfigurar nuestro mapa político chileno en base a cuatro opciones electorales legítimas: una, la derecha depositaria del patrimonio pinochetista; dos, una centroderecha liberal al estilo PP español; tres, una Concertación articulada sobre el eje social cristiano y social demócrata, y cuatro, la del Partido Comunista y la izquierda extraparlamentaria.



Este panorama, acompañado por un cambio del sistema binominal hacia uno proporcional, podría ofrecer más juego para un necesario acuerdo en pro de la profundización democrática en Chile.



De este punto se desprende una segunda divergencia importante. Mientras el proyecto político de Longueira persigue la hegemonía de la derecha, idealmente, plasmado en la existencia de un partido único, para lo cual está dispuesto a fagocitar a RN, Piñera busca una alianza constituida por dos partidos fuertes y ordenados bajo el criterio de «unidad en la diversidad».



Desgraciadamente para él, este propósito se muestra inalcanzable, debido a que en la derecha -como en ningún otro sector- opera el refrán «el que pone la plata pone la música». Cada vez que las discrepancias asoman, surgen al interior de su partido sectores, principalmente parlamentarios, que operan en contra de cualquier desviación hacia posturas más democráticas sujetas a sanción por parte de la UDI, vía restricción de la caja o riesgo en la mantención de los cupos electorales.



Una tercera discrepancia se sitúa en el plano de las ideas, más específicamente en el proyecto país. Mientras Lavín, con su insoportable levedad comunicacional, nos ofrece una comprensión de la política como el «arte de las pequeñas cosas», entiéndase piletas convertidas en piscinas públicas, torres de salvavidas convertidas en torres de vigilancia, triciclos en medios de transporte público, entre otras, Piñera insinúa en cambio una comprensión más amplia y rica de la política.



Sólo así se comprende por qué el primero disocia los «problemas de la gente» con los problemas de la sociedad, que son en definitiva los problemas de la buena política y de los políticos con vocación de estadista.



Este punto no es menor, pues la experiencia mundial acerca del desarrollo de los países nos muestra inevitablemente esta relación.



La existencia de una Constitución Política democrática ampliamente consensuada, acuerdo al que Piñera se allana y la UDI se resiste, constituye una condición insalvable para transitar hacia un desarrollo económico y social sostenido, pues tal como lo ha demostrado el Premio Nobel de Economía, Douglas North, las instituciones de una sociedad son las que permiten la resolución efectiva de los problemas colectivos presentes y futuros a los que se enfrenta.



Así lo entendieron los españoles, que tuvieron una dictadura larga pero una transición corta, lograda por un pacto político y social amplio que pavimentó su camino al desarrollo, todo ello refrendado en un acuerdo constitucional que celebró el cuarto de siglo con un alto nivel de legitimidad democrática.



Resulta incomprensible, entonces, el reduccionismo de Lavín, que pretende hacernos creer que estos aspectos no son parte de las preocupaciones de la gente.



Por eso los señores de la derecha necesitarán más que un diseñador de vestuario para que el chiste de los parecidos lo tomemos en serio.



(*) Investigador del CED. Ingeniero Comercial y Doctor (c) en Management.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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